Mis recuerdos de las primeras veces que fui a los toros
están llenos de mi mamá pues ella era la aficionada, papá de verdad poco le
gustaban. Recuerdo las tardes en el bajo de sol de la Monumental de Pueblo
Nuevo donde entendí el país que tenía en mi infancia.
Subíamos a la una de la tarde vestidos de la mejor manera,
la conversación antes de sonar “el tararí” era de lecciones filosofales tales
como: “los amigos son como las casas viejas se reciben con goteras e hipoteca,
nunca tengas plata, ten crédito, No te emborraches en una iglesia” y quizá la
que más tiene que ver con este escrito, “a los toros se va bien vestido”.
Los años me tienen presente a Miryam cada vez que hablo de
toros, y me pongo a pensar que sería de ella ante la situación tan dura que
vivimos hoy y de la cual no se escapan los toros, veamos…
Trasladarse de una ciudad a otra para ver una corrida
necesita más dinero que en otros años, los pasajes en avión son costosos otra
de las cosas que inciden es lo del vehículo personal, el pánico de gastar los
cauchos o que se acabe la batería es terrible por una sola razón; conseguirlos
es un verdadero drama, tienes que hacer una cola de días o debes comprarlo con
un mil por ciento de incremento en el costo, sumando a eso el temor que te
roben en el estacionamiento de la Plaza de Toros.
Entonces te queda la opción de viajar en autobús (que es más
económica), pero aparece la otra parte; es que los precios de los hoteles están
para muchos inalcanzables y habría que sumar lo de comer en restaurant; que
como sabemos ha aumentado de manera considerable, también hay que mirar otro
punto.
Organizar una corrida de toros es muy costoso, comprar un
encierro nacional se volvió un lujo, los precios están por arriba de la
posibilidad de muchos poder hacer una corrida, contratar toreros extranjeros es
en dólares y demás está decir lo difícil que es conseguirlo por la vía oficial
y lo caro que es en lo que llaman “el dólar negro”. Entonces eso tiene que ver
en el costo de las entradas que se encarecen para el que quiera ir a una
corrida afuera de donde vive incluso en su propia tierra; incrementando así
entonces el dinero a gastar.
Habría que sumar otro hecho cotidiano; de verdad después de
hacer una larga cola para comprar comida y pensar en pagar el alquiler quedan
muchos por fuera de la idea de asistir a una plaza. El país es otro, es
distinto a lo que conocíamos hasta hace poco tiempo o al que viví de niño con
mamá, pero este cambio no se nota en evolución si no en todo lo contrario, el
retroceso es innegable y tiene que ver con los toros que andan tan mal en los
últimos tiempos.
Porque sumado a una ausencia de línea conductual, a un plan
que lleve a la gente a identificarse con el acto que es una corrida existe
también está triste verdad que vivimos en la actualidad que la plata no alcanza
si no para lo sumo mediamente comer.
Las corridas a lo largo de la historia han vencido hechos
que las han querido acabar: religiosos, jurídicos, políticos e incluso guerras,
pero en este caso es una autenticidad contra la que cuesta mucho “pelear” (el drama
económico que vivimos de la cual no escapan las corridas); que no es otra que
esa “triste realidad país” que llaman VENEZUELA. / KIKE
ROSALES - @kikefutbol
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