FERNANDO
FERNÁNDEZ ROMÁN
@FFernandezRoman
Entre los individuos de la especie humana, géneros
al margen, esa peculiar forma de ser y comportarse ante la vida que llamamos
idiosincrasia cobra una ponderación especial en el caso de los toreros. Se dice
de ellos que hacen de la aventura y el riesgo la pura razón de su existencia.
Que son peculiares. Que ante heridas de suma gravedad que el cuerno del toro
les produce sanan mucho antes que sus congéneres porque tienen “carne de perro”
(¿?), y qué sé yo cuantas cosas más que puedan adornar su especificidad; pero
lo más característico de la actividad que practican es su concomitancia con esa
tradición hispánica que Américo Castro definió como la innata predisposición de
sus habitantes --los españoles, con el correr de los siglos-- para el
sacrificio estoico. En España, en efecto, los héroes están bien cotizados, aun
que no siempre bien ubicados en su Historia, porque los héroes pueden ser
adorados y ensalzados o repudiados y vituperados, según el bamboleo de las
corrientes y creencias que imperen en los periodos de tiempo en que se analicen
sus “hazañas”. En cualquier caso, los toreros han de tener ese punto de locura
hispana que les permita enfrentarse a un peligro de dimensiones desconocidas
–el toro-- para alcanzar notoriedad, ese quijotismo de aventurero loco que
ejerce de placebo para hallar el honor caballeresco y el encuentro con su
Dulcinea. Estas pudieran ser las dos cuestiones que entran en juego en algunas mentes
adolescentes, las que determinan al hombre –o la mujer—a echarse a un monte
selvático y desconocido, donde la muerte acecha, en busca de hedónicos parajes
y suertes varias, esto es, la fortuna, en su doble acepción de azar y bonanza
dineraria.
Ayer mismo, un torero francés de ascendencia
española, Sebastián Castella, anunció en un comunicado que se retira de la
actividad artística que practica. Se retira, lo cual no significa que abandone
los ruedos para siempre. Retirarse es igual que hacerse a un lado. Los toreros,
ya se sabe, van y vuelven. Conchita Cintrón escribió un libro titulado “¿Por qué vuelven los
toreros?”. Ella lo supo y lo contó en un breviario delicioso; ahora bien: ¿Qué
situación o circunstancia les hace abandonar la aventura de sus sueños en plena
juventud? ¿Por qué se van? ¿Porqué se va Castella si se encuentra en plena
madurez, esto es, en la sazón de su arte, y en plenas facultades físicas?
Hay toreros –muy pocos-- que se van de los ruedos
porque no encuentran momento ni lugar para entrar en la órbita de los grandes
acontecimientos taurinos y otros –menos aún—porque no reconocen el escaso
bagaje artístico que aportan; pero tengo para mí que los grandes toreros, las
figuras del toreo, se van porque se hastían de las cosas que pasan en este
mundo de los toros, tan reduccionista y tan hermético. Se van porque se rebelan
contra los hechos consumados, porque no les gusta lo que ven y porque
consideran que existe una distópica aplicación de la valoración de su obra y la
de los toreros, en general. Castella es un ejemplar humano de gran personalidad
y un torero de primera división que juega la “champions” taurina. Juega y gana,
aunque no se haya proclamado campeón. Es, sin lugar a dudas, el torero más
importante que ha dado Francia en toda su historia. Le admiro porque no tiene
doblez. Sale a la Plaza concentrado, íntimamente refugiado en sus pensamientos. No compadrea
en patios de cuadrillas ni callejones. Es sincero consigo mismo… y con los
demás. Reconoce sus aciertos, pero también sus errores, algo que parece estar
fuera del catálogo de comportamientos de algunos de sus más significados
compañeros de carteles. Por eso, en su comunicado agradece a todos los sectores
taurinos su aportación para conseguir instalarse en uno de los puestos cimeros
de su escalafón y haber disfrutado de esa primacía durante dos décadas; pero al
propio tiempo ruega encarecidamente al establishment de esta Fiesta nuestra a
reorganizarse, a ponerse al día y a reestructurar la anquilosada estructura que
la sostiene.
Se va, pero advierte que puede volver en cualquier
momento. Personalmente, me alegraría. Es un torero necesario porque aporta
valores anti-tópicos, que falta hacen.
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