Tras concluir su buena temporada, el torero nos cita en su casa de La Puebla del Río para hablar de sus hitos, la belleza y el arte.
ANDRÉS AMORÓS
—¿Qué sientes al parar de torear: alegría o tristeza?
—Satisfacción por haber terminado bien la temporada, sin ningún percance grave. ¿Estoy cansado? No lo sé, pero empieza el fresquito y el tiempo ya no te empuja a las Plazas... Sí iré algo a América: Lima, Quito, Bogotá.
—¿En qué te vas a ocupar ahora?
—No voy a cambiar mis hábitos. Tendré, eso sí, más tiempo para pensar y recordar, para mí...
—Has toreado casi sesenta corridas.
—Más de lo que pensaba: demasiadas para mi concepto. Era un reto. Quizá quería demostrarme algo a mí mismo. El año que viene torearé menos.
—No has tenido ningún bache.
—O no se ha notado. Pero la procesión va por dentro. Y la profesión.
—Repasemos algunos hitos. Empiezas cortando orejas en Vistalegre, en febrero. Comenzar en Madrid tenía su riesgo...
—Fue una apuesta del empresario, quisimos participar y todo salió bien.
—Seguiste en Fallas.
—El toro ensabanao, en la corrida de homenaje a Ponce, fue ilusionante.
—Sevilla.
—El Domingo de Resurrección es muy especial. En La Maestranza se me espera pero también se me exige. El 19 de abril corté la oreja a un sobrero de Javier Molina complicado: sobreponerse a las dificultades no era antes habitual en mí pero lo vengo intentando, si veo alguna posibilidad.
—Jerez.
—Estuve muy a gusto con uno de Cuvillo, puse banderillas, hice tres quites...
—Hablando de quites: Madrid, el 2 de junio, corrida de la Beneficencia.
—Fue una tarde completa con el capote. Los quites tuvieron una fuerza tremenda para los espectadores porque Luque y yo queríamos hacerlo bien y lo logramos. Es muy difícil que el toro te embista bien a un quite después del segundo puyazo y, en las plazas de uno solo (la mayoría), no puedes entrar al quite. Creo que eso debería cambiarse: que puedan entrar al quite los tres espadas después del primer puyazo.
—El Puerto, sin cortar orejas.
—Pude cortar cuatro... Fue, probablemente, la tarde en que más a gusto he estado. Con el primero de Sampedro, sentí cómo el capote acariciaba al toro, nacía una atmósfera de belleza...
—En Nimes, la anécdota de la silla.
—No fue nada premeditado. Era un mano a mano y le dije al mozo de espadas: «Mozo, búscame una silla». La trajeron de un restaurante. Yo lo había visto, en vídeos, a Rafael El Gallo. También lo había ensayado. La mejor inspiración es la ensayada. Torear sentado en una silla es difícil: corres el riesgo de hacer el ridículo.
—Pero tú lo hiciste cargando la suerte, con ayudados por alto, en una faena redonda. Y la muerte fue espectacular.
—Eso es algo singular, con un toro que se preste. Vino a morir a mis pies: un momento con magia. No se debe repetir así como así.
—Salida en hombros de Barcelona.
—Fue una emoción especial. La gente se tiró al ruedo, cerca de quinientas personas, y me llevaron hasta el hotel, una hora y pico, imagínate. Yo miraba para atrás y no me lo creía...
—A veces te he visto lidiar bien un toro y salir entre almohadillas.
—La cuadrilla lo llamamos, en broma, «nuestro pasodoble». Yo intento siempre lidiar, sacar partido al toro. Hay reses que requieren doblarse con ellas pero el público está mal enseñado...
—Antoñete dijo de ti que eres el artista con más valor.
—No soy ningún suicida. Se trata de sentirse comprometido seriamente con la profesión. Y con uno mismo.
—Tu estilo no consiste en ponerse bonito.
—¡Claro que no! El estilo es expresarse como uno es. La mejor inspiración es la ensayada, no creo en otra. Nace de sentirse a gusto. Y este año, en general, me he sentido a gusto.
—Tu facilidad con el capote.
—Una parte nace con uno; también, de practicar, de escuchar. Y de fijarse en cómo lo hacen los demás.
—¿Ves muchos vídeos de toros?
—Siempre me ha gustado; sobre todo, los antiguos. En ellos ves la Tauromaquia en estado puro. Lo que menos me interesa es la estética: busco la belleza. Y la naturalidad: ahí está el germen de todo el arte.
—No significa que copies a otros.
—Yo no copio nada: adapto a mi estilo, a mi cuerpo, a mi forma de expresarme. Desde chico quise ser torero, sin tener un ídolo concreto. Nací torero y no veo la posibilidad de dejarlo.
—Sueles ver vídeos de Rafael el Gallo, de Joselito.
—Pero de Rafael se conserva poco; más, de José: un ejemplo absoluto.
—De Domingo Ortega.
—Algunos toreros reducen todo a quedarse quieto. Hay que saber andarle a los toros, como Domingo Ortega; poderlos, con suavidad. Ese es el verdadero arte, que no pasa de moda.
—De Antonio Bienvenida.
—Es un ejemplo de torería. Cuando me vengo abajo, pongo un vídeo de Antonio Bienvenida.
—Procuras no alargar las faenas, si no ves posibilidades.
—Alargar por alargar no tiene sentido. Evitar, así, una bronca no es difícil: yo también lo sé hacer. Pero no quiero salirme de mi línea. Si me tienen que pegar la bronca, que me la peguen.
—¿Eres consciente de los aficionados que te siguen de una Plaza a otra?
—Lo agradezco. Saben que pueden ver algo inesperado, no repetitivo.
—Nos sorprendiste poniendo banderillas.
—Me gusta mucho, cuando se dan las condiciones adecuadas, claro. Intento hacerlo clásico, con gusto, con naturalidad: igual que todo.
—¿Te consideras de la llamada escuela sevillana?
—Es difícil hablar de escuelas en el toreo: prefiero hablar del individuo. Mi toreo nace de La Puebla , es campero, acorde con la naturaleza. De ella surge casi todo lo bello.
—Disculpa la indiscreción: ¿eres creyente?
—Sé que algo hay... Y que influye. Pero no te lo sabría concretar más...
—El toreo, ¿es un arte?
—Sí, cuando alcanza su plenitud.
—¿Te interesan las otras artes?
—¡Claro! El flamenco está muy ligado a los toreros. Y me gusta mucho la pintura.
—¿Qué te impresiona más, en el Museo del Prado?
—Goya, sin duda.
—¿Eres lector? ¿Recuerdas algún libro preferido?
—Me gusta mucho leer: de toros, sobre todo. Recuerdo especialmente el libro de Chaves Nogales sobre Belmonte; el tratado «¿Qué es torear?», de Gregorio Corrochano; la poesía de García Lorca...
—No eres viajero.
—No. Me gusta volver siempre a mis raíces, a mi entorno. Pero me encantó Roma, tan llena de arte.
—¿Qué es lo que más te apasiona?
—El toreo. Es mi obsesión, lo único de lo que no podría desprenderme. Y soñar el toreo es aún más hermoso que torear en las Plazas... Pero recuerdo la frase de Gregorio Corrochano, el gran crítico: «Ser figura del toreo no es cómodo». Y siento que es verdad: supone gran responsabilidad.
—¿Qué harás cuando te retires?
—Fantasear con faenas soñadas. Hablarme a mí mismo de toros es lo que más me ha gustado, desde niño.
—¿Te ha satisfecho de modo especial algún elogio?
—Poco antes de morir, visité al maestro Manolo Vázquez, que ya casi no hablaba, y me dijo: «Estás toreando como hay que torear...» También recuerdo una frase del maestro Pepín Martín Vázquez: «De lo que me llevaré para el otro mundo, lo mejor será un beso de Manolete». Y me apretó fuerte la mano, como diciéndome: «¡Suerte!»
—Es lo mismo que yo te deseo.
Y, después de todo esto, seguimos mucho rato comentando, juntos, vídeos de toreros antiguos...
«Entre Cayetano y yo no hay celos»
—Has mantenido una regularidad poco frecuente en los toreros de tu línea.
—Ha sido una temporada dura, en lo físico y en lo psíquico. Ha habido que echarle coraje y profesionalidad.
—¿Te ha ayudado que tu nuevo apoderado, Curro Vázquez, sea un matador?
—Sí, como yo esperaba. Más que la administración, me ha dado ayuda artística. Y lo más importante: transmitirme sensaciones de creatividad.
—No ha habido problemas porque él llevara también a Cayetano.
—Le dije a Curro que hablara con Cayetano, para que no los hubiera. Entre los dos, no ha habido celos. Y hemos toreado juntos solamente una decena de corridas.
—¿Qué ha sido lo mejor de toda tu temporada?
—El rabo de Nimes. Y no sólo por la anécdota de la silla. Hasta entonces, no había tenido demasiada suerte en Francia.
—¿Y lo peor?
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