MANOLO
MOLÉS
@ManoloMoles
Redacción APLAUSOS
Tiene que acabar la plaga, el miedo, el perder el
tiempo, el achicarse. Toca dar la cara, toca arrimar el hombro para que, si es
posible, que por nosotros no quede este año de gracia que está a la vuelta de
un calendario. 2021 tiene que ser el año de la esperanza real. Y ya hay señales
en los cielos de la tauromaquia de echar “la pata p’alante”. Qué ejemplo el de
José María Manzanares de decir claro y fuerte en la SER que este próximo año ya
no va a quedarse en casa parado como tantos. Que este año desde el principio
quiere torear y dar curro y jornal a la cuadrilla. Y que si la empresa solo
puede llenar el 50% del aforo, Manzanares y su gente cobrarán al mismo nivel. Y
así hasta que lleguen los tiempos de la normalidad y todo vuelva a días
mejores. Pero lo fundamental es aceptar lo que hay y que la Fiesta no se quede
en el rincón del olvido.
Me gustaría que hiciéramos algo especial con un inmenso
torero a caballo: Manuel Vidrié. Es una figura, un grande, un maestro, un
espejo para los que llegaron después. Su espalda ya no le permite caminar y
montar a sus caballos. Estamos en deuda con él
Dos temporadas sin las plazas de primera y sin los
toreros de primera, de segunda y de lo que sea, es el desequilibrio total. En
la Fiesta hacen falta todos. Los grandes, los medianos y los que quieren
escalar. Y todos componen el arco iris de una Fiesta plural en la que caben la
mayoría, y que a la postre todo se decida en el ruedo si el toro y el torero
son capaces de entenderse y labrar la pirámide del éxito. Que no es fácil.
Plazas de primera aunque se cobre menos, plazas de
segunda aunque haya que apretarse y plazas de tercera porque también tienen sus
toreros dispuestos a escalar, o toreros ya maduros que tienen ese sabor de la
torería eterna y que siempre cumplieron con el mal llamado papel de “teloneros”
cuando se trataba de toreros ya casi en el final de su historia, pero con el
talento, el gusto, la torería de los que aprendieron de la A a la Z el libro de
oro de la tauromaquia eterna.
Vidrié toreó a caballo como Honrubia clavaba de pie. Le
hubieran tocado las palmas Blanquet, El Vito, Montoliu… Se le deben brindis en
una tarde de plaza grande. También gratitud por haber editado, sin escribir, el
"libro del buen toreo a caballo"
Y me gustaría que hiciéramos algo especial con un
inmenso torero. Añádele si quieres lo de “a caballo”. Es una figura, un grande,
un maestro, un espejo para los que llegaron después. Pureza, torería,
sabiduría, valor, magisterio. Un punto y aparte y un espejo en donde aprender
la magia del toreo a caballo. No era rico. Cien películas, o más, haciendo de
extra y cada día de rodaje un puñado de galopes y caídas. Por eso su espalda ya
no le permite caminar y montar a sus caballos. Es Manuel Vidrié. Bebió de la
necesidad y la casta, también de los Peralta, de Domecq, de Lupi la batida, de
Moura a dos pistas, de Hermoso la perfección que trajeron los portugueses. Y
Vidrié toreó a caballo como Honrubia clavaba de pie. Le hubieran tocado las
palmas Blanquet, El Vito, Montoliu… los grandes. Ahora Manuel cambió la silla
de montar por la silla de moverse. Todos estamos en deuda con un maestro. Una
tarde de toreo a caballo en una plaza grande debéis dedicarle los brindis y la
gratitud por haber editado, sin escribir, el “libro del buen toreo a caballo”.
Hay que honrar a los maestros.
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