Diario ABC
de Madrid
«No hay quinto malo». Frase tópica y típica
cualquier tarde de toros, más aún en aquellas en las que los primeros astados
no han embestido. Esa expresión, que curiosamente es el título del quinto álbum
de Niña Pastori, viene de los tiempos en los que no había sorteo y el ganadero
reseñaba para esa posición al que consideraba el mejor toro del cercado. Pero
claro que hay quinto malo, que se lo pregunten a toreros y ganaderos... Y
aficionados.
Carlos Abella, en «Derecho al toro», lo explica
así: «Tiene su origen en la época en la que en las corridas de toros no existía
el sorteo de los toros, sino que era el ganadero quien reservaba el de mejor
nota y presumible mejor comportamiento para ser lidiado en quinto lugar».
Sobre el famoso dicho, el crítico de ABC Antonio
Díaz-Cañabate hizo las siguientes reflexiones, recogidas en el Anecdotario del
Cossío:
«Que no hay quinto malo se dice por la fuerza
enorme e indestructible de las frases hechas, y esta concretamente, con tantos
modismos incorporados a nuestro lenguaje familiar, se acuñó en el mundo taurino
en el siglo XIX. Data de los tiempos en que no había sorteo y en que los toros
eran lidiados por el orden que disponían los ganaderos, quienes reservaban para
el quinto lugar aquel que tenía mejor nota. En la época del mandón Guerrita, se
lo adjudicaba él normalmente, como segundo de su lote. Mas llegó el señor
Mazzantini y se fue imponiendo el sorteo.
¡Ya creo que ahora hay quinto malo! Lo comprobé
una tarde agosteña, calurosa y sofocante, en una novillada tediosa; en mis cercanías,
arrastrado ya el cuarto, se oyó la frasecita. Y salió el quinto toro: un buey
de solemnidad.
-Con que no hay quinto malo, ¿eh? -vociferó un
señor muy corpulento, levantándose airado de su asiento.
-¡A ver ese que ha dicho lo de que no hay quinto
malo, que baje al ruedo! -gritó otro.
-¡Eso, eso, vamos a tirarle entre todos al ruedo!
-se adhirió un tercero, mientras el quinto de la tarde brincaba sin saber nada
de los capotes.
Tampoco el de la frasecita infeliz quería saber
nada de lo dicho y, trémulo y pálido, se agazapaba en su asiento. No veía
llegada la hora del arrastre del quinto, temiendo por el propio. Hasta que el
corpulento espectador, autor de todo el episodio, volvió a alzarse,
sentenciando:
-¡Por esta vez se ha salvado usted, pero como le
vuelva a oír esa tontería, se va al ruedo de cabeza a justificar su afirmación!
Me han dicho que en los Estados Unidos se fabrica
una sustancia que se introduce en los oídos produciendo una sordera absoluta.
Sería cosa de venderla en las plazas de toros, juntamente con los abanicos».
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