Al maestro Francisco Martínez de la Vega
JARDINERO DE SAN MATEO
Pasada la ráfaga sentimental de Navidad, -decía FMV, en Hoy, en 1949-, las últimas fechas del calendario inspiran siempre un propósito y una esperanza. Para el primero es menester un examen retrospectivo de autocrítica en el que aspiramos a conocer las causas de nuestros fracasos y los orígenes de nuestras debilidades. Para la segunda, sólo hay que dejarse llevar de la condición humana, pues por fortuna la esperanza sigue siendo barata en una época en donde todo encarece.
Quizás por eso, los hombres pobres y los pueblos desdichados derrochan con tan generoso y admirable candor la riqueza de un ánimo que desdeña los rigores del presente para consolarse en los sueños del porvenir, peligrosamente incierto. En estos últimos días del año todos somos contadores entregados a la íntima tarea del balance. Nuestra resolución, por lo general, está tomada desde antes de que escudriñemos en la conciencia las partidas del debe y del haber.
Somos incorregiblemente optimistas y ante la proximidad del año nuevo, confiamos en que todo marchará mejor y que nuestros anhelos, vanidades y aspiraciones se verán sastisfechos en plenitud en esa vida nueva del año que llega. Pero gustamos de hacer el recuento anual para apuntalar la esperanza en propósitos en nuestras virtudes precarias y de enmienda de nuestras crónicas deficiencias.
Es así que estamos ante una encrucijada, saber reconocer el descalabro, la omisión, el error, la terquedad, el orgullo, nuestras vanidades al fin, y a la vez, aspirar a otro trecho de vida mejor, optimista, fraternal, de logros donde la integridad y la justicia, entre todos los principios prevalezcan. Pero cómo tomar este camino, si no nos hemos desembarazado de la carga pretérita que en la balanza del día, nos resulta extremadamente pesada. Quiebros al carácter alejándonos de una conducta ya forjada, ahora, resultarían hasta indignos; un proyecto de labores que no recoja nuestra larga experiencia y disciplina, pareciera claudicación; un escrito que no responda a nuestras convicciones sería una mutilación a nuestro pensamiento; una cátedra sin fundamento, seriamos impostores. Entonces, estamos en el sendero correcto, lo que hay que modificar es el paso, deberá ser más firme, más sereno, y más que antes, comprometido con un destino justo y fraterno donde el hombre cumpla su máxima responsabilidad que es la de ser hombre.
Estamos ante un entorno esfavorable, los jinetes del Apocalipsis cabalgan impetuosos para destruir lo que el hombre ha hecho en su peregrinar multimilenario. El hambre asola a la mitad de quienes viven, la guerra incendia a todos los rincones del planeta, se persigue incesantemente a muchos por su color, raza o religión, el peor cataclismo climático se avecina y la tierra se sacude con furia para que el hombre solo recoja a sus muertos. La libertad es restringida porque solo está en el papel, ha sido carcomida por el capitalismo rampante. La igualdad es solo aspiración estadística. La fraternidad se va perdiendo hasta en las finas redes de la familia. El hombre se destruye a si mismo.
Aquí, la tierra de nuestros antepasados, la estulticia se antepone a la razón, ante tanto dolor nos volvemos indiferentes, una furibunda ansia de poder y dinero se apodera de los mediocres, que dan paso a la corrupción en todas las instituciones, desde el púlpito hasta el escaño, del mesa banco hasta los mas altos puestos, todos involucrados en el pillaje del barco que se hunde; la firmeza de ideas, su lucha y la honestidad parecen ser solo paradigmas del pasado. El precipicio puede estar en la puerta pero nadie le teme porque pensar en él es algo por demás complicado y hay que pensar en el momento, solamente, el día de mañana es el único horizonte que existe.
Ante un mundo tan desconsolador, una exhortación es válida. Reforcemos nuestros lazos familiares, recobremos nuestros principios, seamos infatigables en la lucha por la justicia, ofrezcamos nuestra mano de alivio y enseñanza,, hagamos así un mejor porvenir, donde el hombre, la razón, la inteligencia y la bondad vuelvan a prevalecer y sean norma de nuestra vida.
Seamos dignos de esta tribuna periodística, es un compromiso de honor al que hay que hacer frente con limpieza, con sinceridad, en busca de la reivindicación del oficio de periodista y, fundamentalmente de hombre. Esas son nuestras mejores armas.
¡FELIZ AÑO 2011¡
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