El torero de Los
Palacios, recompensado con una oreja de
un toro frágil pero bueno, se alza con el
título tácito de mejor de los toreros sevillano de la prefería de Abril.
BARQUERITO
EL CANON RECIENTE HA impuesto festejos interminables.
La diligencia proverbial de los areneros de la Maestranza ha dejado de ser tal.
Se ha invertido el signo inexplicablemente. Es el jefe de los areneros quien indica ahora al torilero
cuándo soltar el toro. El barrido y rebarrido del albero –esta vez demasiado
mullido y denso, trampa de arena- se
comió en total no menos de un cuarto de hora.
Las lidias en banderillas, tal vez moda fijada por la cuadrilla de
Manzanares con toros sin secreto, se han convertido en trances de gratuita
duración. Los rehileteros parecen exigir la colocación ideal para reunirse en la cara. Como en el toreo de
salón. Y eso pasó en los turnos de El Cid y Luque. Mucho más a la llana, la
cuadrilla de Pepe Moral optó por el no hay tiempo que perder.
Las dos lidias del propio Cid en el primer tercio fueron
extraordinariamente farragosas: un capotazo, otro, otro más. Ajena a la
tauromaquia, esta lidia de doma amenaza con convertirse en tendencia irrenunciable
tanto como la lidia perfeccionista, y gratuita, en banderillas. La tendencia
supone, igual que la demora de los areneros, una carga de tiempos y más tiempos muertos. Dos horas y cuarenta
minutos duró esta tercera corrida de feria
de Abril, que fue un fiasco en toda regla.
Un fiasco apenas camuflado muy a última hora por una faena de Pepe
Moral. Una faena de entrega, resolución,
temple y llamativo ajuste. Y una faena sorpresa porque el sexto toro del
sorteo, de Montalvo como los otros cinco titulares y los dos sobreros, pareció de partida tan frágil como
los dos que se habían devuelto: el tercero, primero del lote de Moral, y un
cuarto que llegó a cobrar hasta dos volatines antes de tomar una segunda vara.
Pero ese sexto, que estuvo en la cuerda floja a las 9 de la noche –el
presidente llegó a tener en la mano el
pañuelo verde-, se sostuvo y, a pesar de terminar rajadito y al abrigo de tablas ya desganado,
tomó engaño por derecho y hasta repitió. El comienzo de faena, a pies juntos, tuvo acento de viejo
toreo: por lo ceñido, por la resolución. Dos tandas siguientes y seguidas en
redondo, muy vertical el torero de Los Palacios, igual de ajustado, compás
abierto, mano baja, suerte ligeramente descargada, fueron de buen compás, y
ligadas y rematadas las dos. La sorpresa
mayor de esa caja de regalos fue una cuarta tanda de toreo casi a cámara lenta.
La banda de música subrayó todos esos hallazgos con uno de sus pasodobles estelares. Solo que Pepe
Moral, caliente, sabedor de que la cosa
toda la estaba salvando él solito con su palmito y su apellido -¡moral,
moral!-, se pasó de faena. El toro quiso irse de pronto y en tablas se empeñó
Pepe en ligar una improcedente trenza. Entró con fe la espada. Una oreja.
Rompiendo una tradición que empieza a ser leyenda urbana, la parada de
bueyes de la Maestranza envolvió con acierto y rapidez los dos toros devueltos.
Ninguna de las faenas de El Cid ni de Luque se vieron castigadas por la afrenta
del aviso –en Sevilla suena como un
dolor grave y seco- pero las dos fueron de disparatadas dimensiones. Es vicio
de Luque sembrar pausas y paseos entre
tanda y tanda, y en parte por eso, pero no solo, se quedó frío el toro de mejor aire de la
corrida de Montalvo. Un segundo acochinado que tardeó un tanto pero tomó el capote
por abajo y con un ritmo extraordinario, y que empujó en una dura primera vara
muy de verdad. Lesionado en un volatín en banderillas, el toro se fue aplomando
y a los quince viajes se rindió.
Fue toro muy noble el primero, pero también se cascó en un volatín al
comienzo de pelea. Antes de cascarse, había sido estrellado contra un
burladero, y del golpe salió tambaleante y claudicante. Pese todo lo cual El
Cid se embarcó en una faena maratoniana,
monolítica. El toro había renunciado a pelear y se acabó rajando.
La corrida de Montalvo, de conducta impropia y castigada por el
infortunio –el piso pesado, las lidias reticentes, la justeza de fuerza-, se
saldó como una desdicha. Los dos sobreros fueron, además, de muy pobre nota: el
tercero bis se paró y el cuarto, víctima de una brega desafortunada, se huyó
hasta casi afligirse. El Cid acertó a sujetarlo con recursos de viejo lobo pero
en faena ladrillera. A Luque le pidieron
que cortara cuando se puso espesito con el mansote quinto. Y, al fin, todos a
casa. Más contento que nadie, Pepe Moral.
Postdata para los
íntimos.- Muy largo me lo fiáis (Tirso de Molina). Larguísimo. Potro de
tortura ese asiento de piedra. Menos mal que un par de amigos francés nos deleitaron los tiempos muertos recitando a
Verlaine, Mallarmé y Jean Cocteau. Y varios libros más: ensayos de Montaigne,
páginas escabrosas de Rabelais y
Baudelaire. Y El Principito.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Montalvo (Juan Ignacio Pérez-Tabernero). Tercero y cuarto, sobreros, de pobre nota. Corrida de
desigual remate y marcada por el signo
de la fragilidad. Se lesionaron no solo
los dos devueltos sino también un
primero muy noble. El segundo, el de mejores
apuntes, se apagó casi de repente. Manso el quinto. Frágil pero bueno el sexto.
El Cid silencio en los dos.
Daniel Luque, silencio en los dos. Pepe Moral, silencio y una oreja.
Un gran puyazo de Juan Francisco
Peña al segundo.
Viernes, 17 de abril de 2015. Sevilla. 3ª de feria. Primaveral. Apenas media entrada. Dos horas
y cuarenta y minutos de festejo.
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