jueves, 20 de junio de 2013

DESDE EL BARRIO: Tiempo de paradojas

PACO AGUADO

Son tiempos confusos los que nos toca vivir a este lado del Atlántico. La ya dilatada y, hasta recurrente, crisis financiera anda subvirtiendo valores, trastocando conceptos, minando ánimos y derribando convicciones. Y la incertidumbre arrastrada, amenazante, acaba por desorientar mentes, crispar actitudes y distorsionar los mensajes.

En el toreo, la confusión es mayor si cabe que en el resto de actividades del país. Los ataques externos y la mezquina inoperancia interna están acabando por trazar un panorama resignadamente apocalíptico, pero en el que los pescadores del río revuelto siguen sacando tajada como los osos en época de desove del salmón. Toda una paradoja.

El decano de los empresarios, José Antonio Martínez Uranga, con su estampa y actitud de viejo senador romano, se descolgó proclamando hace unos días ese ya famoso "esto se acaba", después de cerrar la feria de San Isidro en la que, probablemente y aunque lo niegue, haya obtenido los mayores beneficios de su paso con Taurodelta por Las Ventas.

Paradójico, sí. Y más teniendo en cuenta que ha contado con casi dos mil abonados menos que en anteriores ediciones. Pero habría que pensar, tal vez, que dicha pérdida –tendidos altos, gradas y andanadas de sol han sido las entradas que menos se han vendido– no habrá representado ni el cinco por ciento de los ingresos de taquilla, mientras que la reducción de honorarios a la mayoría de los espadas, con la citada coartada, ha podido suponer un porcentaje bastante más alto.

Sí, probablemente sea por eso, por minusvalorar a los toreros, por lo que "esto" se esté acabando. O por lidiar toros de hechuras más adecuadas para las calles de los pueblos de la Comunidad Valenciana que para la primera plaza del mundo, y también a menos precio que el que pagarían por ellos las comisiones de festejos para embolarlos.

Ganaderamente, es esta otra paradoja más del toreo de los años confusos, que entronca con la más llamativa de todas: que, en esta situación, al ganadero le salga más rentable mandar para carne una corrida al matadero que lidiarla por su bravura en una plaza, tal y como están pagándolas algunas empresas.

Como paradójico es que la Comunidad de Madrid, la responsable política de esa farisaica confesión del "esto se acaba", siga siendo ciega a la decadencia de Las Ventas, a esa misma "ruina" que engrosa sus arcas con tres millones de euros cada año.

Es la misma actitud paradójica que lleva a considerar como algo "normal" que los mejores toreros del momento no pisen su ruedo: que hacer perderse a la afición madrileña a un Juli en sazón no sea un pecado imperdonable de la empresa, o que la dificultad de contratar José Tomás sea ya una frase hecha para la excusa de no intentarlo.

Pero las extrañas paradojas del toreo español no se limitan sólo a Madrid, sino a todo el radio de esta piel de toro que se va cuarteando, ese mapa de ferias en el que no se contrata después a los excepcionales y escasos triunfadores de San Isidro, a los que el aficionado quiere ver. Aquí la paradoja estriba en que los puestos de los carteles siguen copados por tantos y tantos nombres de quienes ya han demostrado su irrentabilidad taquillera durante un largo lustro.

Lo paradójico de esta desnaturalizada empresa taurina que sufrimos es que premia más la sumisión que el valor, la atonía que la emoción, el conformismo que la dignidad. Y por eso mismo es también una sorprendente paradoja que Toño Matilla tenga que hablar del veto de Hermoso de Mendoza a Diego Ventura en Bilbao, siendo el empresario que más limita la composición de sus carteles a una escasa lista doméstica de toreros "asimilados".

Pero paradójico es también que una empresa en retroceso, como la de los hermanos Chopera, se muestre últimamente tan agresiva con la prensa y con los aficionados que contribuyen a sostener los restos de su heredado imperio.

O que los precios de las entradas en Andalucía sigan siendo los más altos de España, justo allí donde el nivel de vida y las cifras del paro alcanzan las cotas más alarmantes. En Utrera, un ayuntamiento torpe y variopinto, ha impedido, sí, que entren a los toros los menores de siete años. Pero el verdadero problema, como en tantas y tantas plazas andaluzas abandonadas a su suerte, es que, económicamente hablando, tampoco lo pueden hacer ya los mayores.

En cambio, muy de vez en cuando, se dan algunas paradojas positivas, como la de Istres. En esa pequeña plaza francesa en vías de consolidación, un alejado reducto de sentido común, ha sido donde el tozudo torismo español ha podido comprobar cuál debe ser el trapío y el comportamiento del toro de Santa Coloma. Sí, exactamente igual a los de ese "Golosino", de La Quinta, que enseñó –ojo, también a los toreros– cómo es la embestida perfecta.


Seguro que con paradojas como esta de la bravura auténtica, "esto" tarda más en acabarse de lo que pretenden los augures.

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