viernes, 15 de octubre de 2010

OCTAVA CORRIDA DE ABONO – FERIA DE EL PILAR 2010: Adiós de Valverde, más que digno Serafín

Una hermosa corrida de Alcurrucén, sin la agresividad del temperamento sino casi todo lo contrario. Dos toros de notable son. Tierno Miguel Tendero con lote poco propicio.

IGNACIO VARA «Barquerito»


FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Alcurrucén (Pablo, Eduardo y José Luis Lozano). Un sobrero del hierro se jugó de sexto. Corrido el turno, el sexto de sorteo saltó de tercero bis. Corrida de variado remate, muy bien hecha. Nobles los seis: el cuarto tuvo clase y el quinto, mucha bondad. Manejables segundo y tercero, que tuvieron más carácter. Primero y sexto se fueron de la muleta.
Javier Valverde, que se despedía, de púrpura y oro, saludos en los dos. Serafín Marín, que sustituyó a Antonio Ferrera, de celeste y oro, saludos y oreja tras un aviso. Miguel Tendero, de azul marino y oro, saludos y palmas.
Zaragoza. 8ª del Pilar. Un tercio de plaza.


ZARAGOZA.- Al primer toro de corrida -600 kilos, las palas blancas como si las llevara pintadas, cárdenas las puntas, fino el porte- hubo que sujetarlo o intentarlo, reclamarlo con los engaños porque tendía a irse más de lo debido. Se picó en la puerta de toriles, que está en Zaragoza junto a la de arrastre y la de cuadrillas. Hace dos siglos y pico, en esta misma plaza, con Goya de testigo, el orden de plaza no era el mismo.

Este toro, asustadizo de partida, fue de mansear a querencias pero de meter la cara. No riñó con él Javier Valverde, que vino a Zaragoza a despedirse del toreo. Una despedida temporal, según anunció a primeros de curso. Ni este toro penúltimo de carrera ni el último tampoco iban a darle mayor gloria. Sólo que ese último, cuarto de corrida, cinqueño ensillado, en el tipo primitivo de Rincón, fue toro de más que buen aire. Un aroma a chamusquina de partidas: las manos por delante, se abría y, frío, pareció distraerse. Lo picaron poco y mal, la lidia fue impropia –el ruedo hasta arriba de toreros antes de salir los caballos, como si se hubiera soltado el pregonado del aguardiente- y en banderillas apareció el galope que se estaba viendo apuntar. El rico galope del toro de Rincón.

Luis Carlos Aranda puso dos pares excelentes por el pitón derecho y el toro reaccionó de bravo en los dos. Valverde brindó a su hermano y enseguida se puso. Pero sin terminar de ponerse, sino con ganas de acabar. El toro fue dócil por las dos manos, Valverde le pegó voces como si hiciera falta provocar al toro –y no- y la cosa se diluyó sin que se notara demasiado la renuncia de fondo.

Al primero de la tarde Valverde lo mató, soltando el engaño, de una estocada caída. A este distinguido cuarto de pinchazo, estocada y descabello. No estaban muchos en el secreto de la despedida del torero salmantina, pero bastaron las palmas cortes de los que conocían el argumento de la película para que Valverde se animara a saludar desde el tercio tras el arrastre, sin una sola palma, de ese toro Lechuguino que tanta bondad tuvo.

Serafín Marín tuvo el gentil detalle de brindarle a Javier la muerte del segundo de la tarde y pasó durante el brindis lo mismo: que no fueron ni cien los que captaron la intención del brindis. A Serafín le había abierto la puerta de la feria la convalecencia de Antonio Ferrera, que es quien estaba anunciado. Los dos toros del lote de Serafín sirvieron. El segundo de corrida colorado y chorreado, cinqueño, fino de cabos, estaba muy bien puesto pero lo suficientemente abrochado como para, con su lindo trapío, caber en los engaños. Con el capote se esmeró y estiró el torero de Moncada en cuatro lances de poco vuelo pero bien pintados. Cobardón en el caballo, fue toro de cierto temperamento y, cuando no vino templado por abajo, protestó. Serafín abrió con estatuarios en las rayas y se prodigó en una faena entrecortada, intermitente y como de pelea por asaltos. Perdió pasos Serafín cuando el toro invitaba a cruzarse, porque, si veía al torero fuera de cacho, se le frenaba. En la distancia corta, se rebeló el toro. Dos pinchazos y una estocada desprendida. Gustó la manera de guardar Marín las formas. Elástico y vertical, sosegado.

El quinto Alcurrucén, de tranco excelente en la salida, se llamaba “Batuta”, de manera que pertenecía a la reata de los músicos, pero no de los instrumentistas. Dentro de una corrida de muy bonitas hechuras, tal vez este quinto, algo espigado, fuera el de más elegante traza. Abusaron en la brega de los capotazos por delante y bruscos, que violentan a los toros. A éste le faltaba fuerza. No son. Marín se fajó en un temerario y ajustado quite por gaoneras que impresionó a la gente. En los medios después una faena calmosa, clásica, bien templada, de mimar la embestida algo perezosa pero no sin inercia del toro; una faena reiterativa, de un solo plano, en un solo terreno y sin una sola variación. Una estocada caída. Una oreja que tuvo algo de proeza porque a Serafín, que sabe torear y tiene corazón, no lo llaman para torear casi nadie. Sin que se sepa por qué.

El tercero, colorado chorreadito, regordío, listas de tigre en testuz, facado y tripudo, perdió las manos dos o tres veces. Impaciente, el palco sacó pañuelo verde. Se corrieron turnos. El sexto y ahora tercero dio 600 kilos, que es la moda nueva de Zaragoza: se lleva el toro gordo. Éste no lo parecía tanto. Era larguísimo. Lo lidiaron con lances de capote envarillado, que para al toro sin que pase, lo picaron atrás, el toro se fue suelto del caballo y llegó a la muleta muy por ver. Se llamaba Soñador. Tendero estuvo acelerado de pensamiento y obra; muy armada, la muleta desplazaba demasiado al toro. En la falsa ligazón, el toro, tapado, protestaba y pegó dos palotazos. Faltó un intento de torear con los vuelos o en más distancia. Soltando el engaño, una estocada. Gris debut del torero de Albacete en El Pilar.

Con el sobrero sonaron las notas populares de la jota de Borobio que se palmea (¡plas, plas, plas, plas!) y el toro, como sensible a la jota, hasta galopó de salida. Tendero le pegó lances de buen ritmo. Y nada más, porque el toro, suelto y no sujeto por nadie, se picó en la querencia de toriles, tan marcada como en casi todas las plazas cubiertas, y ahí cobró hasta siete picotazos de ida y vuelta que acabaron pasando factura. Siempre estuvo por irse el toro después y no hubo manera de acomodarlo a la muleta. Breve el trasteo. Una estocada, dos descabellos.

El diestro catalán Serafín Marin, la nota destacada de una corrida no del todo entendida por la terna de espadas actuante ante toros de los Hermanos Lozano. Foto: EFE

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