PACO AGUADO
La feria de Abril de Sevilla, a tenor de sus
mediocres resultados artísticos, ha dejado una lectura muy clara de la
situación por la que atraviesa el toreo en España en esta primavera de 2015. O,
para ser más concretos, digamos que ha puesto al descubierto los errores de ese
sistema empresarial que maneja a placer el negocio taurino de nuestros días.
El diagnóstico del momento, esa elocuente
radiografía de la feria sevillana que se intenta ocultar en las reseñas de los
medios que se "benefician" del juego, no deja de ser preocupante porque
muestra las vergüenzas de una filosofía empresarial que, por su reflejo directo
en lo que sucede en el ruedo, no debe prodigarse más si queremos que este
espectáculo siga vigente durante las siguientes décadas del siglo XXI.
Los síntomas y los efectos de tantos malos usos
contra la salud de la tauromaquia se han manifestado sobre todo en la carencia
de vitaminas de buen toreo del abono abrileño, en el que una docena y media de
toros con manifiestas posibilidades de éxito han sido desaprovechados, en mayor
o menor grado, por la mayoría de los toreros que han tenido la
"suerte" de ser integrados en los intereses del Monopoly del taurineo
de alto nivel.
Mientras que, aparte de las cuatro figuras en
guerra contra los Pagés, se han quedado fuera de los carteles jóvenes con tanto
futuro como Jiménez Fortes y Juan del Álamo, o toreros con grandes expectativas
de calidad como Diego Urdiales, una larga lista de diestros gastados y ya con
muy escaso atractivo para el aficionado se ha dejado ir toros y hasta lotes que
pusieron en bandeja triunfos históricos en la Maestranza.
Las pocas orejas que se han cortado, casi todas
sin gran peso específico, son el mejor termómetro de esta crítica situación, en
tanto que no sirven para ocultar la mediocridad generalizada de un escalafón en
el que sobrevive un grueso de "funcionarios" del sistema, escasamente
pagados y abocados, por falta de estímulos y de perspectivas, a un toreo
especulativo y mecánico que convierte los festejos poco más que imples trámites
lidiadores.
Paradójicamente, las buenas entradas que ha
registrado la Maestranza, mucho mejores que las de la pasada feria sin primeras
figuras, pueden contradecir esta lectura y, lo que es peor, alentar a la
empresa a continuar con esta misma política de tierra quemada en próximas
ediciones.
Pero ese público que ha vuelto a acudir a los
tendidos –casi todo foráneo y circunstancial, y como reflejo de la sensible
mejora económica del país más que por el tirón de los carteles– puede dejar de
marcar la Maestranza entre los centros de cita de la ciudad en fiestas de
continuar presenciando el espectáculo tedioso y vacío, muy por debajo del
precio de la entrada, que se ha vivido muchas tardes y en el que pesaba más el
marco incomparable de la plaza que el lienzo pintado en el ruedo.
Pero, aparte del éxito económico, al que se han
sumado de nuevo este año los derechos de imagen televisivos, parece improbable
que la empresa, y los "colaboradores externos" que le han ayudado a
elaborar la feria hayan pensado por un momento en cambiar la situación.
Es ya vieja la convicción de los miembros de este
sistema de cambios e intereses de que les es más conveniente que no haya
demasiados triunfos en las ferias para mantener así el caché bajo de la mayoría
de los toreros del escalafón, y también para no dar paso a posibles toreros
emergentes que se manejan desde una, para ellos, molesta independencia.
Y si no, basta con mirar cómo se están cerrando
las ferias que se publican estos días para comprobar cómo se repiten una y otra
vez los mismos nombres y las mismas ganaderías en un círculo cerrado y vicioso
que amenaza con convertirse, ahora más
que nunca, en un sumidero para la propia fiesta de los toros.
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