Por Vicente Zabala de la Serna
Cuando las luces del panel de votos del Parlament se encendieron en la mañana del 28 julio en una amalgama de colores verdes y rojos, la Fiesta de los toros quedaba abolida en Cataluña por 68 votos a 55. Los animalistas, capitaneados por el argentino Anselmi, estallaron en una algarabía de voces, palmas y abrazos; en el bando de enfrente, Serafín Marín, el último torero catalán, enterraba la cara entre las manos para frenar las lágrimas.
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