El torero desató un clamor en su
sentido y argumentado discurso al recibir el VIII Premio Taurino de ABC
ALBERTO LÓPEZ SIMÓN
Desde que elegí libremente entregar mi vida a este animal,
he vivido muchas cosas que me hacen ser quien soy hoy en día. He llegado a
tocar fondo para encontrarme conmigo mismo y he conseguido salir adelante de la
mano de los que siempre han estado ahí. Hoy puedo decir que me siento
afortunado. Afortunado por compartir esta velada con todos vosotros, por estar
rodeado de la gente que me quiere, y por estar haciendo realidad mi sueño paso
a paso. El sueño de aquel niño que intentaba comprender el enigma que encerraba
la tauromaquia sentado junto a su abuelo delante del televisor.
Nunca podré agradecer lo suficiente al toro todo lo que me
ha dado. Gracias a él he podido canalizar lo que llevo dentro. Cada tarde que
he hecho el paseíllo he conseguido expresar, soñar e imaginar a su lado,
sintiéndome profundamente libre. Cada embestida es un regalo del cielo, cada
tarde que nos miramos a los ojos es un sueño, y vivir por y para él, un enorme
privilegio. Probablemente no exista animal más venerado, admirado y respetado
que el toro bravo.
He contemplado hectáreas verdes para su cría. Prados donde
pastan, ríos donde beben, y hermosos árboles donde se cobijan. He visto el
bello atardecer y su elegante paleta de colores caer sobre el campo bravo con
él de fondo. Imponente, desafiante.
He visto al toro bravo en libertad, envuelta su majestuosa
silueta en el fresco aire de la naturaleza, y también he conocido familias que
han hipotecado su vida por él. Aficionados cuya vida no tendría sentido si no
existiera.
Lo he visto luchar por su vida, desde que nace hasta que
muere. De principio a fin y hasta el último aliento. Sin descanso.
Concediéndotelo todo y sin concederte nada a la vez.
Me siento un privilegiado por todo ello.
El toro bravo forma parte de nuestra vida y nos ha dado todo
lo que somos. Tanto a mi como creo que también a mi compañero, el maestro Juan
Antonio Ruiz Espartaco. Es un honor para mí compartir este reconocimiento esta
noche con semejante figura del toreo. Espero seguir aprendiendo, como he
intentado hacer siempre, de personas como usted, que tanta grandeza han
regalado al toreo.
Estamos en tiempos en los que con la bandera del progreso en
mano, como si de una especie de inquisición se tratase, una corriente de
personas están convencidas, y lo que es más grave, están dispuestos a
imponernos, de que la única manera de salvar al toro de lidia es evitando su
muerte en el ruedo. Parecen obviar que la muerte forma parte de la vida, y que
una sin la otra no tendrían sentido.
Son desconocedores de todo lo relativo a la mística, el amor
y la pasión que existe entre el hombre y el animal en esta profesión. No lo ven
nacer, no lo ven crecer, y no lo ven vivir. Y tampoco les interesa. No saben
que cada vez que un torero se pone delante de este bello animal entrega nada
menos que su vida.
Y desconocen que el simple hecho de poder presenciar su
muerte es un ejercicio de transparencia y honestidad. Hoy vivimos en una
burbuja en la que la verdad nos asusta y en la que preferimos obviar lo que nos
escandaliza. Preferimos mirar a otro lado respecto al sufrimiento que existe en
el mundo y solo parecemos querer mandar la realidad que nos rodea a un matadero
oscuro, donde nadie la vea ni la afronte. Sin ojos humanos que juzguen
libremente. Nos hemos acomodado en una sociedad instalada en la hipocresía. Una
sociedad que tiene la muerte como tabú.
Como dijo mi amigo, el maestro Joaquín Sabina, el
progresismo es una palabra que inventaron los que estaban contra los
progresistas para darles con ella en la cabeza.
Hoy día, asistimos a una lucha por averiguar quien es capaz
de avanzar mas rápido, intentando agradar al mayor número de personas posibles,
y dejando devastado tras de sí todo aquello que no encaja en su idea de
progreso. Sin consultar al ciudadano, sin intentar comprender ni sentir. Sin
dar una oportunidad al arte y a aquellos que lo ven donde quieran verlo.
Porque, no nos olvidemos, sobre el arte no hay nada escrito.
Queremos rápidamente quemar etapas, generar tabúes
inexistentes, conflictos de intereses y dar de lado a esas personas que,
libremente, eligen presenciar lo que les parezca oportuno.
Hoy, algunos intentan sesgar las alas de la libertad de ese
gorrión que desde hace décadas vuela alto, pero que hoy se tambalea
peligrosamente. Si tanto nos costó conseguir que echara a volar, es nuestra
responsabilidad garantizar que lo siga haciendo. Y es que lo único que se está
pidiendo es, como dice la canción, «Libertad sin ira, libertad».
Si por algo amo la tauromaquia, es porque simboliza un
pequeño resquicio por el que respirar el aire fresco de la realidad que nos
define como seres humanos. Nuestra realidad más pura, que no es otra que la de
que nacemos y morimos, sufrimos, derramamos sangre, nos exponemos, transigimos,
nos levantamos y peleamos. Respiramos y latimos. Vivimos, y morimos.
La tauromaquia nos recuerda que hoy somos sombras, y mañana
seremos cenizas. Nos adiestra en la humildad y nos ilustra valores vitales. Nos
revela el camino del sacrificio, y nos señala que sin este, no existe gloria ni
la victoria. Nos hace comulgar con la verdad y ser fieles creyentes de lo
diferente.
Pero si algo nos enseña por encima de todo la tauromaquia,
es que la palabra ARTE es demasiado grande para que nadie intente limitarla.
Dicen las viejas lenguas que el arte es el espejo mismo del
alma. Dicen también que no es más que una mentira que nos acerca a nuestra más
pura verdad. Dicen que existe un ritual parecido a un baile entre la vida y la
muerte. Entre la razón y la sinrazón. Entre el hombre y la bestia, entre la
valentía y el instinto y el ser y el no ser. Dicen que no se compone de pasos,
ni música, sino de movimientos sinceros, de vaivenes de pureza, de encanto,
bravura y emoción.
Dicen que el toreo es rozar el cielo de Madrid flotando en
una nube de gentío aclamándote. También que es el olor a puro, a caballo y a
reloj dando las 7 de la tarde. Dicen que es la arena absorbiendo la sangre
derramada, que son unas manos tapándose el rostro de pánico, y que son pañuelos
al aire pidiendo gloria para un héroe.
La moneda al aire que desdibuja la lógica, la cabeza fría,
el corazón caliente. El silencio, el frío y el miedo. El calor y el sol
radiante. Dicen que es un paisaje vibrante, que murmura y sentencia entre el
deleite y el pánico.
Dicen de este arte que lo pintó Goya, lo trazó Dalí,
poetizado Machado, musicalizado Sabina, defendido Vargas Llosa, presenciado
puro en mano por Ernst Hemingway y desdibujado en un lienzo Pablo Picasso.
Escribió Lorca en uno de los mas exitosos intentos de
describir la tauromaquia que es probablemente la riqueza poética y vital de
España, y que no existía fiesta más culta en todo el mundo. Maestro Federico
García Lorca, fusilado, por cierto, por aquellos con los que siempre se empeñan
en asociarnos.
Dicen que cuando te vistes de torero y sientes el albero en
tus pies te sientes grande. Que ayudado de un trapo rojo puedes domesticar una
fiera. Que vives durante un rato con el abismo a la ínfima distancia de un paso
en falso, y con la gloria al relativo trayecto del azar, el valor y el talento.
Dicen las viejas lenguas, en un intento de definir el toreo,
que es un baile macabramente sensual, enigmáticamente mágico, y soberbiamente
admirable.
Dicen que es un arte, por suerte o por desgracia, encriptado
en un idioma solo entendible por unos pocos.
Muchas gracias y buenas noches».
No hay comentarios:
Publicar un comentario