ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL
MUNDO de Madrid
Hay quienes han puesto un largo lamento en el
adiós de Sebastián Castella, figura del toreo, torero de plazas de primera, con
20 años de alternativa. Incluso algunos se agarran a la puerta entreabierta del
regreso cuando aún no se ha terminado de ir. Yerran en parte el enfoque pero no
del todo. Castella se va con la carrera amortizada. Como hay otros
contemporáneos que la tienen. Una generación entera, diría, que copa la élite y
que se mueve entre los 16 y los 30 años de alternativa. Y algo se les habrá
pasado por la cabeza al contemplar el au revoir de Le Coq. Sus despedidas de
los ruedos serían por causa natural; el problema es que, en cadena, causarían
una hecatombe. ¿Y por qué habría de ser una hecatombe? Porque los públicos
hicieron de sus nombres marcas registradas, los conocen y se los saben -sus
tauromaquias también- y, sin embargo, continúan acudiendo a su reclamo. Sin sus
letras en los luminosos, empresarialmente no se sostiene una feria. Una feria
corta mucho menos. Y a la vez son quienes han marcado los más altos cachés en
el reciente decenio y más allá. ¿Generando lo que cotizan? Seguramente sí;
probablemente no tanto.
Fue altamente llamativo que en 2019 la ausencia de
Roca Rey -el último, único y verdadero relevo generacional en la cúpula del
toreo- propiciase un nuevo liderato de El Juli en el escalafón y en las
taquillas con más de dos décadas de alternativa. A veces es fácil decir que
otra época fulano o mengano ya estarían en su casa (autocrítica on): no había
carreras que durasen eternidades. En el 47, Manolete se estaba yendo con cinco
años en la cúspide, desde 1942, y ocho de alternativa.
Hoy, la situación es la pescadilla que se muerde
la cola. Y se la seguirá mordiendo porque en la raíz del problema se encuentra
el cáncer: el sistema no se han encargado de forjar el relevo. No lo hay. Y,
por descargar culpas, cuando no ha sido el sistema por su cerrazón -se siguen
programando carteles idénticos a los de 2007-, los llamados al cambio no han
cuajado. A la punta de la lengua se me vienen un puñado de nombres de promesas
que tuvieron sitio, aliento y oportunidades -también éxitos, efímeros- y ahora
se encuentran tres pisos más abajo de la planta desde donde les queríamos
impulsar.
Lo más jodido es que, ante la gravedad del
horizonte que se avecina, la figuras incombustibles y económicamente acomodadas
van a volver a ser imprescindibles para remontar, si es que hay posibilidad de
hacerlo. Y entonces estaremos en el mismo punto del principio de la pieza: ni
Castella cuenta con sustituto. Ni siquiera en Francia, donde verdaderamente su
presencia multiplicaba. Y peor que lo más jodido es que el día que esta
generación de figuras pliegue velas hay un desierto. Nadie pensó que nada es
eterno. O si lo pensaron lo disimularon muy bien. O no tuvieron otra salida.
También este artículo es la pescadilla que se muerde la cola, supongo.
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