domingo, 26 de abril de 2015

Cuando Miura sacó abono perpetuo en Sevilla

El 20 de abril de 1940, con triunfo de "Manolete" 
Desde 1940 a nuestros días la ganadería de Miura nunca ha faltado. Es como si se hubiera abonado a perpetuidad. En la Maestranza habían estado desde mucho años antes, prácticamente desde sus orígenes. Y hasta no hace tanto, además, con la figuras pidiendo estar en ese cartel. En aquel 20 de abril de 1940, donde se inicio una historia que ahora llega a su capitulo 75, se enchiqueraron sus seis toros, que por la tarde los lidiaran Pascual Márquez, Juanito Belmonte y Manuel Rodríguez "Manolete", que a la postre resultó el triunfador, cortándole una oreja a su primer enemigo. Un año después, cuando Pepe Luis ya era matador de toros, el de San Bernardo se unió a "Manolete" en el cartel Y formó todo un lío, cortándole las dos orejas al que cerraba plaza.

Redacción TAUROLOGIA.COM

“En la todavía corta, pero brillantísima, carrera artística de Manolete y Pepe Luís Vázquez, no puede faltar, como en la historia de todas las grandes figuras de la tauromaquia, jornadas de gloria con toros de la divisa verde y encarnada. En uno y otro torero, estas jornadas pertenecen a los anales de la plaza de la Maestranza de Sevilla. Y una y otra representan la iniciación de una hegemonía admitida casi unánimemente. Con todos de Miura resolvieron el torero de Córdoba y el Sevilla la incógnita de su porvenir, porque con ellos convencieron a todos los que hasta entonces dudaron de su capacidad”.

El párrafo, tan explícito, pertenece al cronista Enrique Vila en su libro “Miuras. Cien años de gloria y de tragedia”, que vio la luz en 1941 editado por  la Librería Sanz, de Sevilla. Y esas jornadas a las que se refiere se dieron por primera vez en los años 1940 y 1941, respectivamente. Esto es: desde que la casa Miura comenzó ininterrumpidamente a lidiar sus toros en la feria de abril, de lo que ahora se cumple 75 años.  Precisamente entre esas dos temporadas, y con 98 años ya de historia y tradición taurina, se produce el traspaso de su titularidad a la sexta generación de esta saga de grandes ganaderos: pasa a don Eduardo Miura Fernández, padre de los actuales titulares.

Los 75 compromisos ininterrumpidos con la afición sevillana se iniciaron el 20 de abril de 1940, dentro de una feria que se compuso de tres corridas de toros y una novillada; “Manolete” actuó las tres tardes y Pepe Luís mató, y con éxito, la novillada. Al año siguiente, ya ambos matadores de toros, coinciden en las tres corridas de la feria: en la de Miura, Pepe Luis obtuvo un gran éxito con el 6º, al que le cortó las dos orejas; “Manolete” formó un lío gordo con la del marqués de  Villamarta, a uno de los cuales le cortó las dos orejas y el rabo. Y ambos triunfaron con la de doña Carmen de Federico.

El inicio de los 75 años

Para la feria de 1940, la primera de estos 75 años, don Eduardo Pagés se había ajustado para la corrida de Miura con Pascual Márquez, Juanito Belmonte y Manolete. Se anunciaba para el 20 de abril, sábado por más señas. “Otro lleno de repique gordo”, anotó Juan Mª Vázquez en su crónica abcedaria, en la que fue la última de las ferias que cubrió para este periódico; a partir de 1941 la crónica taurina pasó a ejercerla “D. Fabricio”, como firmaba Antonio Olmedo, a la sazón director del diario de la familia Luca de Tena.

Según el saber del cronista, en la corrida de Miura “predominó lo bueno en el ganado, y el sentido de defensa no se asomó sino, venialmente, en el segundo, que buscó al final el amparo de las tablas, y el sexto, tardo en varas --aunque acabó por asimilarlas bien-- y reservón al final. El primero, blando al castigo, se produjo con gran docilidad. El tercero y el cuarto --tan hermoso éste como deslucido de presencia aquel-- fueron dos toros superiores. El quinto cumplió sencillamente”.

Pero antes  Juan María Vázquez había advertido: “Sabíase que los bichos no eran grandes, ni venían provistos de aquellas pavorosas encornaduras que en los tiempos clásicos de su “leyenda negra” caracterizaban a los toros de Miura. Sin embargo, el poder del nombre pervive y a ver a los miuras acudió el público, que agotó el papel en las taquillas”.

Pascual Márquez, el valiente torero de Villamanrique de la Condesa, “estuvo poco afortunado” en su primera faena. Pero “apenas asomó el cuarto, advertimos  en Pascualillo, aguijoneado por la gran ovación que a Manolete le hacían, un corojudo impulso de amor propio que parecía anunciar su total resurrección para el arte”. Y más adelante precisa el cronista: “levantó en verónicas una tempestad de aplausos, y en los quites tornó a poner en riesgo, muy toreramente, la integridad del traje y de lo que el traje tenía dentro". Sin embargo, en el tercio final las cosas no rodaron tan bien: “Buenos los primeros pases; pero por no corres el brazo con debía vinieron el engancharse la muleta en los cuernos, los desarmes y la falta de limpio hilván en la faena, que muy luego diluyóse bien deslucidamente”.

“El hijo de Juan --escribió en otro párrafo el cronista-- toreó a la verónica con aseo y quietud. Unos granitos de sal y pimienta, y la cosa habría resultado completa”. Pero, en cambio, se refirió en términos elogiosos al quite rodilla en tierra que Juanito Belmonte había realizado en el primer toro de Márquez. “Como muletero, cerquísima, fresco y exponiendo con el segundo de la tarde, al que extrajo de los tableros a fuerza de arrimarse, En el quinto, cerca también, pero deslucido y sin coraje. Al herir mediano. En total muy por bajo de lo que puede y sabe hacer”.

En aquella feria de 1940, Manolete triunfó en su primer compromiso, con toros de Tassara, pero no alcanzó lucimiento al día siguiente con la corrida del marqués de Villamarta. Es la razón por la que el cronista de ABC escribe: “Pasada su tregua de flaqueza de la corrida anterior --“cualquiera duda un momento”, que dijo don Juan--,  Manolete volvía con grandes ánimo por sus fueros de torero serio y valiente. Y suyo fue el triunfo”, principiaba el enjuiciamiento a la labor del torero de Córdoba, para luego añadir: “durante la lidia de los dos toros primeros pertenecieron a él los únicos lances reposados y prietos que por entonces aplaudimos, como en otros quites al tercero y aquel precioso, con el capote a la espalda, que llevó a cabo en el siguiente”.

“Brindada su primera faena a la plaza toda, el cordobés la desenvolvió --sobre la sombra casi siempre-- en magníficos pases redondos, molinetes, altos y ayudados, muy apretado y con sosiego notable, entre una sostenida ovación. En el centro del ruedo, muy por derecho, dejándose ver y  doblando la cintura sobre el asta, coronó la admirable labor, introduciendo por lo alto todo el acero y en seguida descabelló a la segunda. Concediéronle en el acto la oreja y entre grandes admiraciones recorrió el anillo y saludó desde el tercio”.

La labor de “Manolete” con el que cerraba plaza quedó así reflejada por Vázquez: “El último, que, además de receloso, se mantenía muy entero, trasteó con inteligencia y eficacia, y apenas lo puso en suerte dejó, bien administrada, media estocada que mató sin puntilla. Entre una ovación de despedida retiróse --sólidamente afirmado su cartel-- el pundonoroso y buen artista de Córdoba la Sultana”.

Esta ganadería se formó ésta en 1842 por don Juan Miura, con reses de Antonio Gil y, posteriormente, otro lote grande de vacas de don José Luis Alvareda, todas ellas procedentes de don Francisco Gallardo. En 1850 y 1852 se agregaron reses de la de doña Jerónima Núñez de Prado, viuda de Cabrera, agregándole en 1854 sementales de don José Arias de Saavedra (Vistahermosa).  A esta cruza hay que añadir la aportación de la sangre navarra a través de un semental regalado por el torero Lagartijo y otro (castaño ojinegro) que regaló el propio duque de Veragua. Además, han añadido aportación genética del semental “Banderillero” de la marquesa de Tamarón (Parladé), y otro del Conde de la Corte.

Al fallecimiento de don Juan Miura, en 1855, se anunció a nombre de su viuda, y de ésta pasó a su hijo mayor, don Antonio Miura, y a la muerte de éste, en 1893, se hizo cargo su hermano don Eduardo, heredándola en 1917 sus hijos don Antonio y don José, anunciándolo: “Hijos de don Eduardo Miura”.

A finales de 1940, don Antonio y don José se la cedieron a su hijo y sobrino don Eduardo Miura Fernández, a cuya muerte en 1996 la heredan sus hijos Eduardo y Antonio Miura, quienes inicialmente lidiaban a nombre de “Hijos de don Eduardo Miura” pero a partir de 2002 pasaron a anunciarse como “Miura”.

Adquirió antigüedad en Madrid, en la plaza de la carretera de Aragón, el 30 de abril de 1849, un festejo en el que se lidiaron sólo dos reses de este hierro, junto a otros toros del marqués de Casa Gaviria y dos de Luis María Durán. En el cartel de esta tarde figuraban Manuel Díaz “El Lavi”, Julián Casas “El Salamanquino” y Cayetano Sanz. A raíz de esta corrida, en Madrid se lidia con divisa negra y verde, debido a que para aquella fecha ya existía otra divisa de mayor antigüedad –la de Plácido Comesaña, procedente del Conde de Vista Hermosa--, por lo que se decidió cambiarla. Su divisa tradicional es verde y grana.

La ganadería pasta en la dehesa “Zahariche”, en el término municipal de Lora del Río (Sevilla).

En la plaza de la Real Maestranza lidió por primera vez el 15 de agosto de 1846, esto es: cuatro años después su creación. Se da la circunstancias que ese año de 1846 fue también cuando Narciso Bonaplata y José María de Ybarra redactaron una propuesta, que llevaron al Cabildo Municipal,  pidiendo que les autorizaran para celebrar una feria anual, que tendría lugar durante el mes de abril. 

Desde entonces y hasta el época actual, las figuras siempre pidieron torear las reses de este hierro en su feria de abril. Desde 1940 ha lidiado de forma ininterrumpida en esta feria.

Las cruzas originales han dado como resultado un toro singular: alto de agujas, "agalgado, largo, de gran caja, huesudo, manos y patas altas, fino de piel y algo lavado de cara. Su pelaje aporta otra gran singularidad dentro de su variedad: cárdenos, colorados, castaños, sardos, salineros, girones, salpicados, berrendos, luceros, negros zaínos y mulatos. No es un toro astifino, sino de mazorca ancha, gruesa y generosa. En la lidia es un toro cambiante, que aprende mucho y rápidamente. También saltan toros de nobleza y fijeza, quizá por la aportación de la sangre parladeña. Toro espectacular desde su salida a la plaza y en el primer tercio.

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