Prodigios del torero de la Puebla del Río (en la gráfica) con un noble quinto toro de Juan Pedro Domecq. Una antológica faena sin apenas premio. Daniel Luque, a hombros. |
BARQUERITO
Foto: EFE
Ponce, estrellado
con un toro que se rompió como una cáscara de huevo, el primer juampedro de la corrida; y monocorde,
pasajero y más ligero que sabio con un cuarto, de Juan Pedro también, que,
poco picado, tuvo su son, su aire y su punteo. En los muletazos iniciales de
moldeo, en una primera tanda de limpia factura y en el toreo de postre se dejó
ver el Ponce más risueño. Faena
cargada de pausas, casi entera en las rayas del tendido 11, el sol, donde el
oro y el latón se venden al mismo precio. Un aviso y casi dos.
Luque, la hierba
en la boca, como si fuera torero nuevo. Y obligado por ser torero impuesto en
el cartel. Lo apodera el empresario. Estuvo con él la suerte: un tercer toro
acarameladito, que se derretía en la boca, que tenía como ruedas –"deslizarse", dijo un día Rafael Corbelle-, y estuvo casi jugando
con él. El único del hierro de Parladé –puro juampedro- que completaba corrida; y un sexto bis, sobrero de Jandilla,
que tuvo más motor que los otros cinco juntos recién arrastrados.
Se fue de las manos un segundo juampedro de corrida, jabonero, y lo devolvieron, y el sobrero, de Parladé,
de manso carácter, estuvo a punto de provocar una tragedia. Morante,
que había pretendido torearlo sobre la inercia, y el toro no la tenía, cobró
una estocada corta tras una faena a paso de caracol –alguna lindeza suelta, desde
luego- y buscó descabellar a toro aculado en tablas pero no rendido.
Un golpe primero sin acierto. Como el segundo, solo que
ahora el toro pegó un arreón feroz y, encendido inesperadamente, se llevó por
delante a Morante. Lo persiguió desde las tablas hasta más allá del platillo.
Encelado en el ataque, hilo de manso, el toro prendió a Morante por la tira de la
taleguilla a la altura de la cadera y con la tira se le enhebró el cuerno. Eso
salvó a Morante, que al volver al firme se encontró encunado y casi
sentado en la testuz del toro, que era de cuerna abierta y ancha. Circunstancia
providencial. Si no es por eso, lo atraviesa.
La paliza y el susto no dejaron secuelas. Una anécdota. En
el quinto de corrida apareció un Morante deslumbrante. Una faena de tal
compás, tanta riqueza y tanto rigor que todo lo visto antes en la semana
fallera pareció de repente toreo de otro nivel y otro sentido. Es decir, que lo
de Morante
fue, como dicen sus fieles, "otra
cosa". Una verdadera maravilla.
Obra de arte la faena entera: desde la apertura con
estatuarios –tres, la suerte cargada, y ligados en madeja a un natural y el
cambiado por alto- hasta una suerte de inacabable final en que Morante,
posado y descolgado, pura naturalidad, decidió recrearse sin medir ni siquiera
el tiempo. Vivo el toro por la mano diestra –por la izquierda apenas quiso y
hasta avisó un par de veces-, pareció sentir el hechizo de la muleta de Morante.
La profunda dulzura del compás, que hace de terciopelo las embestidas que sean.
Éstas, tan de toro agradecido, ahormado, seducido, acariciado.
La faena, fluida, ingeniosa, tuvo tantos pasajes tan
soberbios que no habría manera de elegir uno ni de enumerarlos todos. Cumbre de
un sentido privilegiado del toreo. El valor –asiento y desmayo del torero-, la
delicadeza –ni un tirón, ni un enganchón, la muleta en vuelo rumboso se
escurría entre los dedos-, la sencillez –hasta en los molinetes de arabesco o
el kikirikí o la trincherilla o el cambio de mano por detrás-, la ligazón de la obra
redonda y perfecta. El canon mismo de la belleza.
¿Carteles de toros? ¡Ya
quisieran los carteles…! Cuando Morante terminaba de dar la vuelta
al ruedo –un aviso, dos descabellos, no hubo petición suficiente aunque parezca
mentira-, El Soro, que estaba como todas las tardes en su asiento de
callejón, salió hasta la barrera, le hizo señal para que se acercara y le dio
un beso. Fue antológico.
Salir a torear después de tal prodigio no sería sencillo. Se
derrumbó el último juampedro y el
sobrero de Jandilla fue igual de bravo que el cuarto de la corrida jugada
en la víspera. No paró. Toro sin freno, pero templado, por derecho, repetidor,
guerrero, crecido: la bravura. Luque
se sobrepuso a las comparaciones. Morante
lo había bordado a la verónica –nueve
lances de saludo y salida hasta la boca de riesgo en el quinto-, pero él se
sintió fácil toreando al lance con su ritmo. Luque había desafiado a Morante
con un quite capote a la espalda en el quinto, y Morante replicó con tres chicuelinas
y media que borraron las gaoneras de Daniel. ¿Y entonces? De tripas corazón
hizo el torero de Gerena que buscó en la distancia o en las cercanías, por
todas las manos posibles, no dejarse ganar la partida por el sobrero
inagotable. Y lo mató por arriba y a ley.
FICHA DEL FESTEJO
Tres toros -1º, 4º y 5º- de Juan
Pedro Domecq, dos -2º bis y 3º- de Toros
de Parladé (Juan Pedro Domecq
Morenés) y un sobrero -6º bis- de Jandilla.
El de Jandilla, bravo con ganas. El
quinto juampedro se entregó pastueño. Nobilísimo el tercero.
Enrique Ponce, de añil y oro, silencio y saludos tras un
aviso. Morante de la Puebla, de
púrpura y oro, silencio tras un aviso y vuelta tras aviso. Daniel Luque, de negro y oro, una oreja y dos orejas.
Valencia. Martes 19 de marzo de 2013. 12ª y ultima de Fallas.
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