domingo, 17 de octubre de 2010

TEMPORADA EN MADRID: La penúltima del año

Herido el valenciano Miguel Giménez. *** Dos debutantes valencianos en las Ventas: el propio Giménez y un Carlos Durán, de Alaquás, afortunado en el sorteo. Interesante un estoico Ignacio González, de Córdoba

FICHA DEL FESTEJO
Seis novillos de Montes de Oca (José Luis Sánchez y Sánchez), astifinos, de variadas hechuras y desigual condición. El tercero, bravo, se entregó con estilo. El sexto se empleó. Cuarto y quinto, violentos. Mugidor, de querer tablas el primero. Noble un segundo muy apagado.
Miguel Giménez, de nazareno y azabache, silencio tras un aviso y silencio. Ignacio González, de salmón y oro, silencio tras un aviso y silencio. Carlos Durán, de tabaco y oro, vuelta al ruedo y silencio. Giménez y Durán, valencianos, de la Pobla de Vallbona y Alaquás respectivamente, nuevos en Madrid.
Cogido por el cuarto en el saludo a porta gayola, Miguel Giménez fue herido en el brazo izquierdo. Cornada de 10 cms. Con orificio de entrada y salida. Pronóstico reservado.
Madrid. Domingo, 17 de Octubre 2010. Fuera de abono. Soleado, ventoso y fresco.

IGNACIO VARA "BARQUERITO"

DOS DE LOS seis novillos de Montes de Oca, cuarto y quinto, parecieron hermanos. Burracos los dos, estrechos, altos, montados. Astifinos, como todos los demás. El cuarto se llevó por delante al valenciano Miguel Giménez, que lo esperaba a porta gayola. Una cornada en el brazo que intentó sin éxito volar la larga. Se echó encima el toro al salto y deslumbrado. Pese a ir herido, Giménez siguió largando capa y lidiando. Detalle de valor.

El cordobés Ignacio González, torero de buen aire, intentó quitar por gaoneras. Lo descubrió el viento, que para entonces había tomado la plaza y dejaba inerme a la tropa toda. Giménez le pegó al toro que le hirió cuatro ayudados por alto de los de cargar la suerte, tan clásicos, y, al cabo de breve faena, una notable estocada. Un volatín cobrado a principio de faena acentuó el estilo violento del toro, que no descolgó.

El quinto sacó genio desde salida y en el caballo. Cosas de toro aventado. Un quite de Carlos Durán por talaveranas sin cargar la suerte, sino pasando el toro sin más. Con sentido, ese quinto buscó a Ignacio González por debajo de los vuelos y pegó cabezazos feroces. No embestidas, sino sacudidas eléctricas. Una estocada de gran habilidad. Trabajo de entereza.

No sólo pintaron bastos. El tercero fue novillo de excelente son, todavía no se había levantado el traicionero viento y Carlos Durán pudo lucirse. Desigual el asiento, no constantes ni la firmeza ni el encaje, pero buen gusto. Un ritmo entre natural y estudiado, cabeza para entenderse con el toro, templarlo a veces en muletazos cadenciosos, traerlo, llevarlo, componer. Había en el tendido siete un par de centenares de aficionados de su pueblo, Alaquás, que habían venido para la presentación. Apoyaron lo indecible: ingenuamente, pidieron con palmas de tango música. Y no música. Una estocada caída y soltando el engaño. No cundió la petición de oreja.

El sexto fue, después del tercero, el novillo de mejor condición. De basto remate, castaño o mulato, chorreado, cabezón, menos afilado que los otros. Bien picado y sangrado, escarbó pero metió la cara con nobleza. Más que manejable. Costó no sólo torear –en los medios, que es donde se puso Durán- sino también estar, porque el viento atizaba. Voluntarioso trabajo, pero sin las sutilezas del otro.

Los detalles mejores de torero –la torería, el aplomo, la sensibilidad, el sitio, el manejo de avíos- corrieron a cargo de Ignacio González. Sólo que el genio molesto del quinto no se prestó y la bondad desganada del segundo, tampoco. Aunque al toro le faltó querer y empujar, y a pesar de abusar de las voces en los cites, González acreditó condiciones buenas: personalidad, firmeza. Gotas de la tauromaquia de José Tomás. De la parte cordobesa de esa tauromaquia que no surgió de la nada ni es ciencia infusa.

Parte del infortunio de Miguel Giménez fue que el novillo del debut se le fuera de engaños rajadito, Fue toro astifino, muy llorón y acabó pegando arreoncitos. Un pinchazo, una estocada, dos descabellos. No pasó nada.

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