PACO AGUADO
Desde hace ya muchas décadas, la élite de
aficionados y profesionales de la tauromaquia formal mantiene un absurdo
prurito de distinción frente a las masas que disfrutan de los festejos
populares, esas a las que nunca han querido tener en cuenta, si es que no las
han despreciado.
Y ese antiguo clasismo del taurino frente al
"julai", como se ha conocido siempre en el mundillo a las gentes de
los pueblos, ha acabado por abrir una tremenda brecha en un sector de la
población que, aun con distintas maneras de disfrutar de la misma cultura,
debería estar unido por su denominador común: la admiración y el respeto por el
toro de lidia, el gran protagonista de todas las puestas en escena.
En épocas mejores para todos, ambos campos de la
tauromaquia, la corrida reglada y el festejo popular, caminaban por separado,
no ya sin necesitarse entre sí sino incluso dándose la espalda y abundando en
reticencias mutuas que acentuaron unas diferencias mucho menores de las que
existen en realidad entre ambas actividades.
De hecho, corredores, recortadores y demás
"amateurs" del festejo popular, igual que los forcados en Portugal,
están dejando entrever últimamente cierto desprecio orgulloso por los toreros
profesionales, intentando colocar el mérito de su toreo a cuerpo limpio y sin
sangre, pero movido, sobre las suertes “armadas”, pero estáticas, de los de
luces.
Del otro lado, profesionales y aficionados de la
tauromaquia más elaborada no sólo ignoran sino que hasta rechazan, con una
remilgada y cínica incomprensión, las formas más primitivas y esenciales de
contacto con el toro que son los festejos de campo y calle, en los que el
pueblo, como fue desde tiempos ancestrales, toma la iniciativa y no se limita a
admirar a sus héroes desde el tendido.
Pero ha llegado el tiempo de que ambos
"bandos" taurinos se unan de una vez, de forjar un frente común ante
tanto ataque indiscriminado de animalistas y políticos que son precisamente
quienes no hacen esas distinciones, sino que agreden con sus prejuicios, sus
fobias y su ignorancia cualquier forma de tauromaquia como una misma actividad
a erradicar.
Quien ya nos ha unido como un único objetivo a
batir es el enemigo, ese antitaurino al que todos los apasionados por las
cientos de versiones de este rito milenario le parecemos la misma raza de
sicópatas empeñados en torturar a un animal que, aunque no quieran aceptarlo,
se defiende por sí solo lo mismo en la calle que en la plaza, como bien saben
quienes se enfrentan a su poder letal en ambos palenques.
Así que olvidemos esas viejas reticencias y, para
empezar, dejemos los mismos taurinos de abjurar cínica y cobardemente de los
toros de fuego, de los ensogados, de los encierros y de tantas y tantas formas
de adoración a la bravura, para hacer frente a esta fascista persecución
cultural que hace tabla rasa desde su pretexto animalista.
Que no nos pase como a aquel personaje del poema
de Martín Niemöller –que no de Bertold Brecht– que no dijo nada cuando los
nazis "primero vinieron a por los comunistas", porque no era
comunista, como tampoco luego era judío, ni sindicalista, ni católico, hasta
que nadie dijo nada cuando definitivamente fueron a por él.
Porque estos otros nazis del animalismo urbanita
vienen primero a por el demonizado y mal explicado Toro de la Vega, el Toro
Jubilo o los "bous al carrer", para terminar después con las propias
corridas y todo lo que huela a tauromaquia. Aceptar o no poner resistencia a
una mínima prohibición de festejos populares, que es a lo que parecen apuntar
casi todos los partidos políticos españoles en sus programas electorales, será
abrir la puerta a la desaparición definitiva de nuestra cultura.
Y más teniendo en cuenta que de todos los sectores
taurinos es el de los festejos populares el que goza actualmente de mayor salud
y disfruta –desde su gratuidad- de una inmensa aceptación en la mayoría de los
municipios, como demuestra la evidencia de que este año, con 8 mil 500 sueltas
de reses, se hayan batido todos los récords históricos en la Comunidad
Valenciana.
No conviene olvidar que de cada cuatro festejos
taurinos que se celebran en España, tres de ellos son de este tipo, en sus
distintas modalidades. Ni tampoco, seamos realistas, que es gracias a ellos
como está pudiendo subsistir, con toros pagados para la calle a precios más
altos que para la plaza, una inmensa mayoría de las ganaderías de bravo que,
con la reducción de corridas y novilladas por la crisis, están atravesando por
una situación apremiante y crítica.
Pero, sobre todo lo demás, hemos de tener en
cuenta que los festejos populares cuentan con una base de adeptos mucho más
amplia y concienciada que la de las corridas de toros. Hasta el punto de que,
como se demostró este año en las manifestaciones de Castellón y Valladolid,
motivan a miles de personas a salir a la calle en defensa de su cultura y sus
tradiciones, haciendo valer, al revés que la tauromaquia formal, su fuerza
social ante los políticos abolicionistas.
El hecho contrastado de que ni siquiera el régimen
de Franco fuera capaz de prohibir el Toro de la Vega, aunque lo intentó en los
años sesentas, quiere decir que detrás de esos atávicos festejos hay un
mayoritario apoyo popular, superior incluso al de esos partidos que, por mucho
que expresen sus intenciones abolicionistas a nivel nacional, acaban por no
aplicarlas en las administraciones locales ante tan clamorosa evidencia.
En estos tiempos convulsos políticamente, nuestros
"indignados", los que pueden forzar a cambiar la tendencia política,
son esos cientos de miles de personas que reivindican su forma de vida y sus
festejos ancestrales en Levante, en Castilla, en Navarra, en Madrid, en La
Mancha, en Extremadura…
Ellos son, con el poderoso añadido de su
mayoritaria juventud, la más valiosa y verdadera fuerza social de la
tauromaquia en estos momentos difíciles, muy por encima de la que podrían
representar los pasivos aficionados de tendido y los desorientados
profesionales que aún no han aprendido a manejar los valiosos argumentos que
tienen a mano.
La orgullosa y decidida manera en que los
aficionados a los festejos populares están reaccionando estos días ante los
reforzados ataques antitaurinos en sus respectivas comunidades –consiguiendo,
por ejemplo, que se sancione con contundencia al tonto que se encadenó en
Tordesillas o manteniendo posturas de fuerza ante las nuevas administraciones–
es todo un ejemplo a seguir por el mundo del toro, que no debe tardar un minuto
más en ponerse a caminar de su mano en pos de la supervivencia.
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