Un botín de cuatro orejas en
novillada de único espada y una sensación segura de torero competente: notable
capotero, muletero templado y capaz, personalidad.
BARQUERITO
Foto: EFE
NI BREVE NI
PROPIAMENTE variado, pero más variado que breve, el espectáculo resistió y
se sostuvo. Ciento cincuenta y cinco minutos con un solo protagonista. Fue
corrida de único espada. Varea, torero del país, de Almassora, a tiro de piedra
de la capital de La Plana. Apariencia de casi lleno en los vetustos tendidos de
Castellón, ambiente caliente, incondicional, con raptos de euforia. Novillos de
dos hierros pero un solo encaste: jandillas de pura cepa, de nobleza
inmaculada, trapío nada comprometedor y condición distinta.
La suerte fue que la fiesta rompiera en los momentos
precisos. En el arranque, con un primer novillo de Fuente Ymbro ganoso, noble y
dócil, y una faena de Varea que iba a ser casi patrón de las restantes; y
justamente después de pasarse el ecuador, con un cuarto novillo de Fuente Ymbro
que obligó al matador a enfadarse en laborioso empeño y un quinto de El
Parralejo de embestida artificial –rebrincada, mecánica, fiable, casi
doméstica- que consintió a Varea salirse del guión. Romperse en muchos alardes
–apertura de toreo de rodillas bien templado y ligado, desplante arrojando los
trastos tras esa primera tanda, teatralidad general, regusto impostado en los
gestos al tendido- y, de paso, probar que es torero de buenos brazos, largos
brazos, y sensibles, entrenadas, dúctiles muñecas.
Ni un solo enganchón en tarde de muchos, muchísimos
muletazos porque las seis faenas, las seis, fueron de mucho durar. Las de menos
brillo, al aplomado tercero de corrida y a un sexto un punto pegajoso, no
fueron excepción. El quinto trabajo fue el de más brillantes logros, incluido
un cabezazo al lomo –a toro pasado, por tanto- en el mismo platillo del ruedo,
donde Varea acertó a dominar la querencia a soltarse del novillo, su inercia
para ir y venir más que su instinto de pelea. Entonces llegaron, además, los
muletazos de mayor calado, embraguetados, tirados con gusto, compuesta en
vertical la figura. Lindos remates de trinchera.
La norma del Varea muletero apunta ahora a un modelo:
Manzanares hijo, su manera de rehilar antes que ligar. A suerte descargada y,
en fin, suculentos remates cambiados por alto, el falso pase de pecho al hombro
contrario cuyo caro dibujo es un irresistible golpe plástico. Mucho más seguro
con la muleta en la diestra que en la siniestra Varea. De eso hubo prueba clara
en sus dos faenas de mejor tensión: la primera –y en ésta, el pecado de
retorcer la figura- y la quinta, la de mayor descaro. Con sus baches y sus
momentos planos, casi inevitables en corrida de única espada y con toros de un
solo encaste, las seis faenas tuvieron cuerpo suficiente. No parecido vuelo.
Irregular manejo de la espada: estocadas desprendidas o
contrarias, pero suficientes para abrochar las tres faenas de más claro
relieve. Y el capote, que es, en el caso de Varea, de sello propio: capa de
grandes y densas dimensiones, brazos siempre sueltos, figura bien encajada en
una segunda mitad de lance soberbia, la verónica cargada y recargada, de mentón
hundido y mano de salida más alta que baja. Ensayos de medias del repertorio
belmontino, que van saliendo con seca gracia.
Ingenios varios en esta tarde de examen general: largas
afaroladas de rodillas, largas cambiadas también, un tímido quite por
sedicentes chicuelinas, tres tijerillas de recibo –homenaje secreto al recién
desaparecido maestro mexicano Jesús Córdoba-, bien armados lances a pies
juntos. Torero, por tanto, puesto y capaz. Algo chillón también.
FICHA DE LA CORRIDA
Castellón. 1ª de La Magdalena. Soleado, templado. 7.000 almas. Dos
horas y treinta y cinco minutos de función.
Tres novillos -2º, 3º y 5º- de El
Parralejo (José R. Moya) y otros tres de Fuente Ymbro (Ricardo Gallardo). El quinto, premiado con vuelta en
el arrastre.
Jonathan Varea actuó como único espada. Oreja tras aviso,
ovación tras aviso, silencio tras aviso, oreja, dos orejas y silencio.
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