El
acuerdo animalista no le va a salvar la vida a ningún toro. Por el contrario,
va a promover la extinción de toda la raza del toro bravo en el país, que no
tendrá ya razón de ser.
ANTONIO
CABALLERO
Revista
SEMANA de Bogotá
La lidia de un toro en la corrida consta de tres
partes, llamadas tercios: el tercio de varas, el de banderillas y el de muerte.
El Concejo de Bogotá acaba de aprobar un acuerdo que prohíbe las varas, las
banderillas y la muerte del toro. Con lo cual prohíbe las corridas de toros.
Pero los concejales, a sabiendas de que no tienen
la autoridad legal para prohibirlas, que pertenece al Congreso, astutamente le
hacen el quite a la ley escudados en el argumento hipócrita de que simplemente
las están “desincentivando”. No las prohíben enteras, oh, no: solo prohíben las
tres partes que las componen. No prohíben la música de la banda, ni la venta de
entradas a la plaza (aunque les recargan el doble de los impuestos que pagan,
por ejemplo, las entradas para el cine). Y sin embargo parece ser que hubo
entre ellos agitadas discusiones y fuertes desacuerdos. Pero no sobre la
prohibición de la fiesta misma, con todas sus consecuencias estéticas, éticas,
sociales, económicas y laborales; sino solo sobre la prohibición de acompañarla
“con el consumo de bebidas embriagantes”. Al final ganaron los partidarios del
trago. De manera que en la plaza de toros se podrá tomar trago, pero no ver
toros. Se llamará entonces, supongo, plaza de trago.
Dicen los animalistas impulsores de la prohibición
que no es por castigar o impedir los placeres ajenos: el gusto que tenemos los
aficionados por el rito y el espectáculo, por la fiesta y la belleza del
combate entre el hombre y la bestia, para ponerlo en los términos más extremos.
No en la cursilada de la “persona humana” y la “persona animal sintiente”.
Dicen que no es por eso, pero a menudo se les escapa su beatífica condena del
“placer elitista”: placer de ricos, y en consecuencia censurable.
Pero sinceramente no creo que sean tan
deliberadamente ciegos como para no haber visto nunca al público que va a los
toros. ¿Creen de verdad que el gentío que abarrota las 15.000 localidades de la
plaza de Santamaría está integrado solo por millonarios? ¿Que hay 15.000
millonarios en Bogotá, sin contar los de Cali o Manizales, o los de las docenas
de plazas de pueblo de todo el país, fijas o portátiles? El politiquero
populachero Gustavo Petro, cuando era alcalde, se inventó la falacia malvada de
que “desde la comodidad de (nuestras) fortunas” los aficionados a los toros
estábamos enviando a la muerte a los novilleritos que protestaban en huelga de
hambre contra su arbitraria decisión de clausurar la plaza de toros de
Santamaría, impidiendo que ellos pudieran entrenarse para encontrar trabajo en
su oficio. Hay ricos, sí, en el mundo de los toros: empresarios, ganaderos,
matadores: las primeras figuras del toreo. Como en el mundo del cine son
millonarios muchos actores, y la mayor parte de los productores, y los dueños
de los teatros. ¿Y es ese un motivo para prohibir la exhibición de películas de
modo que los ricos no puedan ir a verlas?
Prohibida por “desincentivación” la muerte del
toro, ¿habrán pensado los animalistas qué hacer después con los toros así
toreados? Se lo preguntó en un programa periodístico el torero Moreno Muñoz a
la animalista Andrea Padilla, concejala impulsora del astuto acuerdo. ¿Los van
a adoptar hasta que mueran de viejos? Y ella dijo, magnánima: “Son costos que
hay que asumir”. Pero no dijo quién.
Lo más estúpido del asunto es que el acuerdo
animalista, aun si no es declarado ilegal por la Corte Suprema, que en muchas
ocasiones ha proclamado ya la legitimidad de las corridas de toros en Colombia,
no le va a salvar la vida a ningún toro. Por el contrario: va a promover la
extinción de toda la raza del toro bravo en el país, que si desaparecen las
corridas no tendrá ya razón de ser. Y, de paso, va a hundir en la miseria a los
miles de personas que viven de ellas: matadores, picadores, banderilleros, ganaderos
y vaqueros de las ganaderías, monosabios y areneros de la plaza, revendedores
de entradas, entrenadores de las cuadras de caballos, vendedores de sombreros y
de cojines a la entrada de los toros... Como dice la concejala Padilla, movida
por su amor por los animales:
–Son costos que hay que asumir.
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