...Por
la similitud con el movimiento realizado por la santa mujer...
En la tradición católica la Semana Santa es el
periodo litúrgico más intenso del año. Dado que se conmemora la Pasión, Muerte
y Resurrección de Jesucristo, la iglesia invita a la oración, reflexión y
penitencia. Muchos artistas han respondido a este llamado plasmando sus
sentimientos en distintas representaciones de la Pasión.
Una de las reliquias que más huella ha dejado en
el arte es la capa con la imagen de la Santa Faz. El evangelio apócrifo de
Nicodemo narra que, camino del calvario, una piadosa mujer enjugó el rostro de
Jesucristo que quedó impreso en la manta. El nombre Verónica deriva de la unión
de las palabras vera ("verdadera" en latín) e icon, (latinización del
griego eikon "imagen"), es decir, vera icon: verdadera imagen. A
principios del siglo VIII, el papa Juan VII construyó una capilla en San Pedro
para custodiar la reliquia.
Por la similitud con el movimiento realizado por
la santa mujer, se llama verónica al lance fundamental del toreo. El artista
lleva al toro empapado de capote, con temple, hondura, cadencia, y un sutil
manejo de las muñecas que le permiten ofrecer el pecho al toro y cargar la
suerte. Con la verónica, el hombre obliga a la bestia a dejar su inercia para
comenzar a ir a donde no quiere y a eso –a imponer la voluntad del torero sobre
la del animal– le llamamos torear.
Me explicaba don Pedro Moreno que la verónica se
realiza siempre de frente. Pues sería un desacierto imaginar que la piadosa
mujer se hubiera acercado a limpiar el rostro de Nuestro Señor de costado. Por
lo que a lo que no se haga de frente, cargando la suerte, debemos llamarle
simplemente lance y no verónica.
Don Pedro también usaba "la verónica" de
El Greco para ilustrar cómo se debe tomar el capote: con delicadeza y usando
sólo las yemas de los dedos para impregnar al lance de una mayor sensibilidad.
En la pintura de El Greco, la mujer viste una túnica de tonalidades oscuras que
contrastan con el velo de su cabeza y el capote de la Santa Faz. Los blancos
son los tonos dominantes que permiten crear una sensación irreal en la que el
cuadro aporta más volumetría a la imagen de Jesucristo que a la figura de
Verónica, lo que permite un dejo de mayor espiritualidad.
De la misma forma, cuando un matador combina
naturalidad y hondura, invade la jurisdicción del toro llevándolo de adentro
hacia fuera, con embroque y ligazón e impregnando sentimiento y personalidad,
provoca en los aficionados una sensación de un éxtasis o piedad que nos hace
imaginar la vera icon. / www.altoromexico.com
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