Se
estipulaba la cantidad de 5.000 pesetas en los contratos en caso de que en la
plaza «se introduzca algún aparato para impresionar películas con destino a
proyecciones cinematográficas»
El toreo era el espectáculo de masas por
antonomasia en España cuando el fútbol estaba en pañales en los años primeros
del siglo XX y ya entonces José Gomez Ortega «Gallito» impuso en sus contratos
una cláusula de derechos de imagen de cinco mil pesetas para las corridas en
las que toreaba.
El cine tenía viente años de vida cuando Joselito
El Gallo ya percibió su trascendencia e impacto social y su enorme importancia
a la hora de difundir sus faenas en las plazas en las que, junto a Juan
Belmonte, mandó como eje de la Edad de Oro del toreo hasta que murió el 16 de
mayo de 1920 en Talavera de la Reina (Toledo).
Se trataba de la llamada «Cláusula 14»,
descubierta por el periodista Benjamín Ventura Remacha en un contrato de
Joselito para la feria de Almería de 1915 y que estipulaba que el empresario
del coso «queda obligado a no permitir que en la plaza se introduzca algún
aparato para impresionar películas con destino a proyecciones
cinematográficas».
«Pero si en contra de lo que aquí se establece
resultase que, por distracciones de los empleados de la empresa o cualquier
otra causa se contraviene esta obligación», el empresario «abonará al espada
José Gómez 'Gallito' la suma de cinco mil pesetas por cada vez que incurra en
la falta de lo que aquí queda preceptuado», rezaba el contrato.
La cantidad es desorbitada para la época y es
inferior en muy poco a lo que tanto Joselito como Belmonte cobraban por corrida
en una época en la que a José le ofrecieron participar en una película titulada
«Amour, soleil y taureax» por 3.000 pesetas por sesión cuando, denunciaba en
1915 un periodista que firmaba «Ariel» en La Vanguardia, el actor Ricardo Calvo
ganaba únicamente 30.
Todo lo cuenta el periodista Paco Aguado en
«Joselito el Gallo, rey de los toreros», escrito en 1999 y recién reeditado por
El Paseo, junto a un sinfín de factores que, además del fundamental del toro en
el campo y en la plaza, dominaba el coloso de Gelves desde que se hizo amo de
la Fiesta y, con muy pocos años, no dejaba al azar nada de los que sucedía en
torno a ella.
Junto a la construcción de plazas monumentales
para hacerlas accesibles a un mayor número de aficionados y abaratar las
entradas, el menor de los Gallo no dejaba un cabo suelto en nada y, además del
toro, estaba encima de todo, no en balde Belmonte afirmaba siempre categórico
sobre cualquier aspecto organizativo o de dinero que «lo que diga José».
En este sentido de controlar todas las vertientes
del espectáculo taurino, Joselito vio muy pronto que el invento de los hermanos
Auguste y Louis Lumière, que tuvo su puesta de largo en París en 1895 iba a
tener una influencia no menor en la percepción de las corridas de toros.
Mantiene el periodista madrileño que la exigencia
de Joselito podría ser la causa de que «existan tan pocas imágenes tanto de sus
actuaciones como de las de Belmonte» y que «mucho o poco, según se mire», es
«un escasísimo archivo comparado con la gran cantidad de corridas que toreó y
que viene a confirmar su prevención a que otros hicieran negocio a costa de su
fama e imagen».
Las únicas escenas de cine que se conocen del
torero de Gelves son las de su alternativa en Sevilla, las de la tarde de la
despedida de Bombita, las del abono del Pilar de Zaragoza de 1913, las de una
corrida de la Feria de Abril de 1914, las de su actuación en Madrid con siete
toros de Martínez, las de seis Contreras en Valencia, las de la Magdalena de
Castellón de 1915, dos corridas en Barcelona en 1918 y un tentadero en la
ganadería de Guerrita en su segundo año de alternativa. / EFE
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