PACO AGUADO
Una perenne sensación de monotonía domina los
carteles de las ferias españolas del verano. Semana a semana, las empresas van
haciendo públicas las citas de lo que resta de temporada, y una manida y
estrecha lista de nombres se repite invariablemente en distintas o similares
combinaciones. Como si poco o nada hubiera cambiado en el toreo en los últimos
diez años.
Los mismos toreros, con apenas alguna
excepción puntual, torean en las mismas plazas que el año pasado, o que el
anterior. Y con las mismas ganaderías de siempre. Alguna ausencia de los
habituales, apenas circunstancial, da si acaso para titular la noticia de la
presentación de los carteles, si es que el empresario no le echa los perros a
algunos de las pocas plumillas que
aún se atreven a preguntar en las ruedas de prensa.
En esta especie de día de la marmota que vive
el toreo, se nos vende como auténtica novedad, como una manera de darle "calidad" a los carteles de
ferias, ese bálsamo de fierabrás que algunos han creído ver en los mano a mano.
En realidad, una absurda manera de cerrar aún más los puestos de los grandes
ciclos para los mismos de siempre.
Temerosas de su escaso tirón popular en
tiempos de crisis, y obligadas a reducir sus cachés, algunas figuras que nunca
justificaron el calificativo se arropan entre sí para conseguir meter medio
aforo en los tendidos y matar tres toros por el anterior precio de dos, en una
dinámica que acabará por minar definitivamente su popularidad.
Las grandes empresas están cómodas así, con
todo el control del espectáculo en sus manos. Con ganaderías y toreros
domésticos que no provoquen grandes alteraciones han encontrado la fórmula
para, a pesar de la crisis, seguir ganando dinero sin tener que estrujarse la
sesera ni trabajar más de la cuenta. Que ya dijo Ignacio de Loyola que
en tiempos de tribulaciones mejor no hacer mudanza.
Pero tanta monotonía, esta repetitiva fórmula
de hacer las ferias y de sacar adelante las temporadas, terminará por provocar
aún más desencanto entre los públicos. Que los mismos toreros sigan haciendo
las mismas faenas a los mismos toros durante años es una manera de frenar la
ilusión y el entusiasmo. Y, sobre todo, de segar por la base toda esperanza de
futuro.
Nunca como hasta ahora se le había dado tan
poco sitio a los jóvenes espadas, a los destinados a tomar el relevo de las ya
más que gastadas figuras actuales. Ni tampoco se había dejado tan de lado, de
tan torpe, irrespetuosa y peligrosa manera, a los emergentes triunfadores de
las grandes ferias de primeros de temporada.
Va a ser verdad que las cabezas pensantes del
sistema están convencidas de que esto se acaba, y que por eso se están
dedicando a recoger los últimos beneficios sin permitir que nadie más que tenga
acceso siquiera a las migajas del último botín. Todo para ellos y, si acaso,
una parte para los toreros asimilados, que también son cómplices de esa
política de tierra quemada al negarse a compartir cartel con esos jóvenes que
les obligarían a abandonar su acomodaticia manera de torear.
Mientras tanto, entre tanta presencia
monótona, vuelve a ser noticia una casi eterna ausencia, la de José Tomás.
Una compleja micro lesión, como el ratón que para al elefante, le impide volver
a sacudir los cimientos de este anquilosado sistema de negocio, aunque, como
siempre, haya "sagaces" que
siguen pensado que todo se trata de una nueva y maquiavélica estrategia de
marketing del entorno del torero de Galapagar.
Son los mismos que acaban de salir con eso de
que José Tomás, antes del último parte médico, volvió a rehuir en
Valencia un enfrentamiento con su "temido"
Enrique Ponce. De ser así, de haber existido siquiera el ofrecimiento,
más bien debió ser el mismo empresario Simón Casas quien lo rechazara,
en tanto que el perpetuo valenciano pretendía, a estas alturas de la película,
cobrar los mismos honorarios que el madrileño. Pero nadie paga tanto por volver
a ver una película de la que sabe de memoria hasta los títulos de crédito.
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