JORGE
ARTURO DÍAZ REYES
@jadir45
Hace sesenta años, Antonio Ordóñez, Diego Puerta,
Curro Romero, Rafael de Paula, “Mondeño" y Curro Lara, fueron anunciados
para la séptima feria de Manizales (Colombia), sin el concurso de ningún torero
ni toro nacional. Matarían solo corridas españolas de: Juan Pedro Domecq,
Fermín Bohórquez, Juan Guardiola y Vizconde de Garcigrande.
La unión de toreros de Colombia (Undetoc) y la
unión de ganaderos pusieron el grito en el cielo y vetaron La Monumental,
alegando ninguneo y violación de los acuerdos taurinos binacionales. Amenaza de
ruptura de relaciones. El organizador manizaleño, Oscar Hoyos, se justificó
diciendo: “contraté solo toreros y encierros españoles “porque la cláusula 5ª del
convenio me confería amplios derechos para hacerlo”. Dicha cláusula se había
derogado con anterioridad (El Ruedo, enero 12 de 1961, página 13).
Contra viento y marea la feria se realizó,
afortunadamente con éxito histórico. No era para menos, con esos carteles.
Tengo guardada la página taurina de “La Patria” (¡!) diario local del 29 de
enero, rezando: “De hoy en adelante, las verónicas no se llamarán verónicas
sino romerinas”.
No siempre lo justo, lo artístico y lo sindical
van de la mano. “Sacrificar un mundo para pulir un verso” decía el poeta
colombiano Guillermo Valencia. Pero después, a fuerza de tesón, los
sindicalistas ganaron su mundo sin despulir el verso. De allí en adelante,
gracias a su lucha, siempre hubo toreros y toros colombianos alternando con los
extranjeros en todas las ferias y eso impulsó la fiesta en el país.
Hoy, con la tauromaquia en el filo del abismo, acá
y allá. Más que por la pandemia, por lo que los políticos a cargo hacen con
ella, en la vieja y aguerrida Undetoc se vuelven las espadas hacia dentro. Eso
no es nuevo.
Conservo vívida la escena. Varios años después del
conflicto citado. En la Santamaría bogotana, el disidente Pepe Cáceres, acosado
por una claque reventadora que los sindicalistas de entonces le habían montado
en los altos de sol, les brindó una ceñida y aguantada tanda de muleta en los
medios, encarándolos desafiante tras el remate y llevándose la mano a los
genitales.
Pasó, y no pasó nada. Eran otros tiempos, el
sindicato siguió combativo, errando y acertando en defensa de sus intereses, la
fiesta continuó su marcha nacionalista, vinieron César Rincón y sus casi tres
décadas doradas, Pepe murió, nuevas desgracias cayeron, una encima de otra; las
pestes, autoritaria, antitaurina y viral. Entonces, voces de muerte sonaron
cerca...
Para colmo, las inveteradas peleas intestinas, que
no fueron letales antes, profundizadas en esta crisis terminal sí amenazan
serlo. Hay quien lo lamenta y hay quien lo celebra. Claro.
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