FERNANDO
FERNÁNDEZ ROMÁN
He visto cómo una “manifa” de mujeres recorría
algunas calles del casco urbano de Valladolid gritando consignas “feministas”
contra el “machismo”. Eran, todas ellas, jóvenes. Algunas, muy jóvenes; tal vez
demasiado jóvenes para poder asegurar que estaban plenamente concienciadas de
lo que hacían y representaban. Desfilaban embozaladas (de mascarilla), en
hileras bien ralas, guardando una distancia prudencial, para que no se diga que
incumplen las normas sanitarias. Había una que gritaba tan desaforadamente que
por un momento dudé acerca de qué se le rompería antes, si las cuerdas vocales
o la vena del cuello; pero a estas horas no me cabe duda de que tendrá algún
problema orgánico de este tipo. En cualquier caso, un respeto. Están en su
derecho. Es 8-M y vivimos tiempos en
que, por menos de un pimiento, cualquier “femi” integrada en tan disperso
desfile –no llegarían al centenar-- te suelta un soplamocos con la parte más
afilada de la libertad de expresión y te
deja turulato, sin poder de reacción. En ese momento, me acordé de “La
Reverte”. ¡Esa sí que fue una “feminista” como Dios manda! Desde luego, pionera
en España entre las de su género, esto es, de las que se remangaban el mandil
en casa, al amor de la lumbre, y le arreaban un sartenazo al marido por
cualquier menudencia o atisbo de discrepancia. ¡Menuda era “La Reverte”! No les
digo más que fue torero (así, en masculino), y de los buenos. Al menos, de las
que se arrimaba al toro o novillo tanto o más que los masculinos de su generación.
Lo que pasa es que un tal Juan de la Cierva, Ministro de Gobernación del
período constitucional monárquico de Alfonso XIII, prohibió que las mujeres
torearan en España. Por aquél entonces (año 1908), a las mujeres que empuñaban
capas, muletas y estoques les dio por anteponer el artículo a su apodo taurino,
de tal forma que proliferaban en los carteles nombres como Dolores Sánchez, “La
Fragosa” o Ignacia Fernández “La Guerrita”, cuyos apodos denotan las ínfulas
que traían a los ruedos aquéllas féminas. Son las sucesoras de una tal Nicolasa
Escamilla, apodada “La Pajuelera”, sin que sepamos realmente el motivo de tan
extraño cognomento; pero sí sabemos que el mismísimo Goya la inmortalizó en uno
de sus geniales aguafuertes, aunque como “picadora”. Una pajuelera y picadora
da para mucho devaneo en mentes de rijosa laya.
Sin embargo, en el contexto de su tiempo --el de
De la Cierva como censor y opresor del “feminismo taurino”—ninguna mujer tan
agalluda como María Salomé Rodríguez, “La Reverte”. Dicen las crónicas que era
dura como el pedernal, o como la pizarra que se arranca de la agreste geografía
de Senés (Almería), el pueblo que la vio nacer. Fue, desde luego, la más
famosilla de su tiempo, porque toreó mucho en los primeros años de su actividad
en los ruedos, compitiendo más que dignamente con algunos toreros varones
contemporáneos. Sin embargo, el tal De la Cierva (que fue Ministro de no sé
cuantas cosas) acabó con su trayectoria taurina a golpe de Real Decreto, y esta
mujer, “La Reverte”, tuvo que buscarse la vida… sin abandonar los ruedos; para
lo cual falseó su certificado médico y se recortó la melena. Y como sus rasgos
machunos le ayudaban en su nueva “personalidad”, apareció lidiando reses bravas
con el nombre de Agustín Rodríguez junto a otros toreros incipientes de hace
siglo y pico. Nada de travestismo ni transformismo –entonces ni se soñaban
estas cosas--; se hizo pasar por hombre, y pasó.
Don Natalio Rivas, una especie de “influencer” de
aquél tiempo, asegura que en una gresca conyugal le rompió una pierna a su
marido de una descomunal patada, y acabó su vida como guarda jurado –armada con
escopeta de un cañón—en una mina. ¡A ver quién era capaz de subírsele a las
barbas –si las tuviere-- a esta real hembra! Un personaje tan reputado, en lo
político y lo social, como don Natalio, que vivió larga vida en la España de
monarquía, república y dictaduras, que fue un gran aficionado a los toros
y muy amigo de las grandes figuras
–Belmonte le regaló su coleta, cuando se la cortó, para siempre—, no deja de
ser un silo de datos de irrenunciable consulta; y si él dice lo que dice de “La
Reverte”, será por algo.
Por eso hoy, al ver el paseíllo de las cuadrillas
del “feminismo” contra el “machismo” –dos “ismos” polarizados que se repelen--,
me he acordado de “La Reverte”. ¿De parte de quién se hubiera puesto “La
Reverte”, en esta España del siglo XXI, donde las mujeres (solo algunas) gritan
desesperadamente en las calles, reclamando una legítima equiparación de
derechos? Imposible saberlo; porque si la buena de María Salomé se entera de
que quienes a voz en grito demandan castigos bíblicos para el macho del género
humano por su execrable comportamiento puntual con la hembra y se pide igualdad
de oportunidades para unos y otras, también esas mismas voces claman por la
supresión del hecho cultural y patrimonio inmaterial de la Tauromaquia. Las
mujeres, por supuesto, pueden torear. Y algunas lo hacen de maravilla; pero tanto a ellas como a
ellos, las quieren laminar –lapidar-- taurinamente, como antaño laminó
–lapidó-- De la Cierva a las compis de
“La Reverte”. Ocurre, sin embargo que ésta se las ingenió para torear y toreó,
¡vaya si toreó! Podría decirse que entonces se puso el mundo por montera. Ahora, --estoy convencido-- se lo
pondría por Montero. Puede que, incluso, se colocara brazos en jarras ante la
comitiva y le cantara las cuarenta a su contingente. “La Reverte” no tuvo 8-M. Ni falta que le
hacía.
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