Finito
de Córdoba, en la plaza, y el alcalde Beziers, en los salones, dan alimento
defensivo a la afición
JOSÉ LUIS
BENLLOCH
Redacción APLAUSOS
Un alcalde y un torero la lían dicho en términos
coloquiales. Una gozada que nos merecíamos. Han sido los sucesos de la semana
en un mundillo que por razones obvias anda alicaído. Impactaron por poco
vistos, ese fue el secreto de tanto alborozo, el uno digamos que fue de salón,
el otro en la plaza; el primero en las Galias, Beziers exactamente, el otro en
la Bética, Antequera; ni que decir que ambos dos son los países más importantes
del universo toro; los dos golpes adquieren especial relevancia por la
oportunidad y por lo necesitada de reactivos de esta naturaleza que urge la
tauromaquia en su estado de cerco actual. Fueron Robert Menard, alcalde de la
vitivinícola Beziers y Juan Serrano “Finito de Córdoba”, llegado desde el más
inexplicable, o no tanto, ostracismo para exponer en veinte minutos lo hermoso
que puede llegar a ser el toreo. De uno y de otro conviene tomar nota los
aficionados para valorárselo, ¡así se nos defiende y/o así se torea!
El Fino, que es como se le conoce ahora que ronda
los cincuenta brejes (años) a quien se anuncia Finito de Córdoba, llegó a la
cita por sorpresa, en realidad no estaba anunciado, su puesto era el de
Sebastián Castella, que días antes había decidido colgar los vestidos de luces
e irse en busca de nuevos universos dejando paso al refrán de “unos se anuncian
y otros las torean”. En realidad cosas del destino. En este caso quien toreó fue
Fino y ¡cómo toreó! Era su segunda del año, no había habido más ajustes
contractuales aunque llegó con las muñecas endulzadas, la inspiración desbocada
y si me apuran hasta la ambición recrecida. No crean que en otras tardes no la
hay o no quiere, querer quieren todos, siempre, pero en los artistas no es
cuestión de voluntarismo sino de los misteriosos deseos de los dioses. Y sucede
como sucedió en Antequera o no sucede como tantas y tantas tardes.
Tuvo dos toros ad hoc, cuestión imprescindible
para que surjan obras como las del Fino. Llegó vestido para la ocasión, un
perla y azabache de riguroso estreno y con la hechura de quien parece tenerle
ganada la batalla a los años, y desde que se abrió de capa hasta que se fue por
la puerta de cuadrillas entre los clamores del aforo permitido -para entonces
no podía haber mayor pena para un aficionado que no tener asiento en Antequera-
dio un concierto de la mejor torería. Las dos faenas de Juan, especialmente la
del indulto, fueron sendos compendios de toreo en los que se amalgamó técnica,
imprescindible para torear así, e inspiración. Parecía bendecido en el acierto.
Las alturas de los engaños, las distancias, el grado de exigencia al oponente,
el alivio para que durase y no se interrumpiese; la hondura de muchos momentos,
la gracia sutil de otros, la profundidad y la suerte cargada, la curva y la
recta, también el toque habilidoso, el pellizco, la brujería, todo con un
porqué, todo surgido de un artista que en Antequera, como quien dice sin
avisar, se mostró en estado de gracia. ¿Que cuando se repetirá?… pues vaya
usted a saber. Hacen falta tantas confluencias.
Y en Beziers
Lo del alcalde de Beziers sucedió frente al
ayuntamiento. Un grupo de antitaurinos, no más de los que se concentran para
insultar a los aficionados frente a la plaza de Valencia los días de toros ante
la pasividad de autoridades y fuerzas del orden, se manifestaban para pedir que
el consistorio dejase de apoyar la tauromaquia, según informa Midi Libre.
Robert Menard decidió coger el toro por los cuernos, les recibió y zanjó la
cuestión “Mientras sea alcalde, las corridas seguirán en Beziers. Los toros son
parte de la tradición de nuestro pueblo”. Y luego les invitó a que le
acompañasen al hospital para entregar al personal del centro los 100.000 euros
de los beneficios del festival taurino que se organizó este verano en la ciudad
biterrois. “Es el mundo taurino el que está del lado de la vida”, afirmó.
Cuestión zanjada, sin más ambages ni circunloquios.
No fue el único momento de defensa taurina en
Francia. Horas más tarde y al más alto nivel de representación, la Asamblea
Nacional rechazaba tres enmiendas que atacaban a la fiesta de los toros. Una de
ellas, encuadrada dentro de la ley sobre condiciones de vida de los animales,
que pretendía prohibir los espectáculos con animales vivos, incluyendo la
tauromaquia, y las otras dos dirigidas a prohibir la entrada de los menores de
16 años a los festejos taurinos. No colaron.
La mejor defensa un buen alcalde.- Los taurinos
tienen sus alcaldes de referencia, el de Villaseca de la Sagra mismamente, que
se inventó una feria y puso a su pueblo en el mapa taurino; pongan igualmente
al de Algemesí, que sea cual sea el partido electo, todos los años, y lleva más
de un siglo, se encarama a la balconada de la casa consistorial y le da
oficialidad a la voluntad que viene de años y años de un pueblo que pedía toros
y en ello persiste; me viene a la cabeza también la actual alcaldesa de
Santander, Gema Igual, que entiende que su feria taurina es clave para su
ciudad y ha sido capaz de disputarle el protagonismo a su coetánea valenciana;
histórica fue la labor pro taurina de Iñaki Azcuna, penuevista de raza, que
subió las Corridas Generales de Bilbao a lo más alto; apunten al legendario y
viejo profesor Tierno, en la capital del reino que hasta creó una escuela
taurina y ocupaba plaza en la andanada de las Ventas; alcalde de alcaldes fue
Toni Asunción en la provincia de Valencia, donde la dipu era el ayuntamiento de
los ayuntamientos, y con su política de gestión encontró el carril del futuro
bajo el argumento cultural, posicionamiento que ha tenido continuidad hasta
nuestros días con otro Toni y que visto lo visto y el trato que le aplican al
toreo no han tenido en cuenta en Ferraz… Es evidente que a estas alturas del
listado, la buena gestión taurina va más allá de las ideologías y que no hay
mejor defensor que un buen alcalde. Y un buen torero.
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