martes, 26 de octubre de 2010

Toros, La hora de la revolución

Lo acontecido en la ciudad de Barcelona ha sido una campaña de los políticos catalanes por hacer que la fiesta brava no sea un elemento que se identifique con lo español. Foto: EFE

Pedro Javier Caceres

La temporada 2010 ya está entregada a las mulillas. De hecho el pasado domingo podría haber sido el final oficial con la conclusión de Zaragoza, última de las grandes ferias del circuito de 1º, de existir algún organismo que oficializara un calendario medianamente coherente y cohesionados.

Tres festejos absurdos, como sobreros, han protagonizado los últimos días. Uno en Madrid y otro en Zaragoza, más la corrida final de la feria de Jaén, feria cada vez más marginada, por todo: por dicho calendario, por lo prolija y densa de la temporada, con muchos espectáculos artificiales, y por la incompetencia de la propiedad privada del coso como la desidia y ninguneo institucional de su Ayuntamiento, Diputación o Junta de Andalucía, independientemente que sea coso privado o público; el espectáculo es público por encima de quien sea el dueño del chamizo.

Es hora, de balances e informes. Para muchos, números, puros y duros, estadísticas en su versión matemática, que suelen ser un indicio del discurrir del ejercicio pero que se prestan a engaño si no se hace una segunda lectura sobre el por qué, el como, el donde y cuando de tales números y sus circunstancias.

Por ejemplo, festejos de suma y sigue, sin relevancia alguna celebrados en este fin de semana (ya escrito), como algún otro anunciado en los próximos días y así mismo los habrá en enero antes que la temporada “oficial” eche a andar con la Feria de Invierno en Vista Alegre o la simpáticas, aperitivo, de Valdemorillo u Olivenza, todo como pórtico de La Magdalena (Castellón) y Fallas, primera gran cita de cada una de las temporadas.

Festejos sin relieve, de difícil viabilidad económica, que evidencia lo dicho antes en cuanto a los números y abren una vía, si no de investigación si de indagación, del por qué se dan y en que condiciones para ir depurando responsabilidades e ir construyendo, ahora que parece, o al menos dicen, comienza una nueva etapa, para ofrecer un diseño más limpio y real de este espectáculo.

Los montajes no tiene por qué ser nocivos, pero sí sus entre bastidores que pueden ocultar una economía sumergida del “toro” que le hace perniciosa por competencia desleal: entre los diferentes sectores de protagonistas e incluso a la hora de ocupar dichas fechas con otros modelos inferiores como novilladas de promoción o festivales de apertura o cierre de campaña, y que si no corresponden como antaño a la condición de benéficos, así se titulan pero es una engañifa manifiesta, sirvan al menos para algo, no sé, para algo.

Es momento de hacer una reflexión con el “cuerpo”, todavía, caliente, de una temporada conclusa. Ha muerto el 2010 taurino. Una temporada finita, según lecturas, de muerte natural, por cronología y estacionalización, y según otras asesinada en sus principios de integridad. Ni tanto ni tan calvo.

Las grandes ferias, que deben ser el referente de un espectáculo de élite, se han desarrollado con satisfacción razonable. Valencia, Sevilla, Madrid, donde fallaron los toreros, pero fue un escaparate de toros embistiendo, Pamplona con sus matices, Bilbao, el sobrio espectáculo con rigor, y el último gran acontecimiento de la feria de Otoño de Madrid que quedó a las puertas de producir un hecho histórico con tres toreros por la Puerta Grande.

Casos como los de Jaén, El Puerto, Málaga o recientemente Sevilla, por San Miguel, no son meros accidentes, y podrían haber sido evitados por el hecho de estar por medio en casi todos los casos los mismos personajes.

Es este hecho, el del conocimiento, por contumaces de aquellos que, un día sí y otro también, intentan subvertir los valores de un espectáculo grandioso basado en la verdad del juego de la vida y la muerte, el que da pronóstico de gravedad al paciente mientras no se tomen medidas de depuración o al amenos de crítica abierta cuando no repulsa, y sin embargo, según cual sea el personaje en juego se le “baila el agua” y adula. Se le justifica todo echando por delante cualquier cabeza de turco: un compañero, de profesión o “cuadra” o un apoderado, o un propio que pasaba por allí.

Termina 2010 con un golpe de mano no previsto como es el traspaso de La Tauromaquia a Cultura. Nos parece perfecto como “efectos especiales”. Pero tal logro, conseguido por la élite, repito —y no me canso- esto es un espectáculo de élite, debe ser secundado (ahora con mayor responsabilidad obligada) por una reconversión profunda de la organización interna de la Fiesta sin esperar a que todo lo arreglen los reglamentos o las enmiendas que en ellos se puedan introducir. En el peor de los casos habría incluso que provocarlas con altura de miras y limpieza y rigor en la autocrítica.

Un reciclaje, en algunos casos traumáticos, que debe partir del propio sector. No es verdad que esté hipotecado por normas y normativas gubernamentales. Ahora que es tiempo de balances y clasificaciones bien sería el reclasificar según las cirucnstacias actuales una reclasificación, más que la merar administrativa, taurina de las categorías de las plazas de toros para que, como en el deporte, se delimitara claramente y a todos los efectos de exigencias, calibración de resultados y, por supuesto, precios de taquilla, la categoría oportuna y no oportunista como es el caso de muchas en la actualidad. Los ejemplos están ahí.

Y de tal forma las categorías de matadores fueran algo más que para fijar tasas laborales y sí de derechos y obligaciones según méritos o deméritos contraídos, de tal manera que categoría de las plazas y categoría de toreros tuvieran una correlación lógica; lo mismo que las exigencias de los pliegos de condiciones según su casuística y viabilidad económica referente al canon y en cuanto a poder licitar empresarios con experiencia en categorías similares al coso en concurso.

Y un montón de cosas más, a partir de ahí, con el compromiso de todo el sector de cumplir una especie de reglamento interno de funcionamiento bajo apercibimiento de expulsión del “colectivo taurino”, aislándolo, y poder así luchar con arsenal adecuado ante cualquier abuso de las administraciones o propiedades privadas de las plazas de toros. Esto no es ir contra el libre mercado, ni la libre competencia, es evitar la competencia desleal entre los gremios del sector y en los mismos colectivos uno a uno.

Es tiempo de poner los cimientos para demostrar la condición de “los toros” como cultura y no, como hasta ahora, un estraperlo de usureros, mercaderes y mercenarios. Medios bastardos, para un fin noble: la vida en juego cada tarde.

Los toros van atener una nueva herramienta, su condición cultural; sellada y certificada. No es momento de cambios, es de “revolución”.

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