JORGE
ARTURO DÍAZ REYES
@jadir45
Cayetano, Manzanares, Padilla, Lea Vicens… modelos
de campañas publicitarias… Frivolidad quizá para los aficionados conservadores,
irritación, seguro para los antitaurinos. Pero no, no es una relación nueva la
del toreo con la moda. Siempre ha estado, aunque no haya sido siempre de la
misma manera, pues moda y toreo son cultura.
No es cosa leve. La moda pesa más, de lo que indican:
el ancho de la solapa, la longitud de la falda, el modelo del carro, la marca
del reloj, la proporción de las mamas o los glúteos… Tras ella están el
consumo, el mercado, la industria, los precios, el empleo, la política. Es gran
turbina de una economía (mundial), basada en la compra y el desecho, la
sobreproducción y su secuela en el mundo, el deterioro ambiental.
La moda rige los comportamientos colectivos, y, en
esta época hipercomunicada, los de la humanidad entera. Por un lado, con su
insoslayable seducción, como Flautista de Hamelín, y por otro, con mano de
hierro, como dictador incontestable. Quien no la siga se despeña.
Dicen que los influenciadores, las marcas, los
notables, los diseñadores, los mercaderes, los medios inventan la moda. No. Se le
suman, la sirven y se sirven. O pasan de moda y caen arrollados.
Nacida en las profundas pulsiones humanas, ella se
mueve con dinámica propia. Como la energía nuclear, que surge de la fisión del
átomo. Se alimenta de la fuerza liberada por el choque continuo entre los
apetitos de un animal racional y las exigencias de su rebaño. Fisión de
individuo y sociedad; de lo privado y lo público.
Permanentemente actuamos en dos escenarios
simultáneos; externo e interno. Somos públicos e íntimos. Nos damos a la platea
y a nosotros mismos. “El mundo es un gigantesco teatro en el que somos a la vez
actores y espectadores”.
Es el campo gravitatorio de la moda. Querer
parecernos y ser distintos. Ahí también interactúan el toreo y los toreros,
como arte y artistas de la imagen, como estética y modelos, dentro y fuera del
ruedo. Lidiadores e iconos. Sujetos y objetos del mercado, sí, pero también de
otras gravedades más fuertes; las del instinto, el culto, el rito, la liturgia.
Cual oficiantes de la corrida, ceremonia ancestral de vida y muerte.
Metasignificados que captan e incitan, más hondo
que los melindres y slogans antitaurinos o el escándalo de los creyentes
fundamentalistas. Lo sabe y aplica la publicidad.
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