La
joven novillera, enfermera y exgimnasta, repasa la miel y la hiel de su
trayectoria taurina
ANTONIO
LORCA
@elpais_toros
Diario EL
PAÍS de Madrid
Rocío Romero (Córdoba, 1998) es torero (así
prefiere que la llamen) desde su nacimiento. Ese es, al menos, su
convencimiento: “Creo que el toro me ha elegido a mí”, afirma con indisimulada
timidez. Y ella, a sus 22 años, y con el título de enfermera a punto de
colgarlo en la pared de su habitación, lo explica así: “Recuerdo que era muy
pequeña y sentía algo en la barriga cuando veía toros; en el colegio infantil me
decían que escribiera cinco palabras, y siempre se me ocurrían las mismas:
toro, capote, muleta, banderillas, toreo… No sé, algo se había despertado en
mí. Yo digo que el toro me llamó”.
Añade que, siendo todavía una niña, lo pasó muy
mal (“lloré muchísimo”) porque se autoconvenció de que no podía ser torero, y
la gimnasia rítmica se convirtió en una vía de escape. Tenía entre doce y trece
años, se proclamó campeona de Andalucía y tercera de España, y dice que esa era
su vida hasta que se cruzó el toro.