viernes, 11 de diciembre de 2015

DESDE EL BARRIO: Nuestra fuerza está en la calle

PACO AGUADO

Desde hace ya muchas décadas, la élite de aficionados y profesionales de la tauromaquia formal mantiene un absurdo prurito de distinción frente a las masas que disfrutan de los festejos populares, esas a las que nunca han querido tener en cuenta, si es que no las han despreciado.

Y ese antiguo clasismo del taurino frente al "julai", como se ha conocido siempre en el mundillo a las gentes de los pueblos, ha acabado por abrir una tremenda brecha en un sector de la población que, aun con distintas maneras de disfrutar de la misma cultura, debería estar unido por su denominador común: la admiración y el respeto por el toro de lidia, el gran protagonista de todas las puestas en escena.

En épocas mejores para todos, ambos campos de la tauromaquia, la corrida reglada y el festejo popular, caminaban por separado, no ya sin necesitarse entre sí sino incluso dándose la espalda y abundando en reticencias mutuas que acentuaron unas diferencias mucho menores de las que existen en realidad entre ambas actividades.

De hecho, corredores, recortadores y demás "amateurs" del festejo popular, igual que los forcados en Portugal, están dejando entrever últimamente cierto desprecio orgulloso por los toreros profesionales, intentando colocar el mérito de su toreo a cuerpo limpio y sin sangre, pero movido, sobre las suertes “armadas”, pero estáticas, de los de luces.

Del otro lado, profesionales y aficionados de la tauromaquia más elaborada no sólo ignoran sino que hasta rechazan, con una remilgada y cínica incomprensión, las formas más primitivas y esenciales de contacto con el toro que son los festejos de campo y calle, en los que el pueblo, como fue desde tiempos ancestrales, toma la iniciativa y no se limita a admirar a sus héroes desde el tendido.

Pero ha llegado el tiempo de que ambos "bandos" taurinos se unan de una vez, de forjar un frente común ante tanto ataque indiscriminado de animalistas y políticos que son precisamente quienes no hacen esas distinciones, sino que agreden con sus prejuicios, sus fobias y su ignorancia cualquier forma de tauromaquia como una misma actividad a erradicar.

Quien ya nos ha unido como un único objetivo a batir es el enemigo, ese antitaurino al que todos los apasionados por las cientos de versiones de este rito milenario le parecemos la misma raza de sicópatas empeñados en torturar a un animal que, aunque no quieran aceptarlo, se defiende por sí solo lo mismo en la calle que en la plaza, como bien saben quienes se enfrentan a su poder letal en ambos palenques.

Así que olvidemos esas viejas reticencias y, para empezar, dejemos los mismos taurinos de abjurar cínica y cobardemente de los toros de fuego, de los ensogados, de los encierros y de tantas y tantas formas de adoración a la bravura, para hacer frente a esta fascista persecución cultural que hace tabla rasa desde su pretexto animalista.

Que no nos pase como a aquel personaje del poema de Martín Niemöller –que no de Bertold Brecht– que no dijo nada cuando los nazis "primero vinieron a por los comunistas", porque no era comunista, como tampoco luego era judío, ni sindicalista, ni católico, hasta que nadie dijo nada cuando definitivamente fueron a por él.

Porque estos otros nazis del animalismo urbanita vienen primero a por el demonizado y mal explicado Toro de la Vega, el Toro Jubilo o los "bous al carrer", para terminar después con las propias corridas y todo lo que huela a tauromaquia. Aceptar o no poner resistencia a una mínima prohibición de festejos populares, que es a lo que parecen apuntar casi todos los partidos políticos españoles en sus programas electorales, será abrir la puerta a la desaparición definitiva de nuestra cultura.

Y más teniendo en cuenta que de todos los sectores taurinos es el de los festejos populares el que goza actualmente de mayor salud y disfruta –desde su gratuidad- de una inmensa aceptación en la mayoría de los municipios, como demuestra la evidencia de que este año, con 8 mil 500 sueltas de reses, se hayan batido todos los récords históricos en la Comunidad Valenciana.

No conviene olvidar que de cada cuatro festejos taurinos que se celebran en España, tres de ellos son de este tipo, en sus distintas modalidades. Ni tampoco, seamos realistas, que es gracias a ellos como está pudiendo subsistir, con toros pagados para la calle a precios más altos que para la plaza, una inmensa mayoría de las ganaderías de bravo que, con la reducción de corridas y novilladas por la crisis, están atravesando por una situación apremiante y crítica.

Pero, sobre todo lo demás, hemos de tener en cuenta que los festejos populares cuentan con una base de adeptos mucho más amplia y concienciada que la de las corridas de toros. Hasta el punto de que, como se demostró este año en las manifestaciones de Castellón y Valladolid, motivan a miles de personas a salir a la calle en defensa de su cultura y sus tradiciones, haciendo valer, al revés que la tauromaquia formal, su fuerza social ante los políticos abolicionistas.

El hecho contrastado de que ni siquiera el régimen de Franco fuera capaz de prohibir el Toro de la Vega, aunque lo intentó en los años sesentas, quiere decir que detrás de esos atávicos festejos hay un mayoritario apoyo popular, superior incluso al de esos partidos que, por mucho que expresen sus intenciones abolicionistas a nivel nacional, acaban por no aplicarlas en las administraciones locales ante tan clamorosa evidencia.

En estos tiempos convulsos políticamente, nuestros "indignados", los que pueden forzar a cambiar la tendencia política, son esos cientos de miles de personas que reivindican su forma de vida y sus festejos ancestrales en Levante, en Castilla, en Navarra, en Madrid, en La Mancha, en Extremadura…

Ellos son, con el poderoso añadido de su mayoritaria juventud, la más valiosa y verdadera fuerza social de la tauromaquia en estos momentos difíciles, muy por encima de la que podrían representar los pasivos aficionados de tendido y los desorientados profesionales que aún no han aprendido a manejar los valiosos argumentos que tienen a mano.

La orgullosa y decidida manera en que los aficionados a los festejos populares están reaccionando estos días ante los reforzados ataques antitaurinos en sus respectivas comunidades –consiguiendo, por ejemplo, que se sancione con contundencia al tonto que se encadenó en Tordesillas o manteniendo posturas de fuerza ante las nuevas administraciones– es todo un ejemplo a seguir por el mundo del toro, que no debe tardar un minuto más en ponerse a caminar de su mano en pos de la supervivencia.

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