Baño de masas de Padilla, El Cid atenazado, cuatro toros importante de los dos hierros de la casa Jandilla y una exhibición de valor y rigor del torero de la Puebla del Prior (en la grafica). |
BARQUERITO
Foto: EFE
Los dos toros de más cuajo y respeto se
juntaron en el lote de Perera. Con ellos se vivieron dos faenas de emoción,
autoridad y calado. Tan distintas la una de la otra como los propios toros. El
tercero, con el hierro de Vegahermosa,
negro coletero y salpicadito, muy
nalgudo, corto de manos, armado por delante, no quiso caballo por cobardón y
tuvo en la muleta son brusco. En un violento derrote prendió a Perera por la chaquetilla,
lo izó a pulso y en vertical, lo tuvo suspendido, le deshizo a cabezazos la
faja, con la que pareció enredarse, y estuvo a punto de herirlo en serio.
La punta de genio de ese toro se resolvió con
una retirada de toro medio rajado. Podrá hablarse del quite de la faja, negra
como la pañoleta, tan bien anudada que salió del trance sin deshacerse. O del
quite del forro de la chaquetilla, que fue como un escudo salvador. Para
hacerle un monumento al traje.
Perera dibujó en el recibo lances a pies juntos
de bello dibujo, quitó tras la segunda vara por chicuelinas, talaveranas
y una gaonera de propina, y entonces
descubrió que el toro no iba a ser sencillo. Aunque lo viera enseguida galopar
en banderillas y tal vez por eso decidiera brindarlo al público. Algo aventado,
protestón, el toro se resistió. Se sacudía engaño –o "soltaba la cara", según frase feliz- y, sin ser mirón,
medía mucho. Perera estuvo firmísimo. Solo una tanda redonda le dejó pegar el
toro.
No hizo mella en la moral del torero extremeño:
faena bien armada, de riesgos pensados, corridos y asumidos –ni un titubeo, ni
una duda- y regalada con temas del repertorio asfixiante del mayor Ojeda, que
fue modelo del Perera novillero y ya no tanto, pero… Roscas, tandas de dos sin
enmendarse –un muletazo en la suerte natural por abajo y el de vuelta cambiado
por arriba- y tandas de dos a dos sin ceder entre una y otra. En una de ellas
vino el derrote que pudo haber sido fatal pero no lo fue.
Lo admirable fue ver salir de la cogida a Perera
compuesto y sereno como si no hubiera pasado nada. Ni un gesto de más a la
cuadrilla ni para la galería. La seriedad proverbial de Perera, que se pasó de
tiempo un poquito. Una estocada buena pero de muerte lenta y un aviso que se
cobró en prenda un premio: una oreja que habría sido de las arrancadas y no de
otra categoría.
El sexto, del hierro de Jandilla, fue toro de espectacular porte. Casi 600 kilos, que
lucían sin disimulo. Acarnerado,
amplio cuello astracanado, goloso
morrillo, acucharado y engatilladito, limpio de pitones, largo y, sobre todas
las cosas, un hondísimo toro. Se llamaba «Testarudo».
¿Como el talante torero de Perera? Perera
lo lidió con mimo en el saludo: lances hasta la boca de riego, Lo lidió con
sucinto acento y gusto –lo dejó en suerte con una revolera de… ¿la escuela julista?-
y lo tuvo claro antes de catarlo con la muleta. Esas cosas se notan. Estaba en
sus manos la suerte del guión de la corrida.
En versión ciclónica,
atómica y pleonástica, Padilla –el parche pirata, los vendajes en el maxilar
de su reciente cirugía- se había pegado con el pastueño pero boyante cuarto
toro, de Vegahermosa, un baño de
masas en toda regla. De rodillas hasta que aguantaron las dos partes el
castigo, en pie perdiendo pasos y sorteando las corrientes del viento de «Poniente», a gusto y descarado Padilla.
"¡Torero, torero…!", cantó
el coro de las corridas festivas. Una oreja, casi dos.
El Cid no se había sujetado con un quinto bueno y sencillo, pero jugado
con más viento de la cuenta. El viento puso al propio Cid a la defensiva con un segundo jandilla del cupo de bombones de la ganadería. Secreta la receta
del chocolate.
Padilla no había podido más que tirar del
primero a tironcitos y sin terminar de acoplarse. Así que la cosa estaba de
repente en manos de Perera y de ese toro tan grande pero tan hermoso.
Imposible estar más firme de lo que Perera se
estuvo con ese toro. La firmeza fue ajuste, impavidez –incluso cuando el toro
le pasó acariciando los machos o se le arrancó de improviso-, brazos sueltos
para torear a compás, ligazón y pureza con la figura en la perpendicular del
toro y las zapatillas en paralelo. Tandas abundantes de cinco y hasta seis,
salidas lindas de la cara del toro, suaves llegadas, ni una mancha de sangre en
el traje milagroso. Toro gobernado, dominado, sometido. "Reventado", dicen los toreros, En los medios y, si no,
donde dispuso Perera, amo absoluto del toro, que en un momento dado pareció
pedir árnica. Roto por las dos manos el toro. Muleta planchada incluso en
trenzas ojedistas de un final rampante
–desplantes sencillos pero a pelo- y excesivo. La guinda de un natural al
desdén sencillamente maravilloso. Un aviso antes de cuadrar. Ya había pedido el
toro la muerte. Una oreja. Solamente una.
FICHA
DEL FESTEJO
Cuatro toros de Jandilla (Borja Domecq Solís) y dos -3º y
4º- de Vegahermosa (Borja Domecq Noguera). De muy variadas y buenas hechuras,
corrida abierta de líneas. Segundo, cuarto y quinto fueron de muy buena nota. El
sexto, despampanante, muy noble. El primero no se empleó. El tercero tuvo
fijeza pero temperamento defensivo.
Juan José Padilla, de ceniza y oro, saludos tras un aviso
y una oreja. El Cid, de carmesí y oro, saludos tras un aviso y silencio tras un
aviso. Miguel Ángel Perera, de verde parra y oro, saludos tras un aviso y oreja
tras un aviso.
Valencia. Lunes 18 de marzo de 2013. 10ª de Fallas.
Soleado, bueno pero ventoso. Casi tres cuartos de plaza.
En versión ciclónica, atómica y pleonástica, Padilla, ayer en la septima de las Fallas. |
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