PACO AGUADO
Hace apenas diez días que el Gobierno de España, a
través del Consejo de Ministros, ha recurrido al Tribunal Constitucional la ley
que se ha dado en llamar como de "toros a la balear", mediante la cual,
el Parlamento de Mallorca, con medidas absurdas y coercitivas, pretendía acabar
con la tauromaquia en todas las islas de esta comunidad autónoma.
Como recordarán los lectores, dicha ley, publicada
el pasado mes de agosto, pretende básicamente reducir la lidia en plaza a un
desnaturalizado encuentro entre toros y toreros, sin sangre ni muerte y
limitado escasos diez minutos de duración. Y con añadidos tan delirantes como
la vuelta al campo de las reses tras el espectáculo y la obligación de hombres
y animales a pasar un previo control antidopaje…
Tal mamarrachada, que de momento va a quedar en
suspenso, no podía haber surgido de otras mentes que de las de los
"progresistas" y "concienciados" miembros de los partidos
radicales que han ido tomando, sin mayorías pero mediante pactos puntuales y
contra natura, las instituciones locales y regionales de este país que se llama
España.
Llegados a tan insospechadas alturas del poder, el
indisimulado afán de estos nuevos políticos contradictorios –en una aberrante
paradoja histórica llegan incluso a proclamarse defensores de un nacionalismo
dizque de izquierdas. Hace apenas diez días que el Gobierno de España, a través
del Consejo de Ministros, ha recurrido al Tribunal Constitucional la ley que se
ha dado en llamar como de "toros a la balear", mediante la cual, el
Parlamento de Mallorca, con medidas absurdas es ahora el de imponer al resto de
la sociedad el sectario criterio de vida de una minoría agresiva y manipulada
ideológicamente por sus gurús estalinistas.
Mientras va cundiendo la impresión de que estos
nuevos "franquitos" que les marcan el paso pudieran tal vez estar
teledirigidos desde las esferas supranacionales interesadas en acabar con el
"mal ejemplo" de la occidental sociedad del bienestar, sus
"soldados" de la política local andan obsesionados no en gobernar
para el común de los ciudadanos sino en revisar y desechar todo cuanto ha
contribuido a mantener la convivencia de los españoles durante los últimos y
fructíferos cuarenta años de su historia.
Uno de los principales objetivos de esta ya
demasiado extendida, prolongada y organizada campaña de desestabilización es,
evidentemente, la prohibición y la extinción de la tauromaquia en todas sus
vertientes, en tanto que tal neofascismo de izquierdas se nutre y se sirve de
todas cuantas nuevas religiones cívicas que, como el retorcido animalismo,
puedan abrir una nueva vía de conflicto en su estrategia del caos revisionista.
Y es así como, siguiendo el ejemplo de los
golpistas del catalanismo, optan por elaborar y dictar leyes particulares y
menores que pretenden utilizar como puntilla contra un espectáculo al que, con
otros medios, han tratado de arrinconar desde hace años contra las tablas de la
sociedad.
Porque no hay otro afán en esos torticeros textos
envueltos en "buenismo" y pretendida democracia, como el de Baleares,
que el de abolir la tauromaquia desde un supremacismo moral que también
recuerda, en su poso y en ciertos guiños, al de los grandes genocidas de la
historia de la humanidad.
Pero no nos pongamos tan trágicos. Seamos solo
conscientes de que por mucho que el máximo referente legislativo del país, el
Tribunal Constitucional, derribe una tras otras estas leyes sobre un asunto en
el que los parlamentos autonómicos no tienen competencias –corresponde
únicamente al Estado la protección del patrimonio cultural, entre el que se
encuentra la tauromaquia- quedan por venir otras cuantas leyes-puntilla, justo
allí donde podemitas y secuaces hacen de la política una corrala.
Solo los contrapesos del Partido Popular y de las
facciones menos "renovadoras" del PSOE–Ciudadanos nunca se moja en el
tema taurino– están siendo hasta ahora capaces de frenar esta deriva en casi
todas las instituciones, como ha sucedido también estos días en los ayuntamientos
de Alicante y Gijón, o incluso en el de Córdoba con motivo del nombramiento de
Manolete como hijo predilecto de la ciudad.
Aun así, conviene no confiarse ni dejar la
solución únicamente en manos de los volubles políticos. Tiene que llegar de una
vez el momento en que la inmensa minoría taurina, más allá de puntuales
acciones y pequeñas victorias, se yerga de nuevo orgullosa y temible, como los
bravos que se resisten a morir, frente a estos "puntilleros" que nos
buscan tras la pala del pitón. Aún no estamos tan heridos como para que nos
remate a traición una cuadrilla de arrapiezos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario