viernes, 28 de junio de 2013

DESDE EL BARRIO: Los presentes y los ausentes

PACO AGUADO

Una perenne sensación de monotonía domina los carteles de las ferias españolas del verano. Semana a semana, las empresas van haciendo públicas las citas de lo que resta de temporada, y una manida y estrecha lista de nombres se repite invariablemente en distintas o similares combinaciones. Como si poco o nada hubiera cambiado en el toreo en los últimos diez años.

Los mismos toreros, con apenas alguna excepción puntual, torean en las mismas plazas que el año pasado, o que el anterior. Y con las mismas ganaderías de siempre. Alguna ausencia de los habituales, apenas circunstancial, da si acaso para titular la noticia de la presentación de los carteles, si es que el empresario no le echa los perros a algunos de las pocas plumillas que aún se atreven a preguntar en las ruedas de prensa.

En esta especie de día de la marmota que vive el toreo, se nos vende como auténtica novedad, como una manera de darle "calidad" a los carteles de ferias, ese bálsamo de fierabrás que algunos han creído ver en los mano a mano. En realidad, una absurda manera de cerrar aún más los puestos de los grandes ciclos para los mismos de siempre.

Temerosas de su escaso tirón popular en tiempos de crisis, y obligadas a reducir sus cachés, algunas figuras que nunca justificaron el calificativo se arropan entre sí para conseguir meter medio aforo en los tendidos y matar tres toros por el anterior precio de dos, en una dinámica que acabará por minar definitivamente su popularidad.

Las grandes empresas están cómodas así, con todo el control del espectáculo en sus manos. Con ganaderías y toreros domésticos que no provoquen grandes alteraciones han encontrado la fórmula para, a pesar de la crisis, seguir ganando dinero sin tener que estrujarse la sesera ni trabajar más de la cuenta. Que ya dijo Ignacio de Loyola que en tiempos de tribulaciones mejor no hacer mudanza.

Pero tanta monotonía, esta repetitiva fórmula de hacer las ferias y de sacar adelante las temporadas, terminará por provocar aún más desencanto entre los públicos. Que los mismos toreros sigan haciendo las mismas faenas a los mismos toros durante años es una manera de frenar la ilusión y el entusiasmo. Y, sobre todo, de segar por la base toda esperanza de futuro.

Nunca como hasta ahora se le había dado tan poco sitio a los jóvenes espadas, a los destinados a tomar el relevo de las ya más que gastadas figuras actuales. Ni tampoco se había dejado tan de lado, de tan torpe, irrespetuosa y peligrosa manera, a los emergentes triunfadores de las grandes ferias de primeros de temporada.

Va a ser verdad que las cabezas pensantes del sistema están convencidas de que esto se acaba, y que por eso se están dedicando a recoger los últimos beneficios sin permitir que nadie más que tenga acceso siquiera a las migajas del último botín. Todo para ellos y, si acaso, una parte para los toreros asimilados, que también son cómplices de esa política de tierra quemada al negarse a compartir cartel con esos jóvenes que les obligarían a abandonar su acomodaticia manera de torear.

Mientras tanto, entre tanta presencia monótona, vuelve a ser noticia una casi eterna ausencia, la de José Tomás. Una compleja micro lesión, como el ratón que para al elefante, le impide volver a sacudir los cimientos de este anquilosado sistema de negocio, aunque, como siempre, haya "sagaces" que siguen pensado que todo se trata de una nueva y maquiavélica estrategia de marketing del entorno del torero de Galapagar.


Son los mismos que acaban de salir con eso de que José Tomás, antes del último parte médico, volvió a rehuir en Valencia un enfrentamiento con su "temido" Enrique Ponce. De ser así, de haber existido siquiera el ofrecimiento, más bien debió ser el mismo empresario Simón Casas quien lo rechazara, en tanto que el perpetuo valenciano pretendía, a estas alturas de la película, cobrar los mismos honorarios que el madrileño. Pero nadie paga tanto por volver a ver una película de la que sabe de memoria hasta los títulos de crédito.

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