miércoles, 16 de septiembre de 2020

Honor de filósofo

JORGE ARTURO DÍAZ REYES
@jadir45
 
Las negras alas ensombrecen el cielo de los toros en Madrid, México, Lima, Bogotá, Lisboa, Quito, Barcelona, Cali... Los enrojecidos ojos adivinan una res vieja, debilitada por males preexistentes, acosada por la pandemia y tirada en el campo. Los hoyos encima de los corvos picos inhalan cadaverina. Las garras filosas presienten carne. Las calvas cabezas deliran por jirones de vísceras. La indefensión les excita.
 
Las hay de diversa especie; políticos de rango nacional, municipal o veredal; periodistas, intelectuales, artistas, filósofos, charlatanes, “Infuencers” de variado alcance. Oportunistas todos, intolerantes todos.
 
Adeptos escapan. Reconocidos campeones de la causa, arrojan sin pudor sus armas y corren. Unos despavoridos, otros con vergonzante disimulo, y no falta quien cambiando de bandera se revuelve contra lo jurado buscando algún despojo.
 
En mi cotidiana revista de prensa encuentro ayer en El Mundo, un insoslayable artículo de Juan Diego Madueño:  El desencanto de Víctor Gómez Pin: “La tauromaquia ha de medir su abismo". Que se anuncia como su insistencia en la defensa de la fiesta, lo cual definitivamente no es. Todo lo contrario.
 
El connotado pensador y aficionado catalán, fruidor de aquel toreo próspero que florecía en su región antes del anatema contra el cual rompió lanzas, acaba de publicar: “El honor de los filósofos”. Libro prolijo de 600 páginas, del que solo he alcanzado a leer el sustancioso prólogo.
 
Pero volviendo con sus confesiones a Madueño, de que ya no le interesa la defensa de la tauromaquia, porque después de haber repetido tantas veces los mismos argumentos, "me da vergüenza… No voy a repetirlos ni una vez más".
 
Aduciendo ahora que desde su posición de viejo izquierdista sesentayochero (Paris, La Sorbona) rechaza la connivencia taurina con la ultraderecha, “que en ocasiones se sirve meramente de la tauromaquia como la sangre de un perro famélico sirve a la garrapata…, que elige a un torero como personaje emblemático” (¿Morante?). Clama que a su amigo Antonio Ordóñez nunca se le hubiera ocurrido hacer algo parecido.
 
Pues ello incluso ha permitido a un miembro de Unidas-Podemos, llamarla “franquismo resucitado” y a los aficionados, bárbaros. Como en un lánguido deja vú lamenta: ¿se da cuenta del peso de sus palabras, de la ofensa profunda…, de lo que significa tratar a millones de personas como bárbaros?
 
Pero concede, “Hay varias causas que la han colocado ahí (a la tauromaquia, en el abismo)… Una de ellas antropológica… El conocimiento de alto grado... se ha expandido en imperativo de que la instrumentalización no sólo no debería afectar a los seres humanos sino que la niega a cualquier ser que sea susceptible al sufrimiento.”
 
Concluyendo: “…Esas dos cosas, el animalismo y la política, hacen muy difícil a los defensores de la tauromaquia (él ya no lo es) sustraerse de las críticas… Tiene que saber que es una minoría y debe aceptar el devenir intelectual del mundo… Cuando hay un gran peligro hay que tener una gran respuesta. La tauromaquia no la tiene".
 
Para invitar finalmente a digerir la derrota total, de la cual huye, sollozando por sus recuerdos: “¿Tirarán las estatuas de los toreros? "¿Qué va a pasar en Ronda? Hay monumentos... No sé si los respetarán”.
 
Ante todo eso, también yo me pregunto si en el “honor de los filósofos” (correspondencia entre pensamiento y comportamiento) caben oportunismo, apostasía y deserción. Así sea con el triste pretexto de que “Ahora, en Barcelona, hay más mascotas que niños”. Esta curiosidad por sí sola me obliga comprar el libro.

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