PABLO GONZÁLEZ HERMOSO
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Cuando una persona acude a una Plaza de Toros
a presenciar una corrida, sea aficionado
o simple espectador, el primer acto formal que presencia, aparte del bullicio
bullanguero y colorista de los tendidos, es el conocido con el nombre de “Despeje de Plaza”.
El cometido de “despejar la plaza”, modernamente, lo realizan dos Alguacilillos, a
veces uno solo, avanzando en sus corceles hacia la Presidencia de la Plaza, a
quien piden el correspondiente permiso para que comience el espectáculo y, tras
obtenerlo, recorren el perímetro del albero en direcciones opuestas cada uno,
hasta llegar a la puerta de cuadrillas para dar comienzo al “paseíllo”.
En él se integran, a modo de abigarrada y
solemne procesión taurómaca –además de los toreros, banderilleros y picadores-,
una serie de personajes de variado rango, diferentes profesiones y peculiares
cometidos, que bien merecen le dediquemos un poco de nuestra atención, siquiera
porque la labor que realizan es necesaria para el buen desarrollo de la “corrida de toros”.
“Rompiendo
Plaza” o, si lo prefieren, encabezando la variopinta
comitiva, van los mismos dos Alguacilillos que anteriormente habían realizado
el “Despeje de Plaza”, seguidos de
los tres matadores, sus nueve banderilleros, seis picadores con sus mozos de
caballos, conocidos como “chulos” o “mono-sabios”, varios areneros y dos
tríos de mulillas para arrastrar al toro, asistidas por los mulilleros
correspondientes que cierran el cortejo.
El orden que debían ocupar los diferentes
componentes de las cuadrillas las versifica Salvador Rueda (1857-1933), en La fiesta
nacional:
“Ya va a salir la cuadrilla;
la puerta gira: ¡Silencio!
De tres en tres colocados;
en los capotes envueltos,
de los pliegues oprimidos,
libres los brazos derechos;
las monteras en las sienes
y los pies en movimiento,
detrás de los alguaciles
que comienzan el despejo;
primero van los espadas,
después, los banderilleros,
siguiendo los picadores
sobre caballos entecos,
y mozos, tiros y mulas,
ponen remate al cortejo”
Después describe en otros versos el instante
en que llegan a la zona de la barrera, que está bajo el Palco Real o del
Presidente de la corrida, y todos saludan reverencialmente:
“Junto al estribo parados
al Rey saludan los diestros;
truecan las capas brillantes
por los capotes de juego…
Pide un Alguacil la llave,
a escape atraviesa el ruedo,
y, tras sonar de clarines
delante el cornúpeto,
que bufa, extiende la cola,
¡y arranca cortando el
viento!”
Con motivo de la nueva llegada a Madrid del
francés José I, el 15 de mayo de 1810, tras ser reparada la plaza de la
Puerta de Alcalá de Madrid, se celebró la primera corrida el domingo 24 de
junio, corriéndose diez toros que fueron estoqueados por Jerónimo José
Cándido, Juan Núñez “Sentimiento”
y “Curro Guillén”, tres cada
uno y el último por el media espada Lorenzo Badén. Como nota curiosa, y
aún cuando era costumbre, el paseíllo se hizo por este orden, primero los
soldados que practicaron el despejo, luego los alguaciles de golilla, los
toreros, picadores, dos perreros con sus seis alanos cada uno, el chulo con la “media luna” y otros con las banderillas
de fuego. Tras los areneros y las mulillas, salió el “Verdugo de la Villa”, montado en un burro, que era el encargado de
leer las advertencias y sanciones para aquellos que “….arrojasen piedras, palos o animales muertos a los lidiadores,
provocaran reyertas, etc…”
El acto de “despeje
de plaza”, practicado por los Alguacilillos, actualmente es un puro formalismo
que ha quedado como una reminiscencia de la costumbre secular practicada en
todas las plazas, para que las personas que invadían y paseaban por el ruedo,
antes del comienzo de la corrida, lo despejasen y ocupasen sus localidades.
Antiguamente, esa labor la realizaba la
compañía de tropas encargada de prestar seguridad a las Autoridades que
presenciaban la corrida, que, además, se empleaban a fondo ante la desobediencia
de la plebe que deambulaba por el ruedo.
Sánchez de Neira,
al describir una “Función Real”
celebrada en la Plaza Mayor de Madrid, el 21 de agosto de 1623, con motivo de
la visita a la capital del Príncipe de Gales, Carlos Estuardo, dice que:
“…se hizo el despeje de la plaza por
la guardia real española y alemana”, y que el cortejo del paseíllo se
hizo en primer lugar el “trompeta mayor”
seguido de dieciséis alabarderos, sesenta clarines y trompetas y “veinticuatro alguaciles del buero”, es
decir de palacio
En un facsímil de una corrida real, dada en la
Plaza Mayor de Madrid, el 17 de agosto de 1690, reinando el Rey Carlos II
“El Hechizado”, se relata la
contundencia con que se emplearon las tropas encargadas del “despeje”: “…los Capitanes de las Guardas, puestos ante el Balcón Real, hizieron a
fus Mageftades una profunda reverencia y licencia para començar el defpejo de
la Plaça; la cual recibida, y ordenados los Efquadrones precedidos de fus
valerofos Caudillos… dieron dos, ó tres velociffimas vueltas a la Plaça,
lloviendo confiderable multitud de palos, vnos dados, y otros amenazados fobre
los que ya fe les hazian angoftas, y eftrechas las puertas para falir huyendo…”
En otras ocasiones la fórmula empleada era más
contundente si cabe, y lo hacían sacando un toro al ruedo, cuya fórmula se
anunciaba al público en los respectivos carteles de toros; como ocurrió en
varias ocasiones en Granada en 1.764, donde se cita que por la mañana se
correrían cuatro toros “Uno a despejar la
Plaza”, y nueve por la tarde, “Uno de
despeje” donde se informa que “El
Amphitheatro, ó Plaza de los Toros, es en la Carrera de la Virgen” y en
ellas tomaron parte, como toreros de “á
pie”, Juan Romero, de Ronda, Diego Castilla y Antonio Abad
de Granada.
Otras veces realizaba el despejo la guardia
personal del Rey, que eran los Alabarderos, como ocurrió en las corridas que se
dieron en la Villa y Corte, el 22, 24 y 28 de Septiembre de 1.789, con motivo
de la exaltación al trono de Carlos IV: “…desfilaron los Alabarderos apareados y partiendo la Plaza, giraron
espalda con espalda, en cuya forma la despejaron..”, una vez hecho el
despejo se situaban bajo el balcón del rey o autoridad que presidía el
espectáculo: “la compañía de
Alabarderos que cubrió en ala el frente del balcón del Rey, en el que no había
contrabarrera, pues servían de tal los referidos Alabarderos…”. La
fuerza citada pertenecía a una compañía del Regimiento de los Dragones de la
Reina.
Esa costumbre de pasear por el ruedo, no solo
estuvo consentida, sino que incluso fue recogida en algunos Reglamentos
taurinos, como el de “Funciones de Toros
de la Plaza de Madrid”, de 30 de junio de 1852, que en su artículo 34
especificaba: “Desde media hora antes
de la corrida se permitirá al público pasear por el redondel hasta la señal de
principiarse la función, que se hará el despejo, retirándose cada cual a su
puesto, sin permitir en el chiquero, cuadras y demás dependencias otras
personas que las que correspondan a la cuadrilla o sirvientes de la Plaza.
Después de muerto el último toro podrá volver el público al redondel”.
No podía faltar la glosa de algún poeta, como
la de Luis Quiñónez de Benavente (1589-1651), que lo refleja en su Baile de los toros:
“Manda el amor que despejen
los soldados de su guarda,
y que un pregonero avise
antes que el toril se abra.
Esa costumbre de despejar la plaza a cargo de
la compañía de alabarderos o fuerza semejante, fue abolida por real orden de 3
de julio de 1865: “La Reina (Isabel
II) ha tenido a bien mandar que en lo sucesivo se suprima en las corridas de
toros el despejo que se ha acostumbrado a verificar en las Plazas por la fuerza
armada. De Real orden lo digo a V.E.”
No obstante hubo otra vez en que se hizo el
despejo a la antigua usanza, y fue en una corrida celebrada en Madrid el 2 de
mayo de 1.902, con ocasión de la mayoría de edad del rey Alfonso XIII y
la jura de la Constitución. En tal ocasión se colocaron en “cuádruple hilera dieciséis guardias de
alabarderos, cubriendo la llamada puerta de Madrid, en la plaza de la carretera
de Aragón”.
Como ya hemos dicho, el “despeje de plaza” lo realizan modernamente los Alguacilillos, que
dependen del Presidente de la corrida, y son
los encargados de ir en busca de las cuadrillas de toreros y de entregar
la llave de los chiqueros al chulo de toriles, que es el encargado de abrirlos.
A pié, dentro de la barrera, recibe las órdenes que el presidente estime
oportunas, y las comunica a los diestros o subalternos. Al finalizar la lidia
de cada toro, es el encargado de entregar a los toreros los trofeos que se
hayan concedido.
La vestimenta del alguacilillo es negra y está
compuesta de golilla blanca, capa corta y un sombrero tocado con plumas. En
Madrid son de color rojo y gualda, en cambio en Sevilla son de color rojo y blanco.
La golilla suele ser bien lisa, al estilo de la época de Felipe IV o rizada de
la época de Felipe III. El uso de polainas y botas de cuero es de mediados del
siglo XVIII ya que en el siglo XVII no se usaban.
La palabra Alguacil, según lo define el “Diccionario histórico y forense del Derecho
Real de España” de Andrés Cornejo, 1779, dice que: “Es voz al parecer arábiga, y omitiendo la
varia etimología que refiere Covarrubias, según
diferentes autores, dice él mismo, puede la dicha voz traer su origen
del hebreo, y latino rapere, que significa aprehender al delinqüente”.
No obstante el nombre de Alguacil, como agente
de la autoridad judicial, lo hallamos registrado desde bien antiguo, pues ya en
la Biblia, en tiempos de Möisés (hacia 1250 a.C.), es éste Patriarca
quien eligió “de los principales de
vuestras tribus hombres sabios y probados y los nombré vuestros jefes y además
designé alguaciles”. (Deuteronomio, 1,15), y en tiempos del rey Salomón
(950 a.C.) era el Alguacil el que ponía coto a los camorristas: “El revoltoso busca camorra: le echarán un
alguacil inflexible”.(Proverbios 17,11) Cossío, dice que: “No menos que de 1503 es una pragmática dada
por Isabel la Católica en Alcalá e incorporada a la Nueva Recopilación (libro
1º, tít. 31) referente a alguaciles”.
No obstante, con anterioridad, el marqués de San
Juan de Piedras Albas, en su obra Fiestas de Toros, Bosquejo histórico, pag. 329, recoge la participación de un alguacil en el negocio de los
toros, en un documento elevado a “Escritura
pública” del 15 de junio de 1372, con motivo de la organización de las
fiestas conmemorativas en honor de los Santos Mártires Vicente, Sabina y
Cristeta, muy venerados en la ciudad de Ávila, el domingo antes de la
fiesta de San Juan de dicho año: “…Otrofí
mandamos a Don Samuel que de un toro para que fe pueda lidiar para eftas
fieftas… y sino lo quifiere dar, rogamos y mandamos a Ximen Muñoz alguacil que
le prenda por cient marauedis… E fi el dicho alguazil no le quifiere prender
que peche dozientos marauedis e fean para pro de la dicha iglesia”.
Sea como fuere, la realidad es que el cometido
de estos ayudantes de la autoridad la ejercían, en principio, sin recibir
emolumento alguno, cuestión que llevó a que las quejas fuesen numerosas, ya que
en la mayoría de los casos tenían que desatender sus oficios u ocupaciones.
Don Luis del Campo, en su obra Pamplona y
Toros s.XVII, recoge varias notas de cantidades
pagadas por el Ayuntamiento de Pamplona
a un “Alguacil de Corte”,
entre 1614 y 1630, cuyos libramientos oscilan entre los doscientos cincuenta
reales en 1614 a los noventa que cobró en 1630.
En cambio en
Madrid no hay constancia de ninguna clase de estipendio a los Alguaciles
hasta 1636, debido a las reiteradas quejas de los mismos, ya que las corridas
se daban por la mañana y por la tarde, y se ordena les recompensen con tres
ducados para cada uno.
También se refiere, Luis del Campo, a
otro “Alguacil de Corte” en la Villa
y Corte, llamado Pedro Vergel, quien debido a los supuestos cuernos con
que le adornaba periódicamente su esposa, la actriz Josefa Vaca, una
mujer sensual y de gran belleza, dice que fue famoso en sus días y ensalzado
por Lope de Vega en una de sus obras, motejándolo de “El mejor mozo de
España”. En cambio, el tal Vergel, no se libró de que el II Conde de Villamediana, D. Juan de
Tarsis y Peralta (1581-1622, su padre alcanzó el título de conde por haber
organizado el servicio de postas y el título de “Correo Mayor del reino”, título que también heredó), le dedicara,
malévolamente, varios versos jocosos aludiendo a los adornos con que le
obsequiaba su esposa, por cuya causa, decía, que no le atacaban los toros
porque éstos lo consideraban el rey de su especie:
“Con tanta felpa en la capa
y tanta cadena de oro
el marido de la Vaca
más que novillo es un toro”.
También le dedicó esta otra lacerante estrofa:
“Qué galán entró Vergel,
con su anillo de diamantes.
Diamantes que fueron antes,
de amantes de su mujer”.
La mordacidad del conde llegó a tal extremo
que, en una del las justas que participó presenciadas por los reyes, sacó una
divisa con un rótulo, a modo de jeroglífico, que decía: “Son mis amores…” y varios “reales”
de plata cosidos a continuación. El primero que tradujo el acertijo fue el
bufón de Felipe IV, un tal Velazquillo, cuya traducción sirvió de
mofa en toda la Corte y de gran cabreo en el rey, quien ya tenía, desde hacía
tiempo, la “mosca” tras de la oreja,
en concreto desde el día en que el monarca le gastó una broma a la reina, al
encontrarla sentada de espalada, y al taparle los ojos con las manos la
soberana le dijo: “Estaos quieto,
conde”
El retrato de la personalidad y el carácter de
este Villamediana, del que al parecer Tirso de Molina y Zorrilla
se inspiraron en su leyenda para crear el personaje de D. Juan, la glosó
en un romance, a su muerte (dicen que por orden del rey, el 21 de agosto de
1622), un poeta contemporáneo suyo (D. Antonio Hurtado de Mendoza), en
el que nos descubre que era diestro en rejonear y arredrado en cualquier liz:
Ya sabéis que era Don Juan
dado al juego y los placeres;
amábanle las mujeres
por discreto y por galán.
Valiente como Roldán
y más mordaz que valiente…
más pulido que Medoro
y en el vestir sin segundo,
causaban asombro al mundo
sus trajes bordados de oro…
Muy diestro en rejonear,
muy amigo de reñir,
muy ganoso de servir,
muy desprendido en el dar.
Tal fama llegó a alcanzar
en toda la Corte entera,
que no hubo dentro ni fuera
grande que le contrastara,
mujer que no le adorara,
hombre que no le temiera.
Estos fueron, grosso modo, los orígenes de los
Alguacilillos que hoy vemos en nuestras Plazas de Toros y cuyos cometidos han
quedado reducidos, en la mayoría de los casos, al simulacro de despejo,
acompañamiento de las cuadrillas en el paseíllo y a la entrega de los trofeos a
que se hagan acreedores los matadores, pues los que ejercen y transmiten las
órdenes del Presidente de la corrida a los toreros participantes o integrantes
de sus cuadrillas son los llamados “Delegado
de callejón” ó “Delegado
gubernativo”, que pertenece, por lo general, como el presidente, al
Cuerpo Nacional de Policía, en la mayoría de las plazas.
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