domingo, 12 de noviembre de 2017

Saber torear

De gran clase, Miguel Espinoza Armillita siempre tuvo la onza y la cambió cuando quiso, apostando por un toreo interior

HERIBERTO MURRIETA
www.elheraldodemexico.com.mx

Sofocado, presa de la agitación, llegó Miguel a la presentación del DVD que contiene películas de su infancia y de su etapa como novillero, filmadas por su padre, el inolvidable Maestro Fermín. Jadeando, pidió unos minutos para recuperarse, antes de hablarle al público hidrocálido sobre esta joya de la filmografía taurina. No tuvo fuerzas para destapar una botellita de agua y me pidió ayuda. Cuando al fin se pasó dos tragos, le volvió el alma al cuerpo y recuperó la clásica tonalidad roja de su cara. “¡Venga el arte, camarón!”, le gritaban en la Plaza México, donde tuvo todo tipo de actuaciones a lo largo de 26 años, entre 1979 y 2005. Había engordado descomunalmente quien algún día fue delgado como un abrecartas. Era el viernes 21 de abril. Le quedaban 199 días de vida.

El lanzamiento de dicho DVD fue, junto con su incipiente restaurante, Casa Miguel, la última motivación de Miguel Espinosa. “Me siento bien de salud, gracias a Dios, y el restaurante está agarrando cartel. Estoy haciendo cada vez mejores guisos: paella, callos y fabada”, me decía con gran ilusión en uno de sus últimos mensajes de Whatsapp, sin imaginar que la muerte llegaría repentinamente la madrugada del 6 de noviembre pasado, en un pequeño cuarto ubicado encima del establecimiento, ajeno al ambiente campirano del cercano rancho de Chichimeco.

Miguel fue un hombre simpático, mordaz, irónico, generoso y bohemio. Nervioso, siempre se frotaba las uñas y se pasaba la lengua por los labios. Toreaba con lentitud, pero hablaba con inentendible rapidez. “¡Barájamela más despacio, Miguel!”, le decía, pidiéndole una traducción a sus trabalenguas. Cuando se sentía a gusto, lanzaba una estentórea carcajada a la primera provocación. A menudo me escribía mensajes para opinar sobre la corrida que estaba viendo a través de la televisión, sin tentarse el corazón para juzgar el desempeño de los toreros. Entre nosotros había una gran confianza, pero nunca me atreví a hacerle alguna sugerencia o comentario sobre la vida que llevaba. Estaba reventándose a sí mismo y eso me apenaba profundamente. Miguel se fue dejando, dejando…

Como torero, hay que ubicarlo como una de las más importantes figuras mexicanas de los últimos 40 años. Dueño de una técnica impecable, supo embarcar las embestidas con toques suaves, sin desmesura, para luego llevarlas toreadas con temple y mando. Brindó a las series de muletazos un alto contenido estético. Logró un equilibrio entre sus conocimientos técnicos y sus posibilidades artísticas. Su mano izquierda se convirtió en referente obligado cada vez que se hablaba de toreo bueno. Alcanzó altos niveles de desenvoltura y distinción con su pase natural, difícil de perfeccionar porque se ejecuta con la muleta desarmada y por ende menos rígida que cuando se dibuja un derechazos.

Apostó por un toreo interior, no por esporádico menos bello, pasando por alto la presión de quienes le demandábamos una mayor regularidad. Sobran ejemplos para hablar sobre la expectación que puede llegar a despertar el arte que se brinda a cuentagotas.

Miguel Espinosa Armillita tuvo un concepto diáfano del toreo, respaldado por la grandeza de su dinastía.

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