Inspiración, reposo, calidad y
talento del torero extremeño en tarde redonda que solo tuvo un lunar: la
espada. Por no acertar con ella se le van las orejas de un gran toro.
Manuel Escribano |
BARQUERITO
Fotos: EFE
LA CORRIDA DE
VICTORINO, muy bien hecha, tardó en romper dos toros. El primero se empleó
a la manera de los saltillos mexicanos en embestidas nobles, perezosas,
distraídas a veces, a veces frenadas. Ferrera lo lidió con criterio seguro,
finura y cabeza, y lo pasó de muleta despacito, con autoridad suficiente y
natural. El poso no tan nuevo del torero extremeño. Ni un solo tirón. Todo
bastante redondo. No fue toro de público este primero. Ni tampoco lo fue la
faena a pesar de su calidad secreta. Una estocada caída.
A El Cid le costó sujetarse con el segundo: capotazos sobre
las piernas, muchos capotazos. Castigado por un lesivo puyazo trasero, el toro
amenazó con aplomarse antes de la segunda vara. Después de banderillas escarbó.
La mejor idea de El Cid, en tarde muy oscura, fue salirse fuera de las rayas
toreando por delante. Y poco más: muletazos de abajo arriba, me quito y me
pongo, intentos de enganchar por el hocico sin apenas fe, muchas voces, viajes
cada vez más rácanos del toro, que tendía a apoyarse en las manos, mareo
perdiguero, un aviso.
A las siete y veinte asomó el tercero, negro entrepelado. El
mejor hecho de los seis. Elasticidad, agilidad, la personalidad propia de lo
más granado del encaste. Fijo en el caballo, mimosa la segunda vara, galope en
un tercio de banderillas que compartieron Ferrera y Escribano. Toro de rico
estilo y ritmo mutante pero siempre vivo. Se revolvía si el trazo del muletazo
era más corto que largo, y eso pasó por la mano derecha, y se entregaba por la
izquierda con son profundo. Toro de sangre caliente.
Hizo el gasto Escribano en una faena desigual –el hilo
cortado en momentos clave- pero salpicada de espléndidos muletazos sueltos con
la zurda. Engarzados, es decir, ligados en solo una tanda que casi a última
hora hizo arrancarse a los músicos. La faena fue de aguante –toda en los
medios, incluidas las pausas- y por eso se sostuvo, a pesar de sus
desigualdades, con emoción. Una estocada de ley. No hubo petición suficiente.
Una oreja.
El gran espectáculo vino enseguida. Una faena extraordinaria
de Antonio Ferrera. Al toro más serio de los seis: ni el más pesado, ni el más
hecho, ni el más armado tampoco. Pero el de fondo más bélico y, seguramente por
eso, el que mejor y más se dio. Toreo del grande y del caro. Completo Ferrera.
La lidia, de una precisión y una sobriedad nada comunes. El toro volvía
contrario, echó al principio las manos por delante, los dos arreones al caballo
de pica fueron escalofriantes, y la manera de apretar. Una punta de fiereza.
Sobre un caballo sensacional de la cuadra de Peña, picó bien
de verdad Dionisio Grilo. De los dos puyazos y tras dos largas peleas salió el
toro suelto sin disimulo. Hasta esas dos salidas pareció haber dado Ferrera por
descontadas. Le cumplía el toro, le gustaba. Banderilleó con diligencia –dos
bravos pares de poder a poder, un tercero cambiado en tablas- y brindó al
público.
La cosa estalló enseguida. Tres muletazos de tanteo y a los
medios sin más espera. El toro pretendió soltarse –una rara y pasajera
querencia hacia la puerta de arrastre- pero Ferrera acertó a sujetarlo sin
violencia. Dos o tres veces. Como si lo convenciera. Un dechado de
conocimiento: la distancia, el modo de enganchar por abajo, el compás de cada
trazo y cada tramo. A los diez muletazos, Ferrera, plantado en la boca de
riego, ya era el dueño del toro. Y a partir de entonces vinieron a sucederse
hasta siete tandas de rigor y primor extraordinarios. La medida justa: cuando
el toro admitió seis ligados, los seis; si cinco, los cinco. Y los remates
cambiados o de pecho. El toro vino humillado y desahogado, mejor por la diestra
que por la siniestra.
El jaleo fue monumental: la banda de música –tal vez el
“Ragón Felez” no fuera el pasodoble adecuado-, el murmullo de fondo, el clamor
de la gente, los óles y los bienes subrayando todos y cada uno de los
muletazos. Solo un rasgadito del envés de la franela en un pase por alto. Un
delirio, que fue creciendo cuando, hecha la faena, Ferrera se adornó con toreo
enroscado en redondo a cámara lenta. Fantástico ritmo.
Antes de la igualada, que iba a ser en el mismo terreno
donde el toro había pretendido soltarse, Ferrera toreó a placer. Muletazos
genuflexos por bajo, larguísimos, de grueso calado. Cuadrado para la muerte, el
toro se encampanó ligeramente. Ferrera atacó en la suerte contraria. Un
pinchazo hondo y trasero. Rompió a aplaudir la gente con sorprendente pasión.
Un segundo pinchazo en la suerte natural pero en contraquerencia, un aviso, un
descabello a solas. No hubo orejas. Vuelta por aclamación para el toro de
Victorino: “Mecanizado”, número 73. Y vuelta aclamadísima para Ferrera. La
faena de la feria. La más redonda que se le recuerda. Magistral. Un detalle
final no menor: en su turno Ferrera quitó al sexto del caballo a la manera
clásica. Del peto lo sacó él y lo hizo con el garbo de unas chicuelinas de
recurso.
La faena de Ferrera pesó como una losa sobre El Cid y, de
otra manera, sobre Escribano también. El quinto toro, cinqueño, brochito, el de
menos cara de toda la feria, fue de dos caras: bravo en el caballo y al salir
de varas –humillando-, a la espera en banderillas –lidia y tercio
desafortunados- y tardo y un punto correoso en la muleta. No hubo acople ni
decisión. Incómodo el torero de Salteras. El sexto, alto de agujas, muy
astifino, cantó la gallina en el caballo –cabezazos y genio- y fue en la muleta
uno de tantos, algo incierto, mansito y todo. Un poco machacón Escribano, otra
vez seguro y listo con la espada.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Victorino Martín.
Corrida de gran variedad. De diversa condición y distintos estilos, Tercero y
cuarto –éste, premiado con la vuelta al ruedo-, de muy buena nota.
Antonio Ferrera, palmas y vuelta tras un aviso. El Cid, silencio tras un aviso y
silencio. Manuel Escribano, oreja
tras un aviso y palmas.
Picó muy bien al cuarto Dionisio
Grilo.
Jueves, 23 de abril de 2015. Sevilla. 9ª de feria. Primaveral. Tres
cuartos de plaza.
Antonio Ferrera |
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