Un empeño que no sólo es responsabilidad de la
Empresa
Concluyó la feria sevillana, tan condicionada
desde varios meses antes de comenzar por los desencuentros entre la Empresa y
un grupo de toros. Si repasamos los problemas que se han dado, no hay que ser
un lince para darse cuenta que Sevilla necesita, y con urgencia, recuperar en
número y en calidad a sus abonados tradicionales, para que siga siendo lo que
siempre fue: una cátedra del Arte del toreo. Sin embargo, esa vuelta la épocas
del esplendor pasa de forma necesario por solventar de una vez el revuelto mundo
de las relaciones internas del taurinismo y por recuperar sin ambigüedades la
integridad y la diversidad del toro de lidia. Pero para que todo eso sea
posible, primero habrá que situar al espectáculo taurino en un marco acorde con
la realidad económica de la sociedad actual.
ANTONIO PETIT CARO
Al
arrastrarse "Inquisidor", un cádeno de 572 kilos, el último miura en
la anochecida de este último domingo de abril, se pone fin a la feria de abril
sevillana de 2015, que por segunda edición consecutiva ha contado con la
ausencia de nombres relevantes y con tirón en la taquilla. Concluye de esta
forma la parte fundamental del abono, para cuya conclusión están pendientes las
habituales novilladas, que en esta
ocasión serán 6, y las dos corridas
--una de ellas sin cartel-- de la feria septembrina de San Miguel.
Condicionada
en su estructura y en sus contenidos por las ausencia del G-4 y la repesca de
José María Manzanares, que el año anterior se integraba en el entonces G-5, la
feria se ha caracterizado por varios elementos de los que cabe extraer unas
primeras conclusiones, que podrían ser extrapolables a otras plazas.
Recuperar
abonados
La primera y
principal, el número de abonados sigue hundido en Sevilla. Ha tenido un ligero
repunte, pero no significativo. Los aproximadamente 2.500 con los que en las
actualidad se cuenta, quedan muy lejos, demasiado, de los 8.000, en números
redondos, con tenía antes de todo estos lío y de la propia crisis económica.
A nuestro
entender, este desistimiento de prácticamente dos tercios de los abonados
tradicionales no puede menos que ser preocupante. Sabido que en la realidad
taurina, cuando por la causa que fuere una plaza se va vaciando de aficionados fijos,
luego cuesta un mundo recuperarlos. Y si se consigue, nunca ha sido en el plazo
de lo inmediato. Vaciar una plaza se hace en un momento; volverla a llenar,
exige de mucho esfuerzo y de tiempo.
Pero se consigue. Sin ir más lejos ahí está el ejemplo de Madrid, cuando Manolo
Chopera recuperó la plaza, tras el hundimiento del titanic que
protagonizaron Canorea y Martín
Berrocal.
Ocurre así,
entre otras causas, porque el anquilosamiento de la gestión empresarial tampoco
facilita mucho las cosas. Ya no estamos en los tiempos de las incomodidades,
como las que genera ponerse durante horas y horas en una cola, con no se sabe a
ciencia cierta qué perspectiva de éxito, para además dejarse un dineral en la
taquilla. Esas viejas estampas en las que, por una propina, un propio nos
guardaba la vez en la cola, incluso desde la noche anterior, son eso: viejas
estampas, cuando no la parte picaresca del asunto.
Por simple
sentido común, lo primero que deberían pensar es un modo distinto de trabajar,
un sistema que consiga darle facilidades en lugar de crear situaciones
incómodas a quien tenga la intención de abonarse. Un abonado, por cierto, que
no tiene por qué verse en la necesidad de darle la brasa a un conocido, para
que por la vía del enchufe y el favor se lo consiga, que es un modo bastante
usual en este mundo. Los medios modernos de la informática y la gestión ofrecen
mil opciones, en sustitución de la recomendación, de las largas colas y de la perspectiva de
tener que aguantar a un empleado que a lo mejor esa mañana está de mal café,
que más que un vendedor en ocasiones parece un espantacompradores.
Recuperar la
calidad de la afición
Desde luego,
recuperar a los aficionados a los que han hecho desistir sus abonos resulta
importante, como es evidente, para la economía de la feria. Pero mucho antes
que eso se debería colocar otro objetivo: recuperar para la Maestranza en el
peso necesario de auténticos aficionados en los tendidos; es decir, hay que
devolver a los tendidos a quienes en años atrás constituían la masa crítica de
afición, que daba personalidad inconfundible a esta plaza.
Como es
natural todo aquel que se acerca a la taquilla debe ser bienvenido, sepa o no
sepa una palabra del arte del toreo. Hasta esos chinitos que en Madrid desfilan
ordenadamente hacia la calle así que se haya dado muerte al tercero de la
tarde. Pero la experiencia enseña que, de forma muy especial en las plazas más
señeras, más decisorias, de la temporada, a más proporción de aficionados en
los tendidos, más fácilmente se logra la meta ineludible de la integridad del
espectáculo.
Una de las
cosas que esta recién terminada feria sevillana ha dejado claro ha sido,
precisamente, la influencia que tiene la bajada de la proporción de aficionados
con respecto al total de espectadores. Y no nos engañemos, no son pocos los
asistentes a esta feria que han hecho suya una opinión común: “Conozco a poca
gente de la que está en mi tendido. Casi no he tenido oportunidad de saludar a
viejos amigos. Hay otro público”.
Y es que en
la Maestranza se ha asistido a situaciones que sólo pueden explicarse desde el
desconocimiento. Si acudimos a los modos taurinos, todo ese fenómeno suelen
resumir en una sentencia rotunda: “esta plaza ya no es lo que era”.
Pues bien,
la Maestranza --y ello beneficia a la generalidad de la Fiesta-- necesita con
urgencia volver a ser lo que siempre ha sido, una cátedra sabia y prudente, con
su propia manera de entender el arte del toreo y el toro bravo, con su propia filosofía y modo de entender
las suertes y la lidia. A nadie beneficia que se la deje ir cayendo por la
rampa del descrédito y la carencia de las mínimas exigencias. Frenar semejante
situación pasa por devolver a los tendidos a los aficionados auténticos, pero
ahora se han ido.
Dos
condiciones necesarias
Sin embargo,
resulta demasiado fácil sentenciar que son necesarias las anteriores
recuperaciones, si por delante no se echan, al menos, dos condiciones sine qua non, sin las cuales
nunca será viable llegar a esas deseables metas.
►La primera
pasa por normalizar las relaciones internas en el toreo. De lo ocurrido en la
capital hispalense no cabe la simpleza de echar la culpa en solitario al G-4
[antes G-5] o a la Casa Pagés, ni mucho menos a cuatro palabras inoportunas,
zafias y equivocadas de un gestor.
Conformarnos con explicaciones de esa naturaleza resultaría tanto como
minimizar la realidad, cuando no desconocerla.
Si el
aficionado asume como propio de la normalidad que en nada se altera el curso de
una temporada por el hecho de que las figuras deserten en bloque de Sevilla, si
damos por válidas las palabras de un apoderado cuando decía que su torero “no
necesitaba torear en la Maestranza para hacer su temporada”, si asumimos
argumentos de tal naturaleza lo que estamos devaluando hasta límites
insospechados es el propio concepto y condición de “figura”.
La Historia
toda del toreo nos enseña que la “figura” resulta ser un componente indispensable
en cada momento; pero esa misma Historia nos cuenta también, y de forma
repetidísima, que quienes quieren asumir el rol de “figura”, tienen que asumir
además unas responsabilidades que a otros no se le exigen, responsabilidades
que no pueden darse por declinadas en base a hechos como los han acaecido por
dos años consecutivos durante las negociaciones de Sevilla.
Han aducido
los interesados que actuaban así en defensa de la “dignidad profesional”. Pues
incluso en la hipótesis de dar por cierta tal defensa, que es cuestión a
repensar más de dos veces, precisamente por el hecho de ser “figuras” por
delante de lo propio vienen obligados a
echar lo que hace a la dignidad y el futuro de la Fiesta. Es esa responsabilidad
añadida que se ha solido definir como “el peso de la púrpura” y que van anexas
al oficio que se desempeña.
►La segunda
exige devolver al terreno de la lógica, no al de los intereses particulares de
unos o de otros, la diversa realidad del toro bravo. Cuando en una feria como
la que se acaba de ver en Sevilla más del 80% de los toros lidiados se han
correspondido con el mismo origen genético --ligado a las variantes de
Domecq--, se arrumba en el baúl de lo inservible la muy rica diversidad que hay
en las dehesas, para traer a los ruedos y a sus espectáculos una plúmbea
monotonía, que además resulta que no emociona.
No vamos a
entrar en la discusión, que a la postre resulta una obviedad, que desde que
existe la Fiesta quien ha tenido fuerza para ello ha impuesto los toros que más
le gustaban o más le convenían. La lección más rotunda que se aprende en las
hemerotecas es que en todas las épocas hubo revisteros han denunciaron esas
cosas; en este campo, absolutamente nada es nuevo bajo el sol.
Y no hace
falta entrar en esta discusión porque casi hasta “antes de ayer”, hasta hace
unas pocas décadas, las figuras, en efecto, pedían esas ganaderías con las que
se entendían mejor; pero, a su vez, hacían suya la responsabilidad de lidiar
otros encastes.
La historia
de Miura, por ejemplo, es un vivo ejemplo. Cuando Juan y José, para ellos
mismos resultaba inconcebible no matar los toros de esta Casa en aquella feria
en la que coincidían los tres, no sólo en Sevilla. Y cuando Manolete rompió
como figura, al igual que hizo Pepe Luís, les faltó tiempo a los dos para
anunciarse en la Maestranza con los toros miureños. Y en ninguno de estos casos
se ese proceder se consideraba una hazaña, y como tal ocasional; era ni más ni
menos que una exigencia de la responsabilidad de ser figuras. En los carteles
de sus épocas comprobamos que luego se apuntaba, naturalmente, a esos otros hierros
que, a salvo las distancias, hoy se corresponderían con los de monoencaste.
Pero una cosa no quitaba la otra.
Hoy no es ya
que la quiten, es que la borran, salvo unas contadas ocasiones, que además
venden, como hacen los del futbol con “el partido del siglo”. Pues va a ser que
no, que nada de gestos grandiosos; se trata de la condición necesaria de quien
quiere ser realmente una figura. Les gustará o no, pero así lo dicta la
Historia, con la que conviene siempre ser respetuosos.
Y los
precios de mercado
Junto a todo
lo anterior, un elemento más resulta ineludible, tanto como para colocarlo en
primer término: establecer unos precios, unos dineros, acordes con la propia
realidad social y económica del momento que se vive. No entro en si para los
empresarios de Sevilla resulta necesaria la tabla de precios que pusieron, a la
hora de cuadrar sus cuentas al menos empatando los gastos con los ingresos. Lo
que digo es que los precios que figuraban en taquilla no se corresponden con
los posibles con los hoy cuenta un ciudadano medio.
En
situaciones como ésta los economistas explican profusamente los efectos
negativos de operar fuera de lo que denominan precios de mercado, esto es:
aquello que un ciudadano está dispuesto a gastar en la compra de un bien o de
un servicio. En el caso de la Fiesta, hace ya unos años que vivimos de espaldas
a la realidad de los “precios de mercado”.
Esa forma de
vivir fuera de los precios de mercado fue posible porque hemos estado dentro de
una verdadera burbuja taurina, por hechos colaterales a los ruedos. En épocas de vacas gordas para la economía
empresarial, y coincidiendo que aún no se había producido en toda su dimensión
la destaurinización social, era las empresas quienes compraban un cierto número
de abonos, que luego utilizaban para sus
atenciones sociales y comerciales. Al final, pasaron a ser una fuente de
ingresos verdaderamente crucial para la economía taurina. Cuando las vacas
enflaquecieron, que lo han hecho en plan drástico, se acabaron los gastos
superfluos, se acabaron los abonos de las empresas, se acabó el beneficio
garantizado.
Pero
conviene advertir también que cuando aquí se acude al concepto de “precio de
mercado”, no se hace tan sólo en relación con lo que valen las entradas. Como
de la lógica más elemental, el empresario establece esos precios en razón de
cuáles sus “costes de producción”; antes de que llegara la plaga de los MBA,
que todo lo ven bajo el prisma financiero, se solía añadir: “más el 15% de
beneficio industrial”, a la hora de calcular el precio de venta. Por eso,
resulta necesario que el precio de mercado se aplique a toda la cadena de
producción del espectáculo, no solo al beneficio industrial.
La forma
actual de proceder trae como principal consecuencia directa la necesidad del
aficionado, impuesta por la cartera de que dispone, de adquirir las entradas de
forma selectiva: para este cartel, si para éste otro, no; o dicho de manera más
simple: el dinero da para adquirir localidades para algunos días, pero no para
más.
Junto a lo
propiamente económico, lo relativo a todo este discurso acaba por no ser inocuo
para la Fiesta, sino que se manifiesta de las formas más diversas. Un ejemplo
relevante: precisamente porque son sabedores que el futuro comprador tiene
criterios obligadamente restrictivos, las figuras tratan de imponer la fórmula
de ser anunciadas de a tres en tres, nada de jugar a la experiencia de nuevas
oportunidades, que eso puede poner en riesgo el lleno y los honorarios
profesionales correspondientes. Por tanto, entre ellos hacen inviable todo
intento de acudir, como en el pasado se hacía, a la fórmula del 2+1, hoy más
indispensable que el pasado para garantizar el futuro. Para darle honorabilidad
al invento, acuden a lo que en el fondo no de deja de ser un eufemismo: la
conveniencia del “cartel rematado”, que a la postre tiene una acepción mucha
más realista y diferente: el “cartel de los nuestros”.
En esas
estamos, ahora que acabó Sevilla. El castizo añadiría para un punto final más
sentencioso: “!Y así nos va¡”. En
efecto, así nos va. Como se acaba de ver en la Maestranza.
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