Tres orejas corta el torero leonés Javier Castaño, feliz intérprete de una versión campera del toreo. Notable Urdiales con un victorino de calidad. Firmeza de Gallo con dos difíciles cuadris. |
BARQUERITO
EL PRIMERO DE LOS dos desafíos ganaderos de la Magdalena
tuvo por mayor argumento la variedad. No se lidiaron los toros atendiendo a antigüedad de los hierros. Primó
la antigüedad de los toreros y por eso
abrió corrida un toro de Victorino, que fue, por cierto, el de más calidad de los seis. Un
toro vivo, codicioso y repetidor, de
lindo estilo. Apaisado de pitones, cárdeno, degolladito y ojalado, corto de manos, estampa felina,
espabilado el gesto. Muy en Saltillo.
Justo de fuerzas que no de fondo, solo un puyazo, un par de resbalones o patinazos, casi una sentada
de toro tronchado, pero la prontitud
propia de la casta y la nobleza de los victorinos buenos.
Urdiales, notable
con el capote –cinco lances de brega templados,
tres más de dibujo excelentes-, se acopló bien al son del toro en buen terreno –los medios, primero, y el tercio,
después- y por las dos manos, en tandas
breves de tres y el de pecho, bien ligadas,
suavemente enganchado por delante el toro, perfecta la colocación. Ni una vez sorprendió el toro al torero de
Arnedo, que no pasó con la espada: tres
pinchazos, una corta y tendida, dos descabellos, un aviso.
El segundo de
corrida fue de Miura. Sardo con predominio del
pelaje castaño y negro, largo
cuello, fino hocico, alto, de agujas,
más toro por delante que por detrás. Acalambrado pero pronto, tomó un primer puyazo corrido, y se empleó
pero claudicó al salir del caballo, y
Castaño decidió dejarlo de larguísimo para una
segunda vara. Vino el toro al paso desganadamente, pero galopó en banderillas inesperadamente y se lució la
cuadrilla. Fue en la muleta toro noble,
pero aplomado y de corto impulso. Le pesaban
los cuartos traseros. Pero no se defendió. Tapado pero puesto, Castaño lo toreó con resolución y tiró de él
cuanto pudo y más, lo tuvo en la mano
siempre y, cuando lo vio agotado, se fue por la
espada. Soltando el engaño, una estocada honda tendida y trasera que bastó.
El tercero, de
Cuadri, de gran cuajo, asomó alocado y se estrelló nada más salir contra un burladero vacío. Iba
a resentirse del testarazo luego.
Escobillado, gacho, tomó capa obediente. Firme,
Gallo le pegó lances despaciosos y, luego de un puyazo sin apretar, quitó por chicuelinas y remató con revolera.
Al tercer muletazo rodó desparramado el
toro, que se fue viniendo abajo poco a poco, a
moverse mollar pero perezosamente y acabó metiendo la cara entre las manos pero sin llegar a escarbar.
Seguro y templado con el toro Gallo pero
en trabajo ingrato. Tres pinchazos y un descabello.
El cuarto, de
Victorino, descarado, vuelto y cornipaso, moñudo y de amplio balcón, ni feo ni guapo sino todo lo
contrario, tuvo más nobleza que fuerza o
voluntad. Urdiales tiró de él con corazón,
sereno y asentado, sin cansarse ni renunciar. A cámara lenta muletazos de bello trazo. No es que se
resistiera el toro pero le costaba
viajar pese a haber sangrado en varas muy poco. La faena de Diego, muy valerosa, fue ganando peso y
convenciendo. Difícil trabajo. Un
pinchazo, una rara estocada atravesada en la suerte contraria, un descabello. Y una vuelta al
ruedo protestada pero recompensa para
una tarde de torero bueno.
El quinto, de Miura,
negro entrepelado, gargantillo y coletero, algo
zancudo pero con más carnes de lo habitual en el miura clásico, salió acalambrado y renqueante, apoyó mal,
claudicó, echó las manos por delante,
escarbó, se vino alegre a un segundo puyazo
prescrito más por Castaño y su deseo de lucirlo que por la condición del toro, galopó en banderillas,
volvieron a lucirse los dos rehileteros
de la cuadrilla y, en fin, Castaño hizo el alarde bravo de abrir faena casi de punta a punta –de una
raya a otra, la de enfrente- y de
aguantar impávido y suelto de brazos un primer viaje a contraquerencia. Una tanda de categoría. Y
enseguida, otra abierta con un nuevo
cite a la distancia. Se arrancó la música, se
calentó la gente, se templó del todo el toro, que tuvo bondad y
quiso mejor en la media altura que
descolgado, y se embaló con euforia la
cosa toda. Cuando se apagó el toro, Castaño se puso encima sin el menor temblor. Una estocada desprendida. Dos
orejas. La cuadrilla se abrazó al
maestro, tan fresco que no parecía ni haberle costado la empresa.
El hueso de la
tarde fue el sexto toro, de Cuadri. Tremendo por hondo, astifino, las palas cenicientas, una
seriedad apabullante porque era
larguísimo, tendió a frenarse tras solo tres primeras arrancadas en tromba y, aunque romaneó y
peleó de bravo en un puyazo imponente,
fue en la muleta pieza difícil. Tardo, como
encogido, atacaba en embestidas correosas con un punto incierto y temperamental. Le faltaba, además, el golpe
de riñón con que se da la bravura. Gallo
volvió a estar entero y seguro, sacó dos tandas de mérito con la derecha, el toro se le revolvió
por la izquierda y no le dejó. Se paró
el toro, cesaron las hostilidades pero no la intriga y, en fin, no entró la espada ni hizo por ella
el torero salmantino.
FICHA DEL FESTEJO
Desafío Ganadero. Dos toros -1º y 4º- de Victorino Martín; dos -2º y 5º- de Miura;
y dos -3º y 6º- de Cuadri. El primer
victorino y el segundo miura fueron,
cada uno en su estilo, los de mejor juego. El
sexto, de Cuadri, el más
difícil de los seis.
Diego
Urdiales, de grana y oro, saludos
tras un aviso y vuelta protestada tras un aviso. Javier Cataño, de azul cobalto y oro, una oreja y dos orejas. Salió a hombros. Eduardo Gallo, de azul pavo y oro, silencio y silencio tras un aviso.
Brillantes y celebrados en banderillas David Adalid y Fernando Sánchez, que parearon los dos toros de Miura. Saludaron montera en mano en ambos astados, en el sexto, junto
con el lidiador Marcos Galán.
Sábado, 9 de marzo de 2013. Castellón. 6ª
y penúltima de la feria de La Magdalena.
Tres cuartos de plaza. Templado, soleado.
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