El
coronavirus dinamitó el curso y, sin festejos, los ganaderos se vieron
obligados a mandar al matadero sus productos, allí apenas reciben 300 euros por
la carne de cada animal
JAVIER
LORENZO
@JavierLorenzomv
Diario
GACETA DE SALAMANCA
La bravura
a precio de carne. La ruina para un ganadero de bravo. Cinco años de trabajo e
inversión para el frío disparo en una sala de sacrificio. Sin aplausos, ni
gloria ni la opción de luchar por su vida. El virus fulminó la campaña. Sin apenas
festejos, miles de toros encontraron un destino inesperado.
LOS GANADEROS contra las cuerdas. Los más
afectados por la pandemia. No solo han dejado de tener ingresos esta temporada
sino que han perdido la inversión de los últimos cuatro años. Todo quedó, de
repente, condenado, al matadero. Su inversión tirada a la basura. Su alquimia y
su trabajo en balde. No del todo, pero casi. El toro es un producto perecedero
y la pandemia ha reventado la economía de las ganaderías. Otra vez en el
alambre. Los toros preparados para la presente temporada se quedaron por el
camino sin poder desvelar su misterio. En el mejor de los casos, una gran parte
de los ganaderos decidieron lidiar de junio en adelante la mayor parte de sus
toros en el campo a puerta cerrada, al menos para descifrar su juego y ver el
resultado de un trabajo que se asienta en descubrir su bravura, que se quedó
escondida en la soledad e intimidad del campo. Nada más decretarse el Estado de
Alarma y ver el angustioso panorama que ya se preveía iba a desencadenar la
temporada, sin apenas festejos, muchos ganaderos decidieron soltar lastre
cuanto antes y mandaron infinidad de toros al matadero. La bravura a precio de
carne.
La horquilla del toro es muy variable, en función
del escenario en el que se lidie el animal, del tipo de festejo y también del
caché de cada ganadería. Antes de que irrumpiera la pandemia y que el mundo se
partiera en dos, los erales (los animales destinados para novilladas sin
caballos que generalmente lidian los alumnos de las escuelas taurinas) se
compraban en torno a 1.500 euros, al ganadero hoy le pagan la carne en el
matadero a poco más de 200 euros. Los utreros (tres años y que son los que se
lidian en las novilladas con picadores) se cotizaban en torno a 2.500 euros por
cabeza para los festejos y en el matadero no llegan a los 300; precio al que se
pagan los toros cuatreños que en el periodo pre coronavirus se abonaban para
las corridas de toros de 3.500 euros en adelante (por cabeza). Ese es el
desolador panorama y la ruina del campo bravo. La tarea de cinco años, la
inversión en comida, salarios del personal, maquinaria, veterinarios, tiempo y
trabajo con cada uno de los animales para encontrar un rendimiento de
trescientos euros. La temporada sin festejos, dejó los toros en el campo. Una
despensa que está abarrotada y con un futuro incierto. Siempre y cuando se
mantengan en el campo, la gran mayoría fue al matadero. La campaña que viene
nadie sabe qué va a pasar. Nadie cree que se vaya a recuperar la normalidad de
un curso tal y como conocíamos antes de que irrumpiera el virus y, desde luego,
que va a ser imposible que en un año tuvieran sitio los animales que no se
lidiaron en 2020 y los que estaban destinados para 2021. Inviable. Eso es una
utopía. Hay ganaderos, los de mayor volumen de cabezas, que han llevado ya
centenares de reses al matadero.
Según la Fundación del Toro de Lidia, en la
actualidad hay en torno a un millar de ganaderías de bravo en toda España.
Mantenerlas desde el año pasado hasta ahora cuesta a sus criadores más de 300
millones de euros. Y, con la crítica situación y el desolador panorama que
invade el momento, el número de vacas de vientre se van a reducir entre un 30 y
un 50% de vacas. Y ese es otro drama. No solo afecta al número de machos,
erales, utreros, cuatreños, que se iban a lidiar este ejercicio o en las siguientes;
sino que la pandemia y la situación actual del toreo hacen que el futuro vaya a
deparar en lo venidero temporadas muy complicadas, en las que es más que
posible que baje el número de espectáculos. Y las ganaderías van a tener que
reestructurarse. Muchas de ellas incluso van a llegar a desaparecer. La primera
que ya lo ha hecho ha sido la de El Ventorrillo (finca de ‘Robledo de los
Osillos’, en Los Yébenes, Toledo), que hace unas semanas ya anunció su fin. Una
parte al matadero y otra adquirida por otro ganadero. El caso es que Fidel San
Román decidió finalizar con la vacada que adquirió a Francisco Medina en 2005.
Un drama. Y ahí aparece la gran duda de los
ganaderos. Cerrar la puerta. Vender o reducir de manera drástica las
ganaderías, no solo de toros sino también de vacas reproductoras. Otro drama
aún peor, e incluso más incierto, al que se vivió en 2008, del que se estaba
empezando a ver la luz.
En los últimos años se había estabilizado el
número de festejos que se desplomó en la anterior crisis. Se estabilizaron
respecto al año pasado el número de novilladas con picadores y corridas de
toros y subió con fuerza la organización de los espectáculos populares. Ahora
el drama es otro. Y más grande aún. El futuro incierto, mientras el desconocimiento
de cualquier previsión a corto o medio plazo es lo que asusta, desconcierta y
preocupa a todos. Y ahí radica la difícil decisión. Seguir o abandonar.
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