PACO AGUADO
Se echaba ya la noche sobre la ciudad que dejaba
de ser Distrito Federal, y comenzaba a funcionar la tauromaquia para trastocar
las conclusiones del que, más allá del resultado, fue el acontecimiento más
trascendente de los vividos en la Monumental de México en los últimos veinte
años.
En ese perverso proceso, el responsable de la
necesaria y combativa imagen de ese embudo colmado hasta la madre, pasaba a ser
también el único culpable de delito en el juicio con prejuicio de los
lapidadores mediáticos.
Poco importaba ya que José Tomás hubiera hecho
rugir al ritmo lento de su mano izquierda los colmados tendidos de una plaza
que volvió a reconocerse a sí misma. Daba igual también que, como esclavo de su
abrumadora responsabilidad, jugara con la cornada para sobreponerse a un lote
de mansos. La sentencia estaba dictada, sin fiscales ni defensores, sin
posibilidad de recurso, sobre argumentos inciertos y pruebas trucadas: José
Tomás había fracasado.
A esas alturas, la reventa, la controlada y la
espontánea, contaba y amasaba billetes en los despachos, docenas de hoteles y restaurantes, vendedores
ambulantes, taxistas, museos, medios de comunicación facturaban muy por encima
de la media de otros eneros, igual que las agencias de viajes y las compañías
aéreas que convirtieron la Plaza México en una especie de ONU del toreo,
trayendo esforzados peregrinos de medio mundo que no quisieron perderse una
cita prevista para el recuerdo.
Pero no puede llamarse "fracaso" a lo
que realmente fue una inmensa y monumental decepción, tan grande, tan rotunda
como la propia expectación que la nueva venida de José Tomás había despertado
entre una afición ávida de grandeza. Porque no hay fracaso donde hay entrega,
más allá de las circunstancias y de ese único condicionante que no entiende de
previsiones ni de planes a plazo: el toro.
También muy por encima de la media de esta
Temporada Grande de toro chico, los elegidos de Los Encinos y de Fernando de la
Mora, más el sobrero de Xajay, se sumaron a la "grilla", incluso para
poner en bandeja a Joselito Adame, ya a tarde vencida y sentenciada, el agravio
comparativo de un público lógicamente desairado por la flauta de Hamelin. Pero
lo que fracasó fue el espectáculo, no José Tomás.
No puede llamarse fracaso a traspasar los límites
para dar entidad a la faena imposible a su vacío primero, que le dejó, con su
ardiente pitón, una huella de escalofrío sobre la nuca. Como no fracasaron
tampoco sus muñecas para ayudar suavemente a embestir a "Platero",
que buscaba a Juan Ramón Jiménez por esos mismos tendidos que bramaron en Dolby
Surround (véanse y oiganse los vídeos) hasta que, en su único error técnico, el
de Galapagar alargó de más la faena y dificultó así la estocada al rajado.
Y tampoco hubo fracaso, ya a tarde sentenciada, en
la brevedad con ese otro manso que se empeñaron en colar después de que se
protestara, concertada y desconcertantemente, a un titular que hubiera
sobresalido por volumen en cualquier otra de las corridas ya vistas en este
mismo ruedo.
Hubo, eso sí, una tensión poco disimulada en el
torero, una latente incomodidad sobre una arena que fue mostrándole su lado
hostil a medida que, con margen de maniobra, iban dejándose ver los
francotiradores. Pero José Tomás, sin necesidad de lo que dicten los
manipulados juicios mediáticos, sólo puede culparse a sí mismo de esa inmensa decepción
que él será el primero en sentir.
Es ese afán de volcar sobre sus hombros una
monumental y sobrehumana responsabilidad, obligándose a citarse con la historia
y con lo excepcional una sola tarde al año, la que, por puro juego de
probabilidades, también le puede mostrar una cruz, una burla del azar
disfrazada de cárdeno, que no llegan a vencer ni una mente ni un alma de acero
como las suyas.
Lo curioso del caso es que, aun así, "el divo
del millón de dólares", como le calificaron en algunos medios mexicanos,
aún sigue siendo rentable durante varios días después, alimentando la venta de
carnaza de quienes ahora le culpan de todos los males de la tarde menos del
inmenso negocio que les ha generado.
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