Aunque los números son determinantes para valorar lo hecho por los toreros, más lo es haberles visto actuar en todas las grandes ferias de España y de Francia. De ahí la diferente apreciación que tenemos los que hemos recorrido toda la geografía taurina viendo más de 180 corridas y los que solo han asistido a las de sus regiones o han tenido que fiarse de lo que les hemos contado unos y otros.
José Antonio DEL MORAL
Empecemos por los matadores de toros que conforman la cúpula del toreo actual. Son los que llevan muchos años en lo más alto y persisten. Enrique Ponce y El Juli son Los únicos que gozan de este privilegio. Pero también los que apuntaron a lo grande desde que irrumpieron en el toreo y han conseguido ganarse el crédito de los aficionados. En este sitio figuran ahora mismo otros dos toreros: Morante de la Puebla y José María Manzanares.
El Juli fue el que más trofeos (55) consiguió en plazas de primera en 2010, cifra que supera su propia marca (48), obtenida en 2001, y que supuso hasta ahora el valor más alto de las últimas doce temporadas.
Aparte gustos, por su impresionante regularidad en el triunfo y por ser el que lo consiguió en más plazas y ferias de primera categoría sin faltar a ninguna, el absoluto campeón fue Julián López. Su temporada 2010 ha sido, además, la mejor de su vida profesional entre las que lleva fiel a su versión clásica después de aquellos años en que también arrasó en todas las plazas con un quehacer juvenil y populista.
Aunque El Juli, entonces, incluso tuvo más fuerza en las taquillas que últimamente, una vez consolidado en la cumbre, es admirable su ansia por ser cada día más formalmente mejor. Sobre todo como muletero, justo lo que, al principio, más limitó el aprecio de la crítica y de la afición exigente.
La temporada que acaba de protagonizar fue aplastante y por eso hemos dicho tantas veces que El Juli ha gozado de lo que se ha dado en llamar “estado de gracia”. Situación que, casi todos los que la han disfrutado, implica muchísima suerte con los toros, sin que ello quiera decir que con los malos y los regulares estuviera mal. Con todos anduvo pletórico, pero con los muchos buenos que se llevó en las citas más importantes, sus actuaciones fueron inconmensurables. Desde la nueva feria invernal que tuvo lugar en la plaza cubierta de Vista Alegre en Carbanchel (Madrid) hasta las últimas de Zaragoza y Jaén, no falló en ninguna y en la mayoría fue proclamado triunfador.
Aunque El Juli no está naturalmente adornado por el continente de su estilo, está tan enormemente sobrado de contenido, que su caso, además de precoz, fue este año más glorioso que nunca. Una esplendida madurez.
Julián López alternó con las demás figuras y casi siempre les ganó la partida aunque también empató y en pocas ocasiones perdió. No por demérito suyo, sino por el mayor rango artístico o por la mayor veteranía en el magisterio de sus más encarnizados rivales, entre los que sobresalieron Enrique Ponce, Morante de la Puebla y José María Manzanares.
Y es que Ponce, pese a la pésima y pertinaz suerte que este año tuvo con los toros en la mayoría de las plazas importantes donde compareció –por segundo año no fue a Madrid– y por sus repetidos fallos con la espada, ha continuado dando pruebas de su impar magisterio en una temporada que para él fue la número 21 sin abdicar nunca de su primerísima categoría y en la que, además, cumplió su corrida número 2000. Algo que ningún otro torero había conseguido en la historia. Pese a lo cual, desde algunas importantes tribunas le hicieron una feroz campaña que llegó hasta pedir que se apartara del toreo activo, basándose en los serios apuros que pasó al matar los dos toros más peligrosos que hayamos visto en nuestra vida, uno de Zalduendo en Las Fallas y un sobrero de Pedro Trapote en la feria de Abril de Sevilla, después de andar incuestionablemente hábil en dos faenas de muleta de su exclusiva cosecha.
Pero tan burdos como estúpidos ataques, lejos de afectarle, le sirvieron para dejar en ridículo a sus enterradores volviendo a demostrar su inigualable grandeza en no pocas plazas y, contundentemente, en la más seria del mundo, la de Bilbao, frente a cuatro imponentes y dificilísimas reses de El Ventorrillo y del Puerto de San Lorenzo, tarde en la que hizo su cincuenta paseíllo en Vista Alegre. Quizá fue ésta una de las corridas más importantes del año por lo decir la que más. Tarde en la que primero hubo que dominar totalmente a las terribles fieras y luego torearlas como si fueran gratas. Cuestión en la que Ponce continúa siendo inigualable.
Tan inigualable como el arte de Morante de la Puebla que este año, pese a lo torpemente que le administraron buscándole una comodidad que, a veces, rozó el escándalo, dio suficientes motivos para que la afición continuara considerándole como el artista más sublime y más capaz de toda la historia del toreo. Lo cual no quita para señalar algo que también podría perjudicarle: el morantismo. Es decir, la total incondicionalidad de sus más locos partidarios en pos de ensalzar cualquiera de sus actuaciones. Hasta las medianas y las peores que las hubo.
También desde el plano de arte aunque con más fondo, mayor equilibrio en sumar virtudes y bastante más regularidad triunfal que el de La Puebla , la figura que, pese a su juventud, más rompió a lo grande fue José María Manzanares. Y ello a pesar de las dos inoportunas lesiones que padeció al principio y al fin de su estupenda temporada que le privaron de actuar en Madrid. Manzanares es el Renacimiento hecho torero. Un Fidias de la Tauromaquia por su valor natural, su aterciopelado empaque y sus imperiales maneras que, aunque a veces tapan ciertas carencias, las tardes en la que echó el resto fueron ejemplares, como su última corrida de la Feria de Abril en Sevilla y otra en El Puerto de Santa María. José María es, artística y toreramente, heredero directo no solo de su señor padre, también de Antonio Ordóñez y de Enrique Ponce. Y como éstos, paradigmático para el futuro.
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