miércoles, 17 de junio de 2020

El origen de la expresión «no hay quinto (toro) malo»

Viene de la época en la que aún no existía el sorteo en las corridas de toros
Diario ABC de Madrid

«No hay quinto malo». Frase tópica y típica cualquier tarde de toros, más aún en aquellas en las que los primeros astados no han embestido. Esa expresión, que curiosamente es el título del quinto álbum de Niña Pastori, viene de los tiempos en los que no había sorteo y el ganadero reseñaba para esa posición al que consideraba el mejor toro del cercado. Pero claro que hay quinto malo, que se lo pregunten a toreros y ganaderos... Y aficionados.

Carlos Abella, en «Derecho al toro», lo explica así: «Tiene su origen en la época en la que en las corridas de toros no existía el sorteo de los toros, sino que era el ganadero quien reservaba el de mejor nota y presumible mejor comportamiento para ser lidiado en quinto lugar».

Sobre el famoso dicho, el crítico de ABC Antonio Díaz-Cañabate hizo las siguientes reflexiones, recogidas en el Anecdotario del Cossío:

«Que no hay quinto malo se dice por la fuerza enorme e indestructible de las frases hechas, y esta concretamente, con tantos modismos incorporados a nuestro lenguaje familiar, se acuñó en el mundo taurino en el siglo XIX. Data de los tiempos en que no había sorteo y en que los toros eran lidiados por el orden que disponían los ganaderos, quienes reservaban para el quinto lugar aquel que tenía mejor nota. En la época del mandón Guerrita, se lo adjudicaba él normalmente, como segundo de su lote. Mas llegó el señor Mazzantini y se fue imponiendo el sorteo.

¡Ya creo que ahora hay quinto malo! Lo comprobé una tarde agosteña, calurosa y sofocante, en una novillada tediosa; en mis cercanías, arrastrado ya el cuarto, se oyó la frasecita. Y salió el quinto toro: un buey de solemnidad.

-Con que no hay quinto malo, ¿eh? -vociferó un señor muy corpulento, levantándose airado de su asiento.

-¡A ver ese que ha dicho lo de que no hay quinto malo, que baje al ruedo! -gritó otro.

-¡Eso, eso, vamos a tirarle entre todos al ruedo! -se adhirió un tercero, mientras el quinto de la tarde brincaba sin saber nada de los capotes.

Tampoco el de la frasecita infeliz quería saber nada de lo dicho y, trémulo y pálido, se agazapaba en su asiento. No veía llegada la hora del arrastre del quinto, temiendo por el propio. Hasta que el corpulento espectador, autor de todo el episodio, volvió a alzarse, sentenciando:

-¡Por esta vez se ha salvado usted, pero como le vuelva a oír esa tontería, se va al ruedo de cabeza a justificar su afirmación!

Me han dicho que en los Estados Unidos se fabrica una sustancia que se introduce en los oídos produciendo una sordera absoluta. Sería cosa de venderla en las plazas de toros, juntamente con los abanicos».

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