Cuatro toros de casi seis años, dos de ellos monumentales, dos toros de muy buena nota, oficio inmenso de Padilla y una faena de sorprendente son del ejeano Alberto Álvarez.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Partido de Resina (José Luis Algora). Corrida muy seria, de mucha plaza pero de distintas hechuras. Primero y quinto, monumentales. En tipo los seis. Cuatro de ellos estaban para cumplir la edad máxima. Primero y segundo fueron bravos. Los dos últimos sacaron genio violento. No se emplearon ni pasaron tercero y cuarto. Dentro de su espectacularidad tan singular, fue corrida muy desigual.
Juan José Padilla, de escarlata y negro, ovación y silencio tras un aviso. Alberto Álvarez, de azul prusia y oro, oreja tras un aviso y saludos. Iván Fandiño, de lila y oro, saludos y silencio.
Con el tercero y el quinto bregaron con calidad y categoría Roberto Jarocho y Roberto Bermejo respectivamente. Pares soberbios de Jesús Arruga a segundo y quinto, y de Venturita al propio quinto.
Zaragoza. 10ª de feria. Un tercio de plaza.
IGNACIO VARA «BARQUERITO»
ZARAGOZA.- Cuatro de los pablorromeros del Partido de Resina iban a cumplir los seis años de tope reglamentaria dentro de treinta días. Los cuatro fueron espléndidas estampas. Se llevó la palma el primero de corrida, un Nerviosillo de apabullante cuajo y fantástica presencia. Su aparición provocó un clamor. Casi 600 kilos. Cárdeno capuchino, remangado de cuerna, finas las cañas, redondeado el tronco como inmenso cilindro. Una maravilla.
El toro fue muy pronto, se movió con la diligencia propia de la bravura, metió la cara y descolgó cuanto dejó un cuello grecorromano no tan elástico como el resto del cuerpo. Padilla le dio fiesta con el capote a la verónica, remató en el platillo con garbosa media seis lances poderosos, se había hecho sentir con una larga cambiada de rodillas en tablas para abrir boca, llevó al toro al caballo galleando, puso tres pares como si se calzara unos guantes, de los tres pares salió por pies -y tuvo que saltar la barrera las tres veces- y no perdió el tiempo con la muleta.
Ocho muletazos de tanteo, y el toro en marcha en los ocho, fueron un exceso, pero Padilla toreó a partir de entonces sobre seguro. En una faena convencional, de las que se ven a diario, y no como ese toro, que no abundan y que habría sido igual de llevadero pero mejor visto en un trasteo de otra clase: de moverlo sin obligarlo en distancias cortas. ¡Quién sabe! El toro acabó entregándose, pero empleándose en el uno a uno cuando empezó a faltarle el aire. Una estocada ladeada, casi caída. Ovacionaron en el arrastre al toro. Y a Padilla, después, pero no tanto.
Antes de completarse el cuarteto de cinqueños al borde de la edad, saltó, de segundo, el que fue mejor toro de la corrida. Iba a cumplir lo cinco años en diciembre, tenía por eso seriedad suficiente, muy astifino y el aire de un santacoloma como los de La Quinta, por citar una ganadería de tronco común. De vivo galope, y también un par de claudicaciones como los pablorromeros aquellos de manos de azúcar, pero de un estilo extraordinario.
El toro tuvo motor, fijeza, recorrido, temperamento y nobleza. Por la mano izquierda se vino como un bólido y acostándose algo. Por la derecha, fue, en la media altura, toro de gran calidad. Alberto Álvarez, el torero de Ejea de los Caballeros, anduvo fino, templado, seguro, valiente y compuesto con el toro, no le dudó ni se lo escupió, sino que o lo trajo embarcado o supo tocarlo a tiempo y esperarlo en las repeticiones sin que el engaño saliera ni rozado. Hubo muletazos muy cadenciosos, la faena tuvo ligazón, ritmo y apenas pausas. En los medios o en el tercio, se entregó el torero muy sinceramente. Muy celebrada la faena por su emoción. Y su carga de sorpresa, porque Alberto ha toreado muy poco últimamente. Una estocada, lenta muerte de bravo, dos descabellos.
El bravo son de la corrida estaba siendo la mayúscula sorpresa de la feria, pero el signo de las cosas cambió de repente. El tercero, segundo del cupo de veteranos, brocho, badana colgante como un telón, cara y aire de toro viejo, sacó listeza y peligro: se revolvía en un palmo, cortaba por las dos manos y en un momento dado dejó de pasar. Fandiño, que toreaba por primera vez en Zaragoza, le plantó cara al toro pero sin perder la lógica ni la cabeza. Un hermoso desplante último. La espada patinó con el hierro de la divisa en una primera estocada frustrada y las cintas de la divisa se quedaron enhebradas en el filo. La estocada buena vino después.
Uno de los detalles fieros y singulares de la corrida fue la manera de atacar los toros al sentir el hierro de la espada dentro. El cuarto lo hizo de manera espeluznante y, a favor de querencia, persiguió a Padilla hasta desarmarlo. De fácil humor, según suele, Padilla brindó esa muerte cariñosamente a toda su gente –banderilleros, picadores, apoderado, mozo de espadas y ayuda- y despachó luego sin apuros. El toro, en postura de turreo durante toda la faena, la cara arriba, el cuello estirado, no se empleó apenas, pegó mamporros. Muy seguras las entradas y salidas de Padilla de suerte. Detalle tan profesional como el de volver a coger la espada después del arreón y enterrarla arriba tras un pinchazo.
Los dos últimos fueron del remplazo de 2004. El quinto, de descomunal trapío y una deslumbrante hondura; el sexto, colín o rabón, bizco, tuvo por contraste menos plaza. Los dos sacaron genio. Brusco, el quinto, que se fue de bravo al caballo dos veces pero cobró muy trasero, escarbó, arreó estopa y pegó unos cabezazos bestiales. La euforia de un sobresaliente tercio de banderillas fue cegadora pero enseguida se cantó el aire perverso del toro. Alberto Álvarez anduvo entero y sin afligirse e, igual que Padilla, tuvo el gesto de entrar a matar dos veces a pesar de haber cobrado en el primer intento una estocada.
El sexto salió a galope de gacela, perdió una vaina en un remate, sangró en el caballo exageradamente y dejó charcos de sangre donde se posara. En banderillas atizó sin piedad y no hubo más que hacer sino abreviar, y lo hizo Fandiño digna y serenamente. Una estocada atravesada que asomó, dos descabellos.
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