CARLOS RUIZ
VILLASUSO
La Tauromaquia, en su expresión del toreo a pie,
siempre supo adecuarse a las realidades y exigencias sociales. Las morales,
éticas y sensibilidades de cada tiempo no las elige el toreo, sino que,
históricamente, éste ha evolucionado como una especie de “superviviente” a las
exigencias o contextos sociales y políticos. Así ha sido y el toreo, hoy, ha
depurado y variado sus suertes dirigiendo a la corrida a una suerte menos
cruenta, más pulida y quizá más estética, sin tanta evidencia de sangre,
elemento que los tiempos y las gentes de estos tiempos tienen, sienten, cada
vez más disgusto por su presencia.
Desde que cubrimos gran parte del caballo de picar
con el peto (año 1917) apenas hemos modificado nada en el toreo. Fue éste, el
peto, obligado para eliminar la visión de tripas, sangre y demás de los
caballos muertos o heridos en el ruedo. Desde entonces no hemos introducido
elemento alguno. No obstante, nadie duda que hoy una correa sin peto expulsaría
a todos de las plazas, hasta a los más acérrimos. Sin embargo, en su día, hubo
una crítica interna que afirmó que la Fiesta se acababa con ese artilugio. El
peto, puesto para evitar sangre, resulta que fue más que un protector.
Con el toro atemperado, el toreo dio un paso más
hacia el desarrollo de la faena de muleta, tercio que pasó a ser superior en
rango frente a los demás. Y es evidente que hoy, en este nuevo contexto
político-social global, hemos de pensar qué hacer. Pero, sobre todo, pensar qué
no se ha hecho bien. Porque el toreo es una suerte de equilibrios y
proporciones que, modificada una parte, las demás entran en defecto porque se
rompe el equilibrio. No se puede pretender modificar una sin que las demás
resulten afectadas. Hoy, la faena de muleta no sólo es una dictadura frente a
los demás tercios, sino que los ha puesto en riesgo.
Convivimos y usamos aún términos de bravura y
mansedumbre de años anteriores al peto. ¿Cómo es posible? Todos sabemos que la
proporción de toros que se quedaban debajo de la barriga del caballo sin huir
es infinitamente inferior a los toros que hoy se quedan en el peto, que, de una
forma u otra, son la mayoría. No hacen falta ya las banderillas negras frente a
la gran proporción de toros fogueados entonces. En este sentido, la selección
hacia el toro que admite caballo y peto, ha sido brutal. Pero resulta que al
toro se le exige luego una larguísima y reiterada faena de muleta.
Insistimos hoy que el tercio de varas ha de serlo
sin concesiones y que la suerte de matar ha de serlo sin concesiones. Yo opino
que estas dos suertes sufren la dictadura de un toreo de muleta que, exigimos
también, sea ligado, de muchos pases y por debajo de la pala del pitón, que no
haya enganchones, que dure al borde de los avisos. Seleccionar un toro para la
suerte de varas que queremos, para el toreo de muleta que queremos y para la
suerte de matar que deseamos, es un imposible sobre el que no hemos reflexionado.
Porque, nadie lo duda, hoy por hoy el toro que
menos romanea y se emplea fijo en el peto tiene todas las de ganar, ahorrando
energía y vida de cara a un tercio de muleta más largo. Como queremos. Es
contradictorio buscar un toro fijo en el peto, donde se revienta, y buscar, al
mismo tiempo, sesenta pases por abajo para ese toro. Esos sesenta pases son las
novedades de la evolución de una suerte que no ha tenido en cuenta a las demás.
No ha tenido en cuenta que hay que aliviar la suerte: hacerla de forma
correcta, en lugar, a toro detenido, distancias acordes, tamaño del caballo
proporcionado. Una suerte más ligera, más a favor del toro y de su buena o peor
condición, donde no importe tanto la sangre o el castigo, como la suerte en sí.
Una suerte destinada a calibrar condición y no fuerza, porque se “pica la
bravura” y no la fuerza.
De esta forma, y con esa suerte, le ha de seguir
un tercio de muleta de menos pases, con el toro más entero, donde la emoción
sea proporcional a la imperfección, donde la intención sea más vital que el
hecho en sí de un pase limpio. Y más corta. Más corta porque la suerte de matar
existe porque se mata a algo vivo. El primer paso para una suerte menos cruenta
y fea con la espada es dejar al toro con vida, y no esa forma de entrar a
matar, tantas veces, a un toro aplomado, al borde de su final. En definitiva,
un toreo con suertes más proporcionadas, vivas y emocionantes, de las que
podrán salir los cambios que nosotros deseemos. Para evolucionar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario