martes, 28 de abril de 2015

DESDE EL BARRIO: El diagnóstico de abril

PACO AGUADO

La feria de Abril de Sevilla, a tenor de sus mediocres resultados artísticos, ha dejado una lectura muy clara de la situación por la que atraviesa el toreo en España en esta primavera de 2015. O, para ser más concretos, digamos que ha puesto al descubierto los errores de ese sistema empresarial que maneja a placer el negocio taurino de nuestros días.

El diagnóstico del momento, esa elocuente radiografía de la feria sevillana que se intenta ocultar en las reseñas de los medios que se "benefician" del juego, no deja de ser preocupante porque muestra las vergüenzas de una filosofía empresarial que, por su reflejo directo en lo que sucede en el ruedo, no debe prodigarse más si queremos que este espectáculo siga vigente durante las siguientes décadas del siglo XXI.

Los síntomas y los efectos de tantos malos usos contra la salud de la tauromaquia se han manifestado sobre todo en la carencia de vitaminas de buen toreo del abono abrileño, en el que una docena y media de toros con manifiestas posibilidades de éxito han sido desaprovechados, en mayor o menor grado, por la mayoría de los toreros que han tenido la "suerte" de ser integrados en los intereses del Monopoly del taurineo de alto nivel.

Mientras que, aparte de las cuatro figuras en guerra contra los Pagés, se han quedado fuera de los carteles jóvenes con tanto futuro como Jiménez Fortes y Juan del Álamo, o toreros con grandes expectativas de calidad como Diego Urdiales, una larga lista de diestros gastados y ya con muy escaso atractivo para el aficionado se ha dejado ir toros y hasta lotes que pusieron en bandeja triunfos históricos en la Maestranza.

Las pocas orejas que se han cortado, casi todas sin gran peso específico, son el mejor termómetro de esta crítica situación, en tanto que no sirven para ocultar la mediocridad generalizada de un escalafón en el que sobrevive un grueso de "funcionarios" del sistema, escasamente pagados y abocados, por falta de estímulos y de perspectivas, a un toreo especulativo y mecánico que convierte los festejos poco más que imples trámites lidiadores.

Paradójicamente, las buenas entradas que ha registrado la Maestranza, mucho mejores que las de la pasada feria sin primeras figuras, pueden contradecir esta lectura y, lo que es peor, alentar a la empresa a continuar con esta misma política de tierra quemada en próximas ediciones.

Pero ese público que ha vuelto a acudir a los tendidos –casi todo foráneo y circunstancial, y como reflejo de la sensible mejora económica del país más que por el tirón de los carteles– puede dejar de marcar la Maestranza entre los centros de cita de la ciudad en fiestas de continuar presenciando el espectáculo tedioso y vacío, muy por debajo del precio de la entrada, que se ha vivido muchas tardes y en el que pesaba más el marco incomparable de la plaza que el lienzo pintado en el ruedo.

Pero, aparte del éxito económico, al que se han sumado de nuevo este año los derechos de imagen televisivos, parece improbable que la empresa, y los "colaboradores externos" que le han ayudado a elaborar la feria hayan pensado por un momento en cambiar la situación.

Es ya vieja la convicción de los miembros de este sistema de cambios e intereses de que les es más conveniente que no haya demasiados triunfos en las ferias para mantener así el caché bajo de la mayoría de los toreros del escalafón, y también para no dar paso a posibles toreros emergentes que se manejan desde una, para ellos, molesta independencia.

Y si no, basta con mirar cómo se están cerrando las ferias que se publican estos días para comprobar cómo se repiten una y otra vez los mismos nombres y las mismas ganaderías en un círculo cerrado y vicioso que  amenaza con convertirse, ahora más que nunca, en un sumidero para la propia fiesta de los toros.

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