El tramo de miniferia "de
los encastes" se abre en Fallas con una corrida de albaserradas del hierro
de la Uve.
Antonio Ferrera, dejando en lo alto uno de sus pares de rehiletes, en su regreso al coso de la Calle de Xátiva tras siete años de ausencia. |
BARQUERITO
Fotos: EFE
Las hechuras de la corrida de Adolfo Martín fueron impecables. Cinqueños
los seis toros del reparto; dos de ellos, tercero y quinto, a punto de cumplir
el tope reglamentario de los seis años; tres llevaban el mismo nombre, «Aviador», pero, siendo de reata común,
salieron de condición tan diversa que ni siquiera el nombre fue pista fiable
esta vez. Seriamente armados, astifinos los seis y de muy finos cabos y cañas
también. Cárdenos o negros entrepelados, la pinta clásica de
la procedencia Saltillo vía Albaserrada. Unos más altos, otros
más largos, ofensivos sin excepción, los toros de Adolfo pusieron, más
por las formas que por el fondo, alto el listón del tramo torista del abono de
Fallas, bautizado como "feria de
encastes".
Uno de los seis, el primero de los tres «Aviadores», tercero de corrida fue toro
de particular categoría. Bajo de agujas, ligero, 521 kilos, el más liviano de
todos, cárdeno claro, tuvo por seña
peculiar la de lucir cresta negra en la penca del rabo. Galopó como solo pueden
hacerlo los toros cortos de manos y tomó engaño descolgado y humillado en largos
viajes. Como era toro bien abierto de cuerna –caídas las palas acapachadas-,
ese modo de descolgar y humillar se hizo más que patente. Fue, encima, toro muy
pronto y elástico. La gracia de la bravura.
Un primer puyazo tomado demasiado en corto –se
encontró el toro al caballo encima- y un segundo al que acudió alegre para
meter los riñones y apretar como los elegidos. Picó con acierto Ángel Rivas,
sangró bien el toro, quitó Ferrera con lances limpios y replicó David
Esteve sin brillo. Era el toro de Esteve, que hace un año y en
Fallas tuvo la fortuna de llevarse del sorteo otro toro de Adolfo de extraordinario y todavía
más serio que éste.
Esta faena de ahora no tuvo la emoción de
aquella otra. Y no porque no la pusiera el toro, que quiso por la mano derecha
con soberbio estilo y llamativa nobleza y sólo tuvo el pero de avisarse un poco
al enganchar tela por la mano izquierda. No dejó de querer por ninguno de los
dos pitones. Esteve, que no torea apenas, hizo de tripas de corazón. No
es que fuera un trágala –tan claro era el toro con toda su gracia- pero no era
fácil ni estar ni acomodarse. No pegó el torero tirones, acompañó mal que bien
los viajes, esperó las repeticiones sin enmendarse. Pero no se templó. Los
paisanos de Rafelbunyol, pueblo límite de la Huerta norte, pidieron música y,
si llega a entrar la espada a la primera y bien, piden la oreja. Porque
parecían mayoría. Un pinchazo, una estocada defectuosa soltando el engaño y un
descabello. Vuelta al ruedo. Gran ovación en el arrastre para el toro. No
hubiera estado de más la vuelta al ruedo.
Ninguno de los otros dos «Aviadores» tuvo nada que ver con el que tanta altura cobró de
vuelo. El quinto, todavía más abierto de cara, peleó en el caballo –picó
certero Paco Tapia-, desarmó a Siro, que lidiaba con soltura, y
en banderillas se le vino al pecho sin más. Era toro incierto y estuvo
apuntando a Eduardo Gallo con dudosas intenciones. Hubo que torear
tapado, el toro no se dejó pegar dos seguidos y se acabó parando y apagando.
Cuatro pinchazos y una estocada.
El sexto, último «Aviador», galopó de salida como un purasangre, fue el más toro de
los seis y arrancó una ovación de gala al repetir galopes. Se encendieron los
focos, se deslumbró el toro, que pareció lesionarse en una de las carreras, no
estuvo afortunado picando el gran Tito Sandoval y, la cara arriba, el
aire distraído y hasta incierto, el toro fue en la muleta el reverso de la
salida. Pasivo, parecía tener marcha atrás. Solo medias arrancadas, ni una vez
metió los riñones Resolvió discretamente la papeleta Esteve.
Entre los otros toros hubo dos con nombre de
reata famosa: un primero «Madroño» y
un cuarto «Sombrerillo». El uno
cumplió en varas como los buenos, pero salió en la muleta de colmillo
retorcido, corto y muy revoltoso, ácido, de soltarse a veces de engaño. No que
tirara cornadas ni fuera zapatillero, pero fue toro listo. Ferrera,
templado con el capote, fácil con las banderillas, le buscó las vueltas y las
cosquillas. Pelea firme. Un bonito final de muletazos cambiados previos a la
igualada.
El «Sombrerillo»
–las manos por delante- se frenó en seguida, se abrió de manso y no de bueno, y
sus medias embestidas se resolvieron con un amago de raje. Denodado y seguro
esfuerzo de Ferrera tras un tercio de banderillas sencillo. Una estocada
tendida. Siete años llevaba Ferrera sin torear en Valencia, donde cuajó
a gusto dos toros de Puerto de San
Lorenzo, pero le hirieron los dos. Dos de sus casi treinta cornadas.
Eduardo Gallo pasando apuros ante el exigente lote y enorme empeño que puso delante de ellos. |
Degollado, más que ninguno, el sexto apareció
como un cohete y sobre esa velocidad se acopló Gallo en lances de saludo
de manos bajas, poco vuelo y buen ajuste. El toro gateó y no galopó, derribó en
la primera vara, se fue suelto de la segunda y se puso en la muleta difícil:
por acostarse, por apoyarse en las manos, por medir, por frenarse, por claudicar
o por revolverse. Toros exigentes, se dice ahora. Gallo hizo derroche
generoso: firmeza cuando se apalancó el toro, brazos sueltos para librar
embestidas regañadas y cortas, revueltas sin haber apenas empezado. Valiente el
torero de Salamanca. Se notaba en la manera de respirar. Un pinchazo, una
estocada caída.
FICHA
DEL FESTEJO
Seis toros de Adolfo Martín, cinqueños, de
espléndido escaparate, guerreros en el caballo y de poca entrega en la muleta
con la excepción gloriosa de un tercero de extraordinaria calidad. Se apagaron
los demás y fue, por eso, corrida de más a menos.
Antonio Ferrera, de blanco y oro, silencio y
palmas tras un aviso. Eduardo Gallo, de verde aceituna y oro, saludos y
silencio. David Esteve, de violeta y oro, vuelta tras un aviso y
silencio.
Valencia. Martes 12 de marzo. 4ª de abono. Fresco,
nublado. 3.500 almas.
«Madroño», de 560 kilos, se apoya en un burladero durante su lidia, en el marco del cuarto festejo de la Feria de las Fallas. |
La corrida en su conjunto se le picó no del todo ortodoxamente que se diga. |
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