JAVIER
LORENZO
Diario
GACETA DE SALAMANCA
¿Se han parado a pensar qué sería de este arte sin
toro? Nada. Absolutamente nada. Pues el toro, y el ganadero en su defecto, es
el peor tratado del toreo. Así. Tan fácil y tan duro. Tan real y tan cruel. Sin
toro no hay nada. Y sin toro nadie pinta nada en este maravilloso y maltratado
espectáculo. Al toro se le ha ido arrinconando poco a poco. Las figuras
ningunearon de un tiempo a esta parte a la gran cabaña de bravo apostando por
un solo tipo de encaste, dentro del amplio abanico de razas que había, con sus
peculiaridades, juegos y misterios cada una, con sus morfologías, sus pelajes y
sus hechuras, para convertir el espectáculo en, casi, una repetición sin opción
al sobresalto. Sus imposiciones llevaron a la desaparición de muchas
ganaderías.
Pocas veces el espectador -salvo en Francia donde
el más selecto aficionado sí que le rinde culto, le conoce, estudia y sigue-
acude a una plaza a su reclamo e, incluso, al toro le han querido quitar
protagonismo en el ruedo entre otras 'lindezas'. Y no. El toro es el eje y en
torno al que pivota todo. Sin toro nada vale. Pero al toro apenas le echan
cuentas. Del toro apenas se informa. Rara es la crónica que describe e informa
de su juego. Por norma solo se escribe o habla del torero. Y pocas veces se
juzga al toro. Y así se rompe esa regla no escrita que dice que para saber
valorar la actuación de un torero hay que hacerlo en función de lo que tiene
delante.
El toro apenas cuenta para las empresas. No hay
una sola que se atreva a hacer una feria en torno al toro, de nuevo con la
excepción gala, donde primero se eligen las ganaderías y luego se cierran los
contratos de los toreros. Ese fue siempre el camino lógico de esta fiesta sin
lógica ya, donde el triunfo dejó de valer para todos. Una corrida de toros mala
sirve para dejarte a un lado y no volver, salvo que lleves el amparo
infranqueable de una figura; sin embargo, un buen encierro no avala siquiera
repetir en ese escenario al año siguiente. Y menos subir la moneda.
En la Fiesta de los toros, el toro no manda. Sin
embargo, sin toro, sin el miedo y la incertidumbre que genera, no se sentaría
nadie en el tendido. Y apenas se le tiene en cuenta. Sin virus y con virus. Da
igual que llegue una pandemia, que el coronavirus arruine el mundo, y a la
propia Fiesta, que nadie se acuerda del toro. Ni del ganadero. Y ahí siguen...
Cuando tenía que estar dando los últimos coletazos un curso que apenas ha
existido, los ganaderos ya están pensando en la siguiente.
Mandaron sus toros al matadero, apenas ganaron un
euro. Y ya están pensando en el mañana. El campo no descansa y sigue su ritmo.
Llega el invierno y llegarán los herraderos, saneamientos, tentaderos... El
campo continúa su camino y el universo taurino sigue mirando para otro lado y
de ellos nadie se acordará. Un día cerrarán la puerta, llenarán sus cercados de
manso (menos costoso, más rentable, menos romántico y apasionante, criar toros
es cuestión de amor y pasión por un animal) y la Fiesta se quedará sin su
esencia. Y ya no habrá Fiesta. Y así, tal vez, recordaremos a aquellos locos
que soñaban la bravura. Entonces empezaremos a valorarlos. Otra vez será
demasiado tarde.
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