JORGE
ARTURO DÍAZ REYES
@jadir45
En circunstancias tales, frases que fuera de
contexto sonarían simples, adquieren dimensiones épicas. La historia se
complace atesorándolas.
César entrando en las Galias: La suerte está
echada… Ricardo III, cercado en un lodazal de Bosworth: Mi reino por un
caballo… Barreiro acorralando a Bolívar en el Pantano de Vargas: ¡Ni Dios me
quita la victoria! McArthur huyendo de las Filipinas: ¡Volveré!
Pues anteayer, Simón, transbordado a Nimes,
buscando las aguas más propicias de La Vendimia, soltó tras la corrida, una no
menos impactante: “Sí el barco de la fiesta se hunde todos somos responsables”
Y agregó: “Todo el mundo, desde los profesionales hasta la prensa”.
Ese mismo “todo el mundo”, al que semanas antes
había hecho saber por medio de su contramaestre, que Madrid no daría toros este
año. Mejor dicho, que el gran portaaviones de la armada no entraría en combate.
Bueno, ya que andamos en metáforas navales,
sigamos la corriente y recordemos también que bravos capitanes se han hundido
con sus barcos. Prefiriendo morir antes que abandonar ningún pasajero, tripulante,
o el patrimonio que se les confió. Código de honor.
Frente a Finisterre, hace 138 años, el capitán y
la tripulación entera del Douro, excepto el oficial al mando de los botes
salvavidas y dos marineros para gobernar cada uno, se fueron al fondo sin
queja, tras poner a salvo todo el pasaje. Edward John Smith, impasible se
sumergió con su Titanic. Hans Langsdorff, se envolvió en la bandera de combate
del Graff Spee y se pegó un tiro, avergonzado por haber sobrevivido.
De otro lado, no ha mucho, al italiano Francesco
Schettino le condenaron a 16 años de cárcel por escapar del Costa Concordia y
al surcoreano Lee Joon-seok a cadena perpetua por abandonar el Sewol;
naufragios donde desaparecieron centenares de personas. Dejar la nave sin
liderazgo en trance crítico, fue lo que más pesó en el criterio de los jueces.
No vale a un capitán que naufraga distribuir la
responsabilidad entre todos y subirse a un bote salvavidas. Gaje del oficio que
debe tenerse presente antes de aceptar la jerarquía. Pero en fin, mejor no
comparar la fiesta con un barco a pique.
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