JORGE
ARTURO DÍAZ REYES
Bueno, toda no. Quizá bastará del 70 al 90 por
ciento de la población total del mundo inmune para que cese la pandemia, dicen
los epidemiólogos.
La primera opción, la clásica, la biológica, la de
que sobreviva el más apto, es terrible. Significa esperar a contagiarnos todos
y ver caer a los vulnerables que han o hemos de morir. Lo que al módico 3 por
ciento promedio (letalidad actual de la enfermedad), equivaldría más o menos a
240 millones de personas fallecidas. Una hecatombe, a cambio de que el resto,
el 97 por ciento de sobrevivientes, quedaran blindados (hasta la siguiente
pandemia).
La segunda, la científica, la médica, la
vacunación es menos animal, más humana. Sin ella, las medidas preventivas:
tapabocas, lavado constante de manos, distanciamientos, aislamientos, toques de
queda, etcétera, solo retrasarían, con todas sus consecuencias, la llegada del
fatal porcentaje darwiniano. Pero la campaña de inoculación que comenzó hace
casi cuatro meses, avanza, lenta, desigual, discutida y accidentadamente. Así
vamos...
Hoy, por ejemplo; Estados Unidos ha vacunado solo
el 28 por ciento de su población; España, el 9.5 por ciento; Colombia el 3.4
por ciento, y algunas otras naciones aún menos. ¿Cuántos van en todo el mundo?
Aproximadamente 400 millones, por ahí el 5.4 por ciento, y estamos hablando
apenas de la primera dosis.
Entre tanto, la próxima ola del tsunami viral se
nos abalanza, justificando coerciones; clausura de comercios, prohibición de
concentraciones y espectáculos públicos. Unos optan por negar la realidad y
seguir con los faroles, otros por paralizarse, y también los hay que resisten y
tratan de salir a flote adaptándose a los limitados recursos que la crisis
ofrece.
De los empresarios taurinos, la mayoría, o
mantienen sus plazas tapiadas o avanzan carteles y ofrecen ferias improbables.
Condicionándose unos y otros al exigido 50 por ciento de aforo y si no, nada.
En contraste, los menos van por la tercera vía.
Siguen dando festejos, como pueden, con quien pueden y cuando el tiempo y la
autoridad lo permiten. Para ellos, ni castillos en el aire, ni comas inducidos.
Riesgo, valor y trabajo duro. Son los que mantienen vivo el toreo.
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