Festejo de tres horas, corrida frustrante de Juan Pedro
y a última hora, con un eléctrico cinqueño de
Veragua, el nuevo matador se entrega en una faena de muy alto riesgo.
BARQUERITO
Fotos: EFE
Fotos: EFE
EMPEZÓ TORCIDA la función. El toro de la alternativa del extremeño José
Garrido –“Lengualarga”, de Parladé-
tardó en salir. Lo hizo al fin al trote muladar. Ajeno y frenado luego. Garrido
le pegó siete lances tomados muy en corto
y de corto vuelo, de mucho ajuste los siete, y aplaudidos por el mérito. Y por
el dibujo, tan seco. No hizo el toro
otra cosa que tardear sin darse. Como si le hubieran dado un calmante. Un puyazo renegando. La segunda vara fue de
anzuelo: la puya lanzada como una caña de pescar. Estaba tan apalancado el toro que ni en
banderillas. Espera que te espera. La gente tenía formada una bronca muy caliente. No procedía devolver el toro
por manso, pero eso se pretendía. La presidencia aguantó hasta el segundo par de banderillas.
Cedió de pronto. Pañuelo verde. Aviso primero de que la corrida iba a durar más de dos horas. Fueron
exactamente tres.
El sobrero, juampedro del hierro de Veragua, salió con pies. Muy
valeroso en el recibo Garrido: lances
genuflexos firmes y armados, terreno ganado hasta la boca de riego y la
sorpresa de media de rodillas en el
remate. Un quite por chicuelinas ajustadísimas y una voltereta al rematar con
larga ese quite, que tuvo acento del
toreo ceñido de, por ejemplo, Diego Puerta. Nada menos, nada más.
El toro de la alternativa –Ponce, cariñoso padrino- fue, en fin, un
sobrero: “Fariseo”, 505 kilos. Malos
apoyos y embestida rebotada. Por flojo tendía a acostarse. “Meterse”, se
dice ahora. Ni un paso atrás de Garrido.
Muleta pequeña, algo agarrotado el torero extremeño. Una tanda con la izquierda
sacada con tenazas y toreando a la voz.
Una estocada soltando el engaño. Prueba resuelta y superada.
No la única, sino tan solo la primera o la segunda de tres, pues fue con
el toro que, dos horas y tres cuartos
después del primer tararí, cerró corrida con el que Garrido dio la talla: la
medida de su valor y su ambición. Gran
corazón. Lo propio del toreo de emoción, que es por norma irresistible. No se
movió de su asiento en la Maestranza
nadie. Peligraba la vida del artista. Fue muy en serio la cosa.
Otro juampedro del hierro de Veragua, de hechuras y signo por completo
distintos a los de los demás. Cinqueño
bien cumplido, hondo, corto de manos y cuello, tronco bien relleno y musculado,
mulato pero lustroso, dos puntas
finísimas, armado por delante. Llevaba la divisa en el pescuezo, como tantos
otros. Dos o tres patinazos en las
primeras carreras o ataques. Garrido lo llevó galleando al caballo, estuvo
a punto de salir prendido dos veces.
El toro derribó en la primera vara con estilo fiero, se empleó fijo en
la segunda. La fiereza iba a ser su
sello. Embestidas como calambrazos, violentas a veces, pegajosas en
cuanto empezó a enterarse. Por abajo
protestaba revoltoso, pero sin dejar de pelear. Fue muy difícil estarse delante
sin temblar, sino con la entereza con
que anduvo Garrido. En la tercera tanda, vibrante, casi en los medios, se
arrancó la banda. “Cielo andaluz”. No se
oyó completa ni la primera de sus dos melodías. Un desarme en un tornillazo.
Garrido aguantó impertérrito todas las revoluciones del toro, que fueron
muchas y sin tregua. El ajuste,
insuperable. En cada viaje, enganchados casi todos los muletazos, el ay
de la emoción verdadera. Se sentía que
el toro, el genio muy vivo, podía coger, y que, si lo hacía, sería certero.
Pero se tenía también el convencimiento
de que no iba a perder la batalla el torero. Así fue. Un espléndido desplante
de recurso –frontal, genuflexo-
sorprendió al toro y a la gente. Una tanda de manoletinas –por alto, el
toro era hasta tratable- y cierta
autoridad inesperada. Una estocada de las de verdad. Casi una oreja.
Torero en circulación. Una novedad.
¡Albricias!
Lo que no tuvo el resto de corrida –toros y toreros- fue apenas emoción.
La templada y delicada faena de Castella
al tercero de corrida –un anovillado y bondadoso parladé coloradito- fue como
un cadencioso minué. Tandas cosidas en
lazos, remates de pecho o cambiados bien enhebrados, cierta monotonía rota por un par de molinetes
clásicos, un circular templadísimo, un lindo encaje entre pitones y el torero de Beziers acariciándole la
cresta al toro. Una desdicha con la espada. La madeja con que abrió Castella faena en el otro turno fue de
su firma y patente: dos cambiados por la espalda en el platillo y aguantando
sin enmienda ni pestañeo, y la trenza continua de gran resolución. Se vino
abajo el toro y adiós. Ahora entró la
espada. El toro se había rajado al galope: una rareza.
El primer toro de Ponce, de Parladé, solo vino al paso y aun así amenazó
ruina. Ponce lo pasó por fuera y sin
obligar. Una estocada sin puntilla. Devolvieron por inválido al cuarto. Turno
para un sobrero de El Pilar, negro y
grandón, de embestida extraordinariamente sumisa y apagada, letárgica. El toro
menos fiero de cuanto va de feria. Ponce
se entretuvo en un trasteo equilibrista. De hacer vainicas y no bolillos. Le pidieron brevedad. Ni caso. Un aviso antes
de entrar a matar. A las nueve menos cuarto se echó en tablas el toro. Quedaban tres cuartos de hora
por delante. El toro más fiero de la feria esperaba turno. Y José Garrido también.
Postdata para los íntimos.- El itinerario. De casa al trabajo todas las tardes a
las 6. Callejeo por Sevilla. Línea más o
menos recta desde la Candelaria hasta la Maestranza. Ramón Ybarra, el cruce de Federico Rubio, Mármoles, Aire, Abades,
Bamberg, el cruce de Argote de Molina,
Estrella, Pajaritos, Francos, Chapineros, Álvarez Quintero, Chicarreros, San
Francisco, el arco de Vespasiano, Plaza
Nueva, Joaquín Guichot (¡qué bonita la reja del balcón del número 4, la Hermandad de San Onofre, como las de las casas
burguesas de Narbona) y sus cruces con Barcelona, Zaragoza y Jimios, Gamazo y sus cruces con
Abate Marchena y Mariano de Cavia. Castelar, la Puerta del Arenal, Arfe, el cruce de Adriano,
Antonio Díaz y sus cruces con Toneleros, Gracia Fernández Palacios, Techada, Donoso Cortés, Iris y
Velarde, la estatua de Curro Romero, el paseo Colón, la cancela de taquillas, Tinico el de Murchante
te espera con el programa, puerta 4, grada 6, segunda fila, número 16.
Viaje de ida y vuelta. Diez y diez (minutos) a pasito bueno.
¡Las calles de Sevilla!
FICHA
DEL FESTEJO
Cinco toros de
Juan Pedro Domecq -1º bis y 6º, con
el hierro de Veragua, y los otros
tres, con el de Parladé. Y un
segundo sobrero, 4º bis, de El Pilar.
El tercer parladé fue muy bondadoso. El último
veragua, cinqueño, encastado y correoso, desarrolló sentido y genio.
Enrique Ponce, silencio y palmas tras un
aviso. Sebastián Castella, saludos
tras un aviso y silencio. José Garrido,
que tomó la alternativa, saludos y vuelta al ruedo.
Muy fino en la
brega y banderillas José Chacón.
Ovacionado Pepe Doblado, que picó al
quinto.
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