FERNANDO FERNÁNDEZ ROMÁN
Un “montecillo”
de mansedumbre y “esaborición”, fue
lo que desfiló por la arena de Las Ventas en los turnos que correspondieron a
primero, segundo, cuarto y quinto de lidia ordinaria; a saber: un melocotón rancio para Antonio Ferrera para abrir boca, y tres
negritos de mansuela condición a repartir con Serafín Marín, dos a dos. Cuatro toros, cuatro muermos. Mansedumbre
a mansalva, huidas escandalosas nada más toparse con los petos de los caballos
de picar y desbarajuste generalizado en la lidia de los primeros tercios. Ni Ferrera ni Marín hicieron vida de los dos primeros, y les dieron matarile
sin demasiadas complicaciones, así que
quisieron mostrarse más entonados en los segundos de los lotes respectivos; el
cuarto, con más movilidad que los antedichos, pareció exhibir un puntito de
casta, pero fue un espejismo, porque no se entregó jamás en la muleta del torero
y se metió por dentro, buscando taleguillas cuando le ofreció la muleta al
natural. ¿Cómo estuvo con este toro Antonio Ferrera? Espectacular y
preciso en banderillas y tirando de oficio y valor en el tercio final. La
estocada cayó chispa desprendida, pero la ejecución fue espléndida. ¿Y Marín? Pues por allí anduvo en
derredor de la bobalicona embestida del segundo toro y más decidido ante el quinto, un “montecillo” que desarrolló genio en la
muleta y se amuermó después, en cuanto se vio sometido. Cuatro toros, cuatro
silencios para los toreros. Ni fu ni fa. Ruina (de toros). Tedio.
En medio del tedio saltó al ruedo un
castaño con dos leños impresionantes y comenzó a correr alocadamente por todos
los tercios de la plaza, pegando coces en cuanto sentía el leve escozor del
hierro de la puya y saliendo despavorido de la jurisdicción de los piqueros. A
los banderilleros, los esperó, poniéndolos en tocata y fuga.
Así las cosas, ¿qué podía hacer el mexicanito que vestía un flamante terno de
terciopelo verde botella, bordado en oro? ¿A donde va en posición de firmes, con el cáncamo del estaquillador
pegado a la bragueta y la muleta, armada con la ”ayuda”, cayendo lánguida sobre
el piso de Las Ventas? Fue verlo el toro de esta guisa y se fue para la
estatua viviente como una exhalación. Uno, dos tres, cuatro estatuarios y uno
del desdén primoroso sacaron a los espectadores del sopor y espantaron el
muermo de la corrida. Aquello no se lo esperaba ni el más perspicaz y
aventurado de los compatriotas que fueron a ver torear a Joselito Adame. ¡Y como
toreó, mano! Con esta mano y con esta otra, abriendo el compás, clavando
las zapatillas en la arena, trayéndose a la mole castaña con el morrillo por
los bullones de la camisa y con la muleta a rastras conduciendo la temperamental
embestida de un manso que tiró del fondo de armario genético y le dio por
perseguir la tela roja como un poseso. Pues eso: conjunción de toro y torero,
ante el general asombro. Un torazo y un pedazo de torero se dieron cita en los
medios de la Monumental. Sorpresa mayúscula, por las condiciones del toro y por
la impresionante decisión de este chaparrito, que hizo toda la faena en la boca
de riego y la cerró por las rayas con unos ayudados por bajo torerísimos. La
espada se le fue un pelín abajo, pero el efecto fue fulminante, y la oreja que
paseó justo premio.
Ahora bien, para premio, el que se le
escapó en el sexto. Fue el toro bravo (el único) de la mansa e indolente
corrida de El Montecillo. Bravo de veras –hubo quien lo protestó de salida
(¿)–, metió los riñones en varas y embistió con encastada alegría y largo
recorrido. Gran toro. De los de alboroto. ¡Y
cómo alborotó Joselito Adame el
cotarro! Una serie de naturales, echando los flecos al hocico y rematando
por alto, con la bamba barriendo los lomos, fue de categoría. Las series en
redondo, macizas y ajustadas. La Puerta Grande empezaba a descorrer los
cerrojos cuando Adame pinchó dos
veces en todo lo alto, tirándose al morrillo como un jabato, antes de clavar
una estocada que asoma y descabellar. ¡Adiós
apoteosis! La vuelta al ruedo, eso sí, fue un clamor.
Si no se me molestan en México los
miembros de la gloriosa dinastía de los Armilla,
bien podría decirse que éste puede ser el “Joselito mexicano” del XXI. Sin
adelantar acontecimientos ni echar las campanas al vuelo, nadie puede negar que
ayer este chamaco lo tuvo a huevo en Madrid. De tres orejas. A ver si, al
menos, le vale para entrar en el circuito de la temporada española y no lo
arrumban, como han hecho con otros. De momento, los tres mexicanos que han
toreado en Madrid por estas fechas, le han dado un repaso a la pléyade de
aborígenes que por aquí pasaron sin dejar huella. Ellos, tres (orejas) de tres
(tardes). Nos han pintado la cara. Las cosas, como son.
FICHA DEL FESTEJO
Madrid, plaza de Las Ventas. Feria del Arte y la
Cultura, primera corrida.
Ganadería: El Montecillo. Corrida de aceptable
presentación en conjunto, pero mansa en general y de muy escaso juego por su
evidente descastamiento. El tercero, manso en varas, rompió a embestir en la
muleta y el sexto fue bravo, encastado y con recorrido.
Espadas: Antonio Ferrera (de grana y oro),
silencio en ambos; Serafín Marín (de
azul noche y oro), silencio y silencio tras aviso y Joselito Adame (de verde botella y oro), oreja y vuelta.
Entrada: Media.
Subalternos: Miguel Martín colocó dos excelentes
pares al sexto toro y mereció saludar.
Incidencias: Tarde soleada y
veraniega.
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