lunes, 29 de marzo de 2021

La Tauromaquia o la política del apartheid

Artículo de opinión de C. R. V. sobre la situación actual del toreo
 
El soliloquio más famoso de la literatura, el de ‘Hamlet’ de Shakespeare, comienza así: ‘Ser o no ser, esa es la pregunta’. Y sigue. ‘¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia?’. El debate actual del mundo del toro es puro ‘Hamlet‘. Ser o no ser. Anunciar toros o no hacerlo. Presionar o esperar. Rebelarse o aceptar el infortunio del destino. Aguantar en silencio o gritar. Sea lo que elijamos, más nos vale hacerlo sin cavar trincheras entre nosotros, en constante guerra civil y desde un cainismo febril. Porque en este gueto social que es el mundo del toreo, andamos más a la espera de quien opina distinto que de quien piensa igual.
 
Incluso ahora, cuando la oficialidad del toreo dice que estamos unidos, hay un debate visual y expuesto que confronta a quienes dicen que anunciar toros sin la certeza de dar lo que se anuncia es casi mentir, con los que creen que anunciar toros con carteles y fechas es la forma de generar esperanza. De presionar a quien no concede permisos, de mantener viva la ilusión de toros. Un debate del que no saldrá el futuro. Pero, si en lugar de alimentar nuestra propia confrontación, destinamos unos minutos a pensar porqué nos sucede lo que nos está pasando, puede que tengamos una gran razón para no hacerlo.
 
El año pasado comprobamos en nuestras carnes que nuestro Gobierno nos deja solos en medio de una tempestad histórica. Sin que la sociedad española clamara por el maltrato. Comprobamos que el dinero público que permitió dar ciertos espectáculos llegó de las administraciones ‘amigas’. Pero comprobamos también que, todas ellas (‘amigas y enemigas’) metieron en un idéntico entre paréntesis al toreo cuando se trataba de permitir aforos para dar espectáculos. Todas, incluso las administraciones tan ‘amigas’ como la de Madrid. ¿Por qué?  ¿Qué tiene de especial, de extraño, de agitador el toreo para que produzca tanta meticulosidad a la hora de poder trabajar en las mismas condiciones que pueda hacerlo otro espectáculo?
 
¿Qué tiene de especial, de extraño, de agitador el toreo para que produzca tanta meticulosidad a la hora de poder trabajar en las mismas condiciones que pueda hacerlo otro espectáculo?
 
Tiene que el toreo y la Tauromaquia es una actividad de excesivo uso político. Y casi siempre, un uso político negativo. Ninguna otra actividad posee esa característica. Nadie usa el aforo de un concierto, de un cine o de un teatro, ni el aforo de un deporte, como munición contra el rival político. Los toros, sí. Y sólo los toros.  Socialmente, el hecho de no conceder ayuda a un trabajador del sector, torero o mozo de espadas o, por qué no, empresario, no crea conflicto de desatención en la opinión pública. Tiene tal estigma el toreo que nada de lo que padezca un hombre o una mujer del toreo, genera un gramo de misericordia social. Mientras que, al contrario, que se deje fuera de ayudas a alguien de otro sector, crea en la opinión pública una emoción favorable al desatendido.
 
Ni el discurso cultural, improductivo a todas luces, ni el ecológico, estéril y ninguneado, ni otro discurso de los contenidos de la tauromaquia, han calado en la sociedad española. Los toros, de facto, son un mundo entre paréntesis, aislado, en cuarentena social. Nuestra actividad, fuera de las aulas, de las estructuras de enseñanza, alejadas de las comunicaciones diarias, es una actividad “extra normal” o “para normal”. Me atrevo a calificarla como la cultura del gueto, porque comienza a ser similar. En mi opinión, el toreo tiene poco de transgresor (en discrepancia opinativa del contenido de un estupendo y recomendable libro de Rubén Amón, ‘El Fin de la Fiesta’) y mucho de apartheid.
 
Desde el momento de que se aparta al toreo de la vida social con la intención de que se prohíban o desaparezcan, es un apartheid en su máxima expresión.  Desde el gueto judío en ciudades europeas hasta la política supremacista blanca delapartheid en Sudáfrica, no ha habido nadie tan puesto en cuarentena de recursos, derechos, libertades y hasta en cuarentena física como la Tauromaquia y sus gentes. Trasgredir es ir en contra de una costumbre, ley o norma. Nosotros no transgredimos la ley ni la norma. Porque la norma y la ley admiten al toreo en su integridad. Sucede que hemos permitido que esa norma que nos ampara sea papel mojado. Y, al hacerlo, se nos ha apartado de la sociedad. Pero no por la ley y la norma, sino por el mal uso de las mismas.
 
Y como jamás hemos exigido que se cumpla la ley y la norma, lejos de ser transgresores (ojalá lo fuéramos) sólo hemos admitido el sectarismo del apartheid. Es más transgresor en España el galguero, el gallero o el boxeador que un torero, cuya actividad está amparada por la Ley 18/2013 y la por Constitución.  Seremos transgresores el día que rompamos todo lazo normativo que nos una al común de la legislación social y constitucional.
 
‘No conceder ayuda a un trabajador del sector, torero o mozo de espadas o, por qué no, empresario, no crea conflicto de desatención en la opinión pública. Tiene tal estigma el toreo que nada de lo que padezca un hombre o una mujer del toreo genera un gramo de misericordia social’
 
La gente de la Tauromaquia vive en una tierra que le pertenece pero que, sin embargo, gran paradoja, no es suya. Labrada a mano solo por ellos, colonizada solo por ellos, fertilizada sólo por una ecología ganadera incomprendida y no valorada; regada por el valor y la sangre de los toreros y alimentada por el dinero del aficionado. Luego no hay nada. Pero no lo hay porque el toreo está y es ‘extramuros’ de la vida y la sociedad española. No extramuros de su ley y de su Constitución, que nos ampara y recoge. 
 
Y está así, en gran parte, porque nosotros no hemos cuidado de forma constante y adecuada el mensaje diario de lo que significa el toreo. Lo intentamos ahora, pero nos enfrentamos a un superávit de opinión pública contraria muy asentada ya en los españoles. Contraria o absolutamente indiferente. Y, mucho me temo que es contraria o indiferente solo por una cuestión casi estética: todo lo que se aparta, todo lo que se mete en el gueto y en la cuarentena se su espacio aislado, es malo.
 
No deja de ser otra paradoja nuestro intenso trabajo diario. Consiste hoy en lanzar mensajes de reconstrucción cuando lo que hacemos es un intento desesperado de supervivencia. Sobrevivir no es reconstruir. Y, que conste, que este trabajo de supervivencia es una tarea difícil y estimable. Casi abrazable, que nadie se sienta ofendido. Pero creo que, en esta tarea de tratar de salvar los restos del naufragio, no le estamos dedicando tiempo y recursos a lo que de verdad pueda ser nuestro futuro. Salir del apartheid, del gueto. Normalizarnos dentro de la sociedad. Es decir, que la noticia de que un banderillero trabajador no tiene una ayuda para comer, sea un escándalo. Por ejemplo. Que el cierre de un medio de comunicación taurino sea noticia negativa y reflexiva. Que una empresa o una pyme taurina sin ayudas sea noticia por trato desigual. Esa es la normalidad.
 
‘La Tauromaquia está siendo expulsada, apartada, segregada de todas las plataformas digitales de imagen y video. Es decir, de los grandes canales de comunicación usados a diario por todas las generaciones actuales en todo el mundo’
 
El trabajo “hacia adentro” y “por dentro” será necesario, claro. Pero mientras las generaciones de españoles no tengan conocimiento de la existencia y aportación de la Tauromaquia a su mundo normal, nada será para el futuro. Pongo un ejemplo. El peor de nuestros problemas sea que la Tauromaquia está siendo expulsada, apartada, segregada de todas las plataformas digitales de imagen y video. Es decir, de los grandes canales de comunicación usados a diario por todas las generaciones actuales en todo el mundo. Las Ventas, La Maestranza, una figura del toreo, un medio de comunicación… no tienen dónde subir sus contenidos para comunicarlos. Hace años nos fueron  expulsando de las radios, de las televisiones, de casi la totalidad de los medios de información general, … y ahora nos excluyen del gran canal de comunicación. Pregunto: ¿no es éste el gran problema de nuestra actividad, llámese cultura o como se quiera llamar? Y ahora pregunto de nuevo: ¿de verdad pensamos que con esta realidad social y de opinión pública una administración o gobierno no se va a pensar dos veces permitir un aforo, o tomar una decisión favorable al toreo? 
 
El gran trabajo, el mayor de los esfuerzos, pasa por recuperar los canales de contacto con la sociedad española. No hay otro reto más urgente e importante. Podremos lograr recursos públicos para dar festejos, podremos subsistir a base de reducir nuestras fronteras, podremos subsistir mandando toros y ganaderías al matadero, haciendo que haya menos toreros, reduciendo número de festejos, reduciendo número de localidades que den toros… pero estaremos sobreviviendo a causa de nuestro propio futuro. Porque, desde 2008 sobrevivimos con la estrategia de hacernos más pequeños. Mas insignificantes y más prescindibles. Esto último, ser prescindible, es el inicio de réquiem.
 
Da la impresión de que, fuera de la endogamia, no tenemos chance ni objetivo. Que trabajamos para justificar ante los ‘nuestros’ que trabajamos. Entre nosotros hay un examen continuo de quién es más leal con el toreo, quién es más aficionado, quién está dando la cara o quién no la da. Pero es entre nosotros. Y el toreo no tendrá futuro si sólo es entre nosotros y no traspasamos la frontera de una tierra cada vez más achicada. Nos están dejando vivir en nuestra parcela, en nuestra casa, donde la luz cada día es mas cara, donde no llega el periódico y el médico ya ni viene. Nos dejan con nuestras propias ‘normas’ y sistemas, como dejaron a los de los guetos y en el más descriptivo apartheid. Salir de él es la cuestión. El ser o no ser del toreo. / MUNDOTORO

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