domingo, 26 de abril de 2015

La entelequia de un nuevo reparto del poder

Mientras los aficionados carezcan de capacidad moderadora
No ya por el pleito de la Empresa Pagés con las figuras, que es un hecho episódico que se acabará diluyendo en una perspectiva histórica más amplia. Antes de todo eso, ya estaba encima de la mesa del toreo la búsqueda de un nuevo reparto del poder en la Fiesta, que se pretendía que resultara más equilibrado para todas las partes. Todavía hoy andamos en esas. Pero lo más probable es que se trate de un camino que no lleve a ninguna parte. Los intereses contrapuestos de los sectores taurinos, que están en la propia entraña de la Tauromaquia, siempre han contado con factor moderador de los aficionados, que al final dirimían la cuota de poder que concedía a cada cual. El problema real de la actualidad es que ese poder moderador se ha diluido, hasta llevarlo a los linderos de su desaparición.

ANTONIO PETIT CARO      

No se anuncia ningún género de exclusiva si se afirma que lo que hoy caracteriza a la Fiesta, a cuanto viene ocurriendo, nace de los intentos de unos y otros por establecer un nuevo reparto del poder taurino. No viene, desde luego, de ahora mismo, sino que cuenta con toda una historia previa de movimientos más o menos subterráneos. Pero tampoco es algo que deba sorprender más de lo necesario: la historia de la Tauromaquia, en el fondo, no es más que la historia de un juego entre poderes y contrapoderes, en búsqueda de una hegemonía, que al final nadie alcanzó al completo.

Sin remontarnos más allá de la cuenta, un juego de poderes constituyó, por ejemplo, la iniciativa de dotar a Sevilla de una Plaza Monumental, en contraposición a la Maestranza.  Hasta la rendición empresarial plasmada en la célebre almohada de El Cordobés, hoy objeto preciado en un Museo, no era más que eso, poderes contrapuestos que al final negociaron una salida de conveniencias mutuas.

Cuando hoy comprobamos como, por ejemplo, algunas figuras quieren contar con una mayor cuota de poder, no resulta una exageración recordarles que en la etapa moderna se han dado tan sólo dos poderes incontestables: los que protagonizaron Manuel Rodríguez “Manolete” y Manuel Benítez “El Cordobés”, y además no en todos sus tiempos en activo, sino nada más que en las respectivas etapas de estar en la cumbre de todo el toreo; esto es, detentaron un poder absoluto pero efímero coincidiendo con los años en el que tenían el privilegio de llevar consigo un permanente “No hay billetes” y encarnaban un papel que superaba con mucho lo taurino: eran, ante todo, fenómenos sociales de sus respectivas épocas históricas.

Ha habido, desde luego, momentos en los que el reparto de poderes ha sido incluso muy ocasional, fruto de una circunstancia determinada y concreta. Por ejemplo, cuando una empresa ha ocupado un determinado número de plazas de primera importancia. Pero incluso en esos casos, cuando se rayaba en situaciones muy próximas al monopolio,  nunca hubo una concentración tan absoluta como para que el toreo bailara al son que marcara una única mano. En realidad, lo que ocurría es que los poderes sectoriales más o menos se iban equilibrando entre sí. Así venimos tirando en las últimas décadas, en unas ocasiones de forma más abierta, en otras de manera soterrada.

Fracasados los intentos unitarios de los últimos años, que habría que darlos definitivamente por amortizados; sumergidos, además, en una crisis mucho más profunda que la meramente económica, hoy asistimos a un movimiento silencioso en el que algunas figuras, con algunos ganaderos, quieren desplazar o al menos disminuir la concentración de poder en el ámbito empresarial. No digo yo que lo afirme con esta concreta intención, pero quien más claramente ha retratado esta realidad ha sido Carlos Núñez, cuando viene repitiendo que la Fiesta debe ser cosa fundamentalmente de dos: toreros y ganaderos, como elementos esenciales de la propia Tauromaquia, sin cuyo concurso caeríamos en el vacío absoluto.

Sin embargo, salir de la dinámica actual resulta en extremo complejo, en la medida que unos y otros, todos los partícipes de la Fiesta, acaban siendo necesarios cuando de lo que se trata es que a las 5 en punto de la tarde se abra el portón de cuadrillas y comience el espectáculo. Es más: muy probablemente resulte contraproducente, e incluso innecesario, intentar ese espejismo de un nuevo reparto del poder, porque las nuevas circunstancias sociales lo impiden por la vía de los hechos.

Desde luego, tirando cada uno de un pico de esta manta no se van a reequilibrar los poderes taurinos. Constituye un imposible completo. En unas ocasiones porque los protagonistas han errado en su camino, en otras porque más que equilibrar poderes de lo que se trataba era de poner la mesa patas arriba. Un ejemplo claro encontramos en nuestros días los intentos primero del G-10 y luego del G-5; podrían asistirle algunas motivaciones razonables, pero ni tomaron la dirección correcta, ni transitaron por ella con el equipaje necesario.

Siguiendo esta línea argumental, llegamos a la gran pregunta: ¿Es necesario hoy un nuevo reparto del poder, un cambio de manos de la batuta para que dirija esta complejísima orquesta que es el toreo? Si de lo que se trata es de volver en gran medida a los orígenes auténticos de la Tauromaquia, la respuesta a esa pregunta se inclina, en nuestra modesta opinión, por el no. La razones nos parecen bastante evidentes.

Y así, el anquilosado mundo empresarial taurino, cuando sigue operando con criterios del siglo XIX, podrá tratar de ganar cuotas de poder, pero carece de la preparación necesaria para erigirse en poder absoluto. En la economía del siglo XXI  eso de gestionar un monopolio es algo muy complicado, no es cosa de voluntariosos amateur, sino que exige de unas circunstancias y una preparación que hoy no se dan.

Pero si cambiamos de plano y de contenidos, otro tanto ocurre con toreros y ganaderos. ¿Cómo vamos a confiar en su poder predominante?  Si se repasan los carteles de los dos últimos años y se coteja cómo han tratado de repartirse la tarta entre ellos, ya se encuentran argumentos más que suficientes para sembrar mucho más que dudas. Y es que esos manejos a la hora no sólo de conjuntar ganadería y torero, sino en algo más elemental: en la selección previa de los toros que se van a lidiar, ya abren un abismo de desconfianza que hoy resulta insalvable.

Y más insalvable aún resultan cuando se comprueba que no se trata que toreros y ganaderos, como profesión genérica, se hagan con el poder; de lo que se trata es que cuatro o cinco de cada uno de ellos sean protagonistas individuales del proceso de cambio y quienes no estén en ese reducido círculo, que se busquen la vida.

Cuando vemos como el toro disminuye --en presentación, en casta y en poder--, cuando de esa realidad no se están librando ni las plazas de primer orden, quienes lo provocan pierden toda autoridad moral para reclamar mayores cuota de poder. ¿Poder para qué, para que tengamos más dosis de toro predecible y aburrido, para que tengamos más carteles completamente cerrados en los que no cabe alguien que pueda molestar a quien se define como figura? Para ese viaje no hace alforja alguna, cuando ya ni siquiera les sirve la fórmula histórica de un “primero” y dos figuras.


En el fondo, como nos enseña la historia de la Tauromaquia, aquí no caben revolucionarios cambios de manos en el poder; al final, lo que siempre se ha impuesto, de forma silenciosa aunque lenta, ha sido el mandato de los aficionados, que por las razones más diversas han ido inclinando del balanza hacia un lado y hacia otro. La gran diferencia con el pasado, el motivo de mayor preocupación, debiera ser que esos aficionados que fueron el poder moderador, hoy en día cada vez cuentan con menos peso en una plaza con el aforo completo.  La progresiva ausencia de tal poder moderador es lo que explica, en fin, el horizonte preocupante de un futuro incierto. Por eso, lo grave y preocupante no radica en qué cuota de poder tiene cada protagonista, sino en la continuada pérdida de capacidad de influencia por parte de los aficionados. Y eso no hay pacto sectorial que lo salve; eso depende de otras razones sociales mucho más trascendentes y profundas.

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