CARLOS
CRIVELL
Redacción APLAUSOS
La avalancha de programas oportunistas sobre los
herederos de Paquirri está siendo sencillamente nauseabunda. Es otro ejemplo de
cómo algunas televisiones (Telecinco a la cabeza) utilizan el toreo solo cuando
se trata de airear miserias o asuntos escandalosos. Es un escándalo por lo que
tiene de manipulación y ocultamiento de lo verdaderamente importante en
Paquirri: su calidad como torero. Cualquiera con menos de cuarenta años que se
ponga delante de la televisión a tragarse estos programas puede sacar la
conclusión de que el torero de Barbate es famoso por ser el padre de Kiko
Rivera o porque se casó con la madre de Chabelita.
Es el eterno debate de la prensa rosa y su
desembarco en la fiesta de los toros. Es evidente que hay una especial
atracción de ese tipo de prensa por el traje de luces. Aunque conviene recordar
que muchas veces esta atención desmesurada ha sido cultivada por los propios
protagonistas. Son esos casos en los que el personaje se ha comido al torero.
Por ejemplo, Jesulín de Ubrique. Con su historia a
cuestas, Jesulín de Ubrique ha mantenido a un montón de personajillos que viven
a costa de sus andanzas. Jesulín es un potente motor económico de la prensa
rosa. Su temple y capacidad ante el toro han quedado eclipsadas por otros
asuntos. Y es una pena que en muchas ocasiones el propio torero lo haya
alimentado con su comportamiento.
El toreo es muy atractivo para los cotillas de la televisión.
Y lo exprimen hasta dejarla sin jugo. Lo que hubieran disfrutado si los asuntos
de Rafael El Gallo con Pastora Imperio, los de Manolete con Lupe Sino o los de
Luis Miguel con Ava Gardner hubieran sucedido en nuestros días
Para los aficionados no hay dudas sobre la valía
de los toreros. Para el público en general son personajes populares. Es el caso
de Ortega Cano, sobre cuya vida en los ruedos se escribe poco, pero es público
y notorio todo lo que hace el torero, sus parejas y sus descendientes.
Por eso me apena el último caso que estamos
viviendo con Enrique Ponce. Mucha gente se ha enterado de la existencia de un
matador de toros así llamado porque se ha separado de su mujer y se ha ido con
una joven veinteañera. Y como siempre ocurre, parte de culpa la tienen los
mismos protagonistas. Ponce no tiene ninguna necesidad de publicar fotos sobre
su vida privada. Ni Ponce ni su joven acompañante. Se ha puesto en el
escaparate para convertirse en carne de la prensa barriobajera, mientras que la
masa ignora quién es el matador de toros de Chiva. Es el signo de los tiempos.
El toreo es muy atractivo para los cotillas de la
televisión. Y lo exprimen hasta dejarla sin jugo. Lo que hubieran disfrutado si
los asuntos de Rafael El Gallo con Pastora Imperio, los de Manolete con Lupe
Sino o los de Luis Miguel con Ava Gardner hubieran sucedido en nuestros días.
La vida privada es sagrada y no debe modificar la valoración de un torero, pero
a estos se les debería pedir más cautela a la hora de exponerse con idas y
venidas que solo consiguen enturbiar la trayectoria de la que es su profesión:
toreros.
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